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Palestina: patria sin papeles – 26 de octubre

El primer documento de viaje de Ahmad, palestino de Gaza, no indicaba nacionalidad. No consta, no registrado. Millones de palestinos han ido saliendo de su tierra en las últimas décadas sin más patria que la que llevaban en la maleta: su nombre, su familia y sus historias. A veces también la llave de su casa, como los sefardíes expulsados por los Reyes Católicos. A diferencia de los judíos españoles, a los palestinos les han estado echando de sus casas para destruirlas. Y nadie les reconoce la nacionalidad masivamente, como sí se hizo con el pueblo sefardí. A los palestinos se los expulsa desde hace setenta y cinco años para mandarlos al éxodo y el limbo de los apátridas.

El Exodus 1947 salió de Francia hacia Palestina dos años después del fin de la Segunda Guerra Mundial. Transportaba a 4.500 judíos que pretendían entrar en el protectorado británico rompiendo el bloqueo impuesto por Londres. Eran lo que hoy se llamaría inmigrantes ilegales. El Exodus llegó a Haifa, pero allí le dieron la vuelta y a los pasajeros los devolvieron a campos de internamiento en el norte de Alemania. En la película que rodó Otto Preminger basándose en la novela de Leon Uris, el héroe era Paul Newman, y todo el pasaje conseguía llegar a su destino bíblico. La escribió Dalton Trumbo, cuando la causa de Israel era de izquierdas.

Los textos sagrados no explican la guerra de Palestina. En Gaza, las bombas de Israel han destruido la iglesia de San Porfirio, uno de los templos cristianos más antiguos del mundo que pertenece al patriarcado de Jerusalén. En ella se refugiaban hombres, mujeres y niños musulmanes, ortodoxos o ateos, porque en Gaza también hay gente que no cree en Dios. Hubo al menos diecisiete muertos. En los supermercados, templos del consumo de los que pocos quedan en Gaza, también hay víctimas de varios credos. Una cámara de seguridad graba el momento en que una bomba destruye una tienda en Nuseirat. El vídeo se nubla con la bomba: ni imágenes ni mil palabras detienen el fuego.

La ONU define el genocidio como un delito perpetrado con la intención de destruir, total o parcialmente, a un grupo nacional, étnico, racial o religioso. A los palestinos les aplican un genocidio de papel y carne: sin patria ni humanidad. Son animales salvajes, justifica el gobierno israelí. Las palabras cargan los fusiles tanto como las balas. El cine no les ha hecho héroes. Su poesía está en los epitafios, como en los versos de Heba Abu Nada. Escribió antes de morir en los escombros de Gaza: la noche en la ciudad es oscura, excepto por el brillo de los misiles. Desde el río hasta el Mar, Palestina será libre, cantan en las manifestaciones prohibidas en la Europa que mira para otro lado ante el exterminio.


Extramuros es una columna informativa de Efecto Doppler, en Radio 3.

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