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El Seriéfilo

Seriéfilo: octubre de 2020

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Entramos en octubre pero pareciera que volviésemos hacía atrás, al fatídico mes de marzo: otra vez se habla de confinamientos, toques de queda, rebrotes y aplanamientos de curva. Y otra vez volvemos la vista hacia nuestras queridas series, dispuestas a arroparnos en las crecientes horas de ocio bajo techo, con convivientes, si es que los tuvieran o tuviesen. En honor de este salto mortal hacia atrás temporal, comenzaré el resumen del mes como normalmente suelo acabarlo, con la comedia, y terminaré por el principio, con la mejor serie del mes. Esta vez, además, tiene aroma español. Acabamos, que empezamos.

Si le damos la vuelta como a un calcetín a la canción Englishman in New York de Sting y la espolvoreamos con una fina pero generosa capa de optimismo, obtendremos, como por arte de magia, la receta de la nueva comedia deportiva de Apple Tv+. Ted Lasso narra las aventuras de un entrenador de fútbol americano universitario que  ficha por un equipo de la Premiere League inglesa. Añadimos, por tanto, una pizca de choque cultural, también a través de las obvias diferencias entre los dos deportes. Casi más fácil encontrar similitudes entre el baloncesto y el billar, que entre estas dos modalidades de fútbol.

Con este punto de partida, la comedia se escribe sola. Pero si algo destaca en esta producción es que transmite un buenrollismo y una calidez que traspasan la pantalla y calan en los espectadores sin parecer impostados. Y es que todos los personajes se hacen querer sin resultar empalagosos, destacando, por supuesto, un protagonista que es el adalid de la sonrisa; todo un experto en el noble arte de ver el lado positivo de cualquier situación. Su nombre da título a la serie y su personalidad marca el tono de la historia. Serie para ver con una sonrisa de oreja a oreja y volver a creer en la humanidad. Porque, seamos serios, si la has visto y no has canturreado el ¡Dani Rojas, Rojas! ¡Dani Rojas! ¡Rojas, Dani Rojas! cuando aparecía en la pantalla, es que no tienes corazón.

Mientras tanto, han vuelto las casas embrujadas a Netflix después de la magnífica acogida que tuvo La maldición de Hill House. Dos años más tarde, nos llega su secuela espiritual, La maldición de Bly Manor, que comparte con su predecesora la existencia de una mansión con fantasmas… y poco más. Para empezar, ya no estamos ante la exitosa  mezcla de drama y terror de antaño, pues el miedo y los sustos han quedado totalmente diluidos en una historia que se podría calificar como drama fantasmal. El guion tampoco está muy inspirado: la serie comienza demasiado dispersa y, antes de llegar al ecuador, ya se intuyen la mayoría de los giros principales. A partir de ese momento, comenzamos una cuesta abajo repleta de «ya me parecía  a mí» y «tenía toda la pinta de ser eso».

Por si no fuera suficiente con la obviedad de los giros, los elementos del rompecabezas que tratan de construir con la mansión no solo están deslavazados, sino que parten de conexiones demasiado endebles con los personajes que pululan por la casa. Así, no se llega a dar forma a una historia consistente: los fantasmas que atormentan a los vivos en realidad no forman parte de la fiesta o, peor aún, son patéticos e intrascendentes. Aunque parezca difícil de creer, sorprenderá más un segundo visionado a la La maldición de Hill House, que el primer acercamiento a este drama de fantasmas que, en ningún momento, da la talla.

Para compensar este traspiés, Netflix sí ha dado con la tecla con otro de sus estrenos. Gambito de dama es una miniserie que nos cuenta la historia de una huérfana que, tras un largo periplo, llega a convertirse en una gran maestra del ajedrez. Con una producción totalmente volcada en la narrativa, la serie no deja que ningún aspecto visual nos distraiga de la historia que quiere contar. Así, el guion fluye sin sobresaltos, con un ritmo muy bien medido que nos arrastra, plácidamente y sin esfuerzo, de un episodio a otro.

La dirección acierta también en la forma de llevar los torneos de ajedrez a la pantalla: en ningún momento rompen el ritmo de la historia y mantienen el resto de elementos que podríamos encontrar en un drama de superación al uso. En definitiva, es un buen coctel, típico de Netflix, fácilmente maratoneable y que deja un buen sabor de boca en el espectador.

Momento ahora para una reflexión que nos servirá para introducir dos miniseries inglesas del canal ITV. Después de ver cientos de historias increíbles, paridas por la mente de sesudos guionistas, es necesario recordar que, muchas veces, la realidad supera a la ficción. Estas dos producciones nos recuerdan que lo que ocurre en la vida real puede ser realmente fascinante.

La primera es Quiz: el escándalo de ¿Quién quiere ser millonario?, un drama que cuenta, en tres actos, la historia que sorprendió al pueblo británico cuando en 2001 una pareja fue acusada de hacer trampa para conseguir el premio gordo del concurso, nada menos que un millón de libras. El éxito del programa, que desde su estreno en 1998 estaba rompiendo todos los récords de audiencia, provocó que este caso se convirtiese al instante en uno de los más mediáticos del país. Ciñéndose a la realidad, la serie nos sorprenderá con la sencillez del engaño y con la forma en la que muchos seguidores del programa, desesperados por participar, colaboraban en una suerte de mente enjambre para lograr la meta de estar entre los candidatos a sentarse en la silla central. Ver para creer.

También basada en un crimen real, aunque esta vez mucho más sórdido, Des nos trae de vuelta otro suceso que conmocionó al Reino Unido en 1983, cuando Dennis Nielsen fue arrestado, acusado del asesinato de, al menos, doce jóvenes en un período de unos cinco años. La serie sorprende por la brutalidad de los actos que narra y que contrastan con la frialdad y normalidad con la que el asesino confiesa los hechos. La interpretación de David Tennant es superlativa, mostrando una sobriedad e indiferencia que retrata de forma muy ajustada al personaje original. El actor demuestra aquí su talento, muy alejado de sus interpretaciones más histriónicas.

Nos acercamos al plato fuerte del mes con Territorio Lovecraft  (HBO), que es una entretenida serie de aventuras y eso ya es algo de agradecer, porque, por desgracia, este no es un género que se prodigue mucho por estos lares seriéfilos. No obstante, la producción queda lejos de ser una serie sobresaliente, entre otras cosas porque su propio título juega en su contra: cualquier producto que incluye el nombre de Lovecraft despierta demasiada expectación en los fans de su obra. No encontrarán aquí nada o casi nada que recuerde a los relatos del escritor de Providence y, al menos en ese sentido, puede que la serie decepcione a buena parte de su potencial clientela.

En realidad, Territorio Lovecraft es una historia de aventuras de corte clásico, trufada con unos toques de magia y una profunda carga antirracista. La historia es resultona y funciona a base de pildorazos aventureros y de capítulos que tienen una línea argumental común, pero son tan independientes que algunos podrían intercambiarse entre sí y no pasaría nada. Por desgracia, los últimos episodios se desmadran de mala manera y el conjunto pierde enteros, dejando una sensación de serie entretenida sin más aspiraciones.

Pero tenemos que referirnos a las series españolas, que vuelven a estar en boca de todos gracias a Antidisturbios (Movistar+), la última creación del multipremiado Rodrigo Sorogoyen. Un autor que en todo momento sabe lo que quiere contar y cómo lo quiere contar. Esta es una historia ágil que te agarra en la primera escena y no te suelta hasta llegar a los últimos compases de la serie, en los que, tras el frenesí de la tormenta, podemos respirar hondo para degustar, junto a los protagonistas, unos pocos minutos de tranquilidad.

Todo brilla en esta miniserie: la ambientación es soberbia, los personajes, auténticos; y las interpretaciones, magistrales, exudan realismo y testosterona por todos los poros. Pocas veces se ha visto en televisión una violencia tan sucia y amarga; tan cobarde. Pocas veces una cámara ha reflejado de este modo las secuelas de un día a día dedicado a dar y recibir odio. Ningún pero a una serie redonda.

Y así acabamos un mes más de recomendaciones seriéfilas, de producciones ambientadas todavía en los vestigios de un mundo sin mascarillas y con sobremesas que se alargaban más allá de las once de la noche. Volverán esos tiempos  de normalidad desregulada, pero, mientras tanto, siempre nos quedaran nuestras queridas series para recordarnos cómo era el mundo antes de la pandemia. Me despido sin abrazos y desde la distancia más aséptica hasta el próximo mes. Sean felices y disfruten con el hobby más coronavirus free: las series de televisión.

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