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Sherlock Holmes vs Jack el Destripador: El duelo definitivo en la gran pantalla

La mayor batalla nunca narrada por la pluma de Conan Doyle podría ser la que enfrentase al primer y mejor detective consultor de la historia contra el asesino en serie más famoso de todos los tiempos. Por un lado, Sherlock Holmes, la mente ficticia más aguda y el mejor de los investigadores. Por el otro, un asesino real que ha conseguido trascender a nuestro plano de realidad para convertirse en un arquetipo. Y, los dos, compartiendo época y localización.

Sin embargo, resulta comprensible que Sir Arthur Conan Doyle no quisiera enfrentarse al problema, difícilmente resoluble, de adjudicar un culpable a los crímenes de Jack el Destripador. No nos encontramos siquiera ante un caso parecido al de Poe con el crimen de Marie Rogêt, un suceso puntual que poder cambiar de escenario, sino con un asesino que nunca fue capturado y que consiguió aterrorizar a todo Londres. Crear una trama totalmente ficticia podría haberse entendido como un insulto a las víctimas; escoger un culpable real como un juicio fuera de la ley.

De hecho, y a diferencia de lo que algunos puedan creer, Sir Arthur Conan Doyle ni siquiera trató de disimular la capacidad de Sherlock para ignorar los sucesos. Siguiendo a algunos analistas del canon nos podemos encontrar a un Holmes encargándose de El misterio de los cuatro, mientras los asesinatos se sucedían en Whitechapel; otros como Baring-Gould le suman a este el asunto de El sabueso de los Baskerville. El caso es que Sherlock estaba activo y en Londres durante los fatídicos sucesos del East End a finales de 1888, pero nunca hizo ninguna referencia a ellos.

Un estudio del terror

La literatura, por supuesto, fue la primera en encargarse de tratar de dilucidar qué hubiese sucedido si Holmes hubiese decidido perseguir al Destripador. Se considera que el primer pastiche que los enfrentó se remonta a 1907, el alemán Wie Jack, der Aufschlitzer, gefasst wurde, que llegó a España como El Destripador en 1930, en el número 3 de Sherlock Holmes Memorias intimas del rey de los detectives. Una vez abierta la caja de Pandora nunca pudo volver a cerrarse y así el mismísimo William S. Baring-Gould se enfrentó al problema en su Sherlock Holmes de Baker Street, dándonos, por cierto, una explicación impropia de la calidad del resto de su trabajo.

El cine tardó bastante más que la literatura en atreverse a narrar el choque de intelectos definitivo. Sería en 1965 cuando se estrenase la producción británica Estudio de terror (A Study in Terror, 1965). La idea tras la película no dejaba de ser la de aprovechar el éxito de la Hammer para lanzarse sobre el personaje de Sherlock Holmes y copiar las coordenadas visuales de la gran productora inglesa. De hecho Peter Cushing se había metido en la piel del detective en 1959, en la muy notable adaptación de El sabueso de los Baskerville (The Hound of the Baskervilles, 1959) dirigida por Terence Fisher. Es difícil no ver en Estudio en terror una suerte de continuación apócrifa.

En su trama, la película es casi clarividente al buscar a su villano en las clases más pudientes de la sociedad. Al igual que pasará en las otras dos películas acerca del enfrentamiento, parece imposible para los realizadores separar los crímenes de Jack el Destripador del tejido social que los pudo causar. Las lamentables condiciones de vida del East End y la capacidad de los poderosos para ignorar el sufrimiento del pueblo son un tema transversal en todas las producciones cinematográficas del ciclo. No es casualidad que uno de los principales personajes secundarios de Estudio en terror sea un médico que mantiene un hospital para los pobres y que no duda en tratar de levantarlos contra el gobierno explicándoles que Whitechapel sólo es noticia cuando suceden allí terribles crímenes, no cuando la pobreza y la enfermedad atacan a sus habitantes.

La trama detectivesca es la esperable en una película clásica de Sherlock Holmes. En todo momento, nuestro detective parece estar por delante de todos los que le rodean, ocultándonos información a los mismos espectadores y disfrutando de algunos momentos en los que ejercitar su famosísima capacidad de deducción. Aunque dichas secuencias han envejecido muy mal y frenan el ritmo de la película, así la sucesión de pistas es bastante lineal y el verdadero culpable es fácilmente identificado por cualquier espectador acostumbrado a estas lides.

Un aspecto básico para toda película sherlockiana es la adaptación de los personajes de Holmes y Watson. En este caso, estamos ante un claro ejemplo de la fuerte herencia que habían dejado tras de sí las interpretaciones de Basil Rathbone y Nigel Bruce. En ocasiones pareciera que estamos viendo a John Neville y Donald Huston interpretar a sus predecesores en el papel y no a los personajes de Conan Doyle. Así, nuestro Sherlock es directo, audaz y activo, mientras que Watson está cerca de caer en la parodia en demasiadas ocasiones, aunque aquí debemos darle a Huston gran parte del mérito.

Destaca, eso sí, la presencia en la trama de Mycroft Holmes. El mayor y más inteligente de los hermanos Holmes se nos presenta siguiendo el canon del personaje, aunque tal vez le falte algo de la genialidad que suele ir unida a su figura. Junto a él, dentro del canon, destacan un comedido Lestrade y una casi inexistente Mrs. Hudson. Más cuidados se dedican a los secundarios creados para la ocasión, que configuran un plantel más que interesante y con una capacidad suficiente para que en ocasiones nos olvidemos de que esto era una barata producción de serie B en toda regla. En particular, merecen ser destacadas la presencia física de Peter Carsten y la inesperada aparición de una joven Judi Dench.

Pero, si bien la película entretiene y presenta unos valores de producción más que notables, lo cierto es que donde naufraga es en su presentación de los sucesos relacionados con los crímenes del Destripador. No solamente suaviza los sucesos acaecidos, todo parece reducirse a puñaladas certeras siempre que vemos algún asesinato, sino que confunde víctimas y pasa de puntillas por los sucesos que rodearon al caso. No menos chocantes resultan las actrices elegidas para personificar a las víctimas, que parecen sacadas en su mayoría del mismo casting que las habituales chicas de la Hammer. Si bien el atractivo, o la falta del mismo, en las víctimas del Destripador pueda parecer algo secundario, resulta más bien contraproducente para el mensaje de la película que se nos presente un barrio de Whitechapel lleno de hermosas y bien alimentadas prostitutas.

Tal vez el cine inglés todavía no estuviese preparado para realizar una auténtica película sobre Jack el Destripador en 1965. Recordemos que estamos antes de la explosión de popularidad de los estudios sobre el criminal que llegaría en los años setenta: los espectadores no estarían preparados para un análisis pormenorizado de los crímenes en la pantalla ni demasiado preocupados con la veracidad de lo que se les presentara. Sin temor a equivocarnos, podemos decir que estamos ante una película de Sherlock Holmes que, casualmente, tiene como adversario a Jack el Destripador.

Asesinatos ordenados desde las altas esferas

Siempre es difícil consagrar un evento aislado como el causante de un acontecimiento cultural, pero no por eso deja de resultar útil para su estudio. En el caso del renacido interés británico por la figura de Jack el Destripador, es posible que todo cristalizara gracias al documental Jack de Ripper de la BBC en 1973. Era un producto bastante peculiar, en el que dos detectives ficticios que se paseaban por la pequeña pantalla en otros programas se reunían durante seis episodios de aproximadamente una hora de duración, para discutir la identidad del Destripador ayudados por recreaciones de época. El experimento tuvo mucho éxito y llegó a exportarse a los Estados Unidos. Gran parte del público de habla inglesa era, repentinamente, un experto en los asesinatos acaecidos en Whitechapel en 1888.

El documental, además, se destacó por presentar la figura de Joseph Sickert, supuesto hijo no reconocido del pintor Walter Sickert y de la hija de Annie Elizabeth Crook, una joven católica que se habría casado en secreto con el príncipe Alberto Víctor de Clarence. En realidad, su nombre era Joseph Gorman y su relación con Sickert nunca pudo probarse. Según Gorman/Sickert, los asesinatos de Jack el Destripador habrían sido realizados para acabar con el intento de chantaje de algunas prostitutas al príncipe heredero del Reino Unido. Un complot llevado a cabo por las altas esferas y que se convirtió en una serie de rituales masónicos aderezados de una gran conspiración que se encargó de borrar todos los rastros. Solamente Gorman/Sickert podía descubrir la verdad, porque a él se lo había contado su supuesto padre biológico.

La teoría tuvo un gran éxito popular, ayudada por la aparición del libro Jack el destripador: La solución final (Jack The Ripper: The Final Solution) de Stephen Knight en 1976. Los estudiosos de la figura del asesino del East End suelen coincidir en que Knight consiguió escribir el primer best-seller acerca del Destripador, un libro que se basaba en lo contado por Gorman/Sickert para construir una alambicada historia de conspiraciones y traiciones que terminaba atrapando en su red al cirujano real Sir William Gull y a un conductor de carruajes llamado John Netley como autores materiales de los asesinatos. Al público le gustó tanto la historia que estaba esperando más, así que el cine aprovechó la situación, como suele suceder.

En realidad, Asesinato por decreto (Murder by Decree, 1979) se basa oficialmente en The Ripper File, una suerte de novelización del documental de la BBC realizada por Elwyn Jones y John Lloyd. La verdad es que en su trama aprovechan muchos datos que fueron descubiertos por Knight para construir la primera gran película sobre el Destripador y, también, el mejor enfrentamiento entre este y Sherlock Holmes. Porque a diferencia de Estudio de terror aquí estamos ante una película de Jack el Destripador en la que aparece el detective.

La recreación de la época, la investigación y los asesinatos, es el verdadero punto fuerte del conjunto. La cinta no tiene en ningún momento miedo a convertirse en incomprensible o confundir a su espectador y no escamotea ningún dato que pueda resultar importante. Por supuesto, faltan sucesos de interés y se cambian algunos detalles, pero su documentación es abundante y, a menudo, soberbia. Si Estudio de terror nos llevaba a un Londres de cine, aquí se intenta que nos paseemos por las verdaderas calles de la capital londinense de finales del siglo XIX.

En esa reconstrucción de época es imprescindible el trabajo de casting. Las prostitutas de Asesinato por decreto son mujeres que podrían pasar por verdaderas mujeres de su época, no bellezas irreales. La única excepción podría ser la figura de Annie Crook, algo que la cinta soporta perfectamente gracias a la condición excepcional de la única mujer protagonista que no había caído en la dura vida de la calle, siendo además capaz de enamorar a todo un príncipe británico. La actuación de Geneviève Bujold es, además, excepcional.

Sherlock Holmes y el Dr. Watson podrían parecer por momentos unos elementos prescindibles dentro de la trama, pudiendo sus papeles ser ocupados por cualquier otra pareja de detectives aficionados. Y decimos bien, detectives en plural, puesto que el Dr. Watson construido por James Mason es un agradable soplo de aire fresco al ser un compañero capaz y útil en todo momento, muy alejado del arquetipo popularizado por Nigel Bruce. El Sherlock Holmes de Christopher Plummer no es menos sorprendente: el actor canadiense nos regaló a un detective lleno de humanidad y alejado del arquetipo de perfección y frialdad al que a menudo estamos acostumbrados. En su humanidad y su capacidad para aceptar la derrota se encuentra uno de los mejores elementos de Asesinato por decreto.

Ya hemos comentado cómo la representación cinematográfica del enfrentamiento entre Holmes y el Destripador suele derivar a vericuetos de índole social. En esta ocasión, el film lo lleva más allá, convirtiéndose en una suerte de alegato contra el abandono sufrido por las clases populares de Whitechapel. Los crímenes terminan siendo un castigo innecesariamente violento causado por unos personajes que consideran estar por encima de la ley y cuyo único castigo puede provenir de un Sherlock Holmes ajeno a las convenciones morales. Al final, los verdaderos causantes de la locura saldrán bien librados y el pueblo no conseguirá librarse de ellos, como siempre sucede.

Asesinato por decreto fue la película clave para acabar de cimentar en el imaginario colectivo la teoría de la conspiración real y, al mismo tiempo, mostrar el enfrentamiento definitivo entre el detective y el Destripador en la gran pantalla. El guión de John Hopkins es un ejemplo de conocimiento y comprensión de los dos elementos que conforman la película, tanto los asesinatos de Whitechapel como los personajes de Sir Arthur Conan Doyle, consiguiendo crear un nuevo todo que engloba a ambos y les da sentido pleno.

El éxito de la película y sus postulados se ponen claramente de manifiesto si nos fijamos en la miniserie Jack el destripador (Jack the Ripper, 1988) de la BBC. Esta obra realizada en el centenario de los sucesos del East End, consiguió en su momento llevar a la pequeña pantalla al mismísimo Michael Caine en el papel del Inspector Abberline, apoyado por actores como Armand Assante o actrices como Jane Seymour. Un rotundo éxito de público y crítica en su momento, la serie resulta una suerte de actualización de Asesinato por decreto, pudiendo dedicar mucho más tiempo en las diferentes pistas y ofrecer varios sospechosos, mostrando la vigencia de la película sherlockiana. De hecho, no resulta muy aventurado ver aún reflejos de la misma en Desde el infierno (From Hell, 2001). En ella, el tratamiento de Abberline parece más cercano a una visión alucinada de Sherlock Holmes que al personaje presentado en la obra maestra del cómic que inspiró la película.

Locuras españolas con cocido y asesino

Holmes & Watson. Madrid Days (2012) es una película de esas que hay que verla para creerla. José Luis Garci, convertido desde hace ya muchos años en el representante de lo más casposo del cine nacional, se enfrenta a la figura de Sherlock Holmes, trayéndolo a España y enfrentándolo al mismísimo Jack el destripador por las calles de nuestra capital. Siendo sinceros, suena a chiste, pero no lo es. En un mundo cinematográfico cada vez más adocenado y previsible hasta se agradecen las locuras de este tipo, independiente de su resultado artístico.

Para evitar una caída irremediable en la crítica más gratuita aclaremos desde el principio que la película de Garci es un despropósito cinematográfico de proporciones grotescas. Es una película que ha nacido siendo estática, fuera del tiempo, con transiciones entre escenas vergonzantes que hilvanan una sucesión de episodios sin interés alguno para el espectador. No hay tensión en ningún momento y uno tiene la sensación de que todo es una suerte de chiste privado que nunca podrá interpretar.

Tal vez haya más de verdad de lo que uno podría esperar en esa afirmación. La ausencia en el guión del habitual Horacio Valcárcel se ve paliada por la existencia de un personaje secundario del mismo apellido, por ejemplo. Toda la película, incluidos sus momentos más surrealistas acerca de la cultura española, podría ser vista como el resultado de que Garci pensara en voz alta, repasando sus personales ideas sobre Madrid, el cine y lo español. Esto no evita que volvamos a incidir en el nulo interés cinematográfico del experimento, pero sí que apunta a un posible ángulo de estudio diferente al aquí empleado.

Nuestro primer punto de interés deben ser, obligatoriamente, las figuras del detective y su ayudante. Gary Piquer es un Sherlock interesante, pero por desgracia fallido. Su aspecto es ideal para un detective ya mayor, cansado y algo melancólico, pero la verdad es que cronológicamente deberíamos estar ante Holmes en su plenitud. La película se anunció inicialmente con el título de Holmes. Madrid Suite 1890, lo que nos sitúa perfectamente en la cronología del personaje, un año antes de su desaparición en Reichenbach. El asunto de Watson es más complejo: José Luis García Pérez tiene en sus manos a un doctor que resulta ser un Don Juan absoluto, impecable y tan hábil para todo como su amigo Sherlock. Esa aparente perfección juega en contra del personaje, acabando con toda su personalidad y dejándolo vacío de significado.

El guionista que colaboró con Garci, el también crítico de cine y antiguo fiscal general del Estado Eduardo Torres-Dulce, se supone un gran conocedor del personaje de Conan Doyle, sin embargo esto no se nota en la pantalla. Su Sherlock se deja llevar por sueños premonitorios, se limita a reaccionar a los elementos y nunca actúa para atrapar al criminal. Es un espectador, innecesario en todo momento, sin influencia sobre los sucesos. Cierto es que seguramente se podría decir que todo el caso es un enorme macguffin para traer a Sherlock a España, pero eso no mejora mucho las cosas si en el proceso lo que se hace es eliminar todo aquello que define a Holmes como personaje y dejarnos una sombra que vagabundea por la pantalla sin objetivo ni motivo real.

El tratamiento del asunto de Jack el destripador es el otro asunto de interés para nosotros. Aquí, de nuevo parece que nos enfrentamos a un conocimiento superficial del asunto que se trata de ocultar de cualquier modo. Así, en su visita a una Scotland Yard que acababa de trasladarse, Sherlock Holmes conversa con el mismísimo Frederick Abberline sobre el crimen y se repasan los principales candidatos y algunos detalles. Es curioso que no mencionen por su nombre al candidato favorito de Abberline, George Chapman, o que se inventen una rocambolesca historia relacionada con un cuchillo Bowie encontrado en el pub Ten Bells. Así, de golpe y porrazo, la principal pista que une los crímenes de Madrid y los de Jack el destripador es el uso de dicho arma, algo que no tiene ninguna relación con los asesinatos de Whitechapel.

El periplo por Madrid de nuestro Jack no es mucho mejor. No hay ninguna referencia a los lugares en los que se realizan los asesinatos y el único parecido real es que el último de ellos se lleva a cabo en la habitación de la víctima y sea el más salvaje. Pero incluso en ese caso, en lugar de una prostituta, nos encontramos con una cabaretera decente que iba a casarse con un valiente periodista. El momento más incongruente, de todos modos, queda para cuando dicho periodista cuenta emocionado cómo la primera muerta en Madrid se llamaba Ana María, como la primera víctima canónica de Jack, Mary Ann Nichols. Luego descubriremos que la cuarta mujer que caerá en manos del asesino se llamará Milagros «la jerezana», cuya relación con Catherine Eddowes se nos escapa a día de hoy.

Finalmente Garci y Torres-Dulce terminan rindiéndose a una variación sobre el tema de la conspiración real, en este caso dejando fuera de la ecuación a la realeza para centrarse en los intereses urbanísticos. La idea de una suerte de asesinos de alquiler dedicados a ayudar a la gentrificación de los barrios y la limpieza de los mismos para disfrute económico de constructores puede sonar hasta curiosa; el problema es que Whitechapel no fue remodelada en ningún momento como resultado de los crímenes del Destripador y que hasta después del Blitz alemán en la Segunda Guerra Mundial no se realizarían actuaciones notables en su urbanismo. Así pues, los resultados de la conspiración no parece que fuesen tan efectivos como para que esta se exportase al extranjero.

La película resulta curiosa por ser el peor acercamiento cinematográfico al enfrentamiento entre Sherlock y el Destripador. El hecho de que dicho enfrentamiento no llegue a producirse es la verdadera novedad del asunto, así como el que Holmes no sea capaz más que de tratar de mostrar que sabía lo que había detrás del asunto en una escena que funciona como un añadido sin sentido a su vuelta a Londres. En ningún momento el detective hace más que vagar perdido por la ciudad, aparentemente menos interesado en los crímenes que se suceden que en hablar de vaguedades y tratar de mostrarnos lo interesante que le resulta a Garci la España de finales del XIX.

En busca del enfrentamiento definitivo 

A día de hoy, todavía no nos han contado el choque definitivo entre la mente deductiva de Sherlock Holmes y la criminal de Jack el Destripador. Lo más parecido ha sido la muy notable Asesinato por decreto, pero uno no puede evitar imaginarse qué podría pasar si algún cineasta se atreviese a salir de la zona de confort instaurada por la conspiración real y sus aledaños para traernos una historia que realmente mostrase a Sherlock Holmes frente a un asesino en serie.

Lo más probable es que Jack el Destripador no fuese fruto de rocambolescas conspiraciones en las más altas esferas, ni un notable personaje del Londres de finales del XIX, sino un anónimo habitante de la capital inglesa. Esa visión que podríamos llamar realista es la que se echa de menos en las narraciones de su enfrentamiento con Sherlock Holmes. A pesar de que, como demostró Alan Moore en su magistral From Hell, la idea de poner los crímenes al servicio de los masones o semejantes pueda dar a luz historias casi inmejorables, eso no parece conseguir que se haga una suerte de justicia. Convertir los crímenes de Whitechapel en un efecto secundario de la extorsión o en una venganza por agravios del pasado, es quitarle parte de la gravedad; hacer que nos olvidemos de que las víctimas eran personas reales y las convirtamos solamente en engranajes de una trama mayor, es condenarlas a ser personajes de ficción.

Lo más probable es que nunca sepamos quién fue Jack, ni siquiera cuantas víctimas murieron realmente a sus manos, así que siempre necesitaremos que la ficción nos permita capturarlo, y quién mejor que Sherlock Holmes para hacerlo. Esperemos que en el futuro alguna versión del criminal logre ceñirse a la realidad y no haga que una serie de horrendos asesinatos se conviertan por arte de magia en una inofensiva narración.

Ismael Rodríguez Gómez
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