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Cinefórum CXCVII: Los santos inocentes

A la hora de continuar una película que gira en torno a la soberbia de la aristocracia, era inevitable volver la mirada hacia una de las obras cumbres de nuestro cine: Los santos inocentes (1984), de Mario Camus.

Adaptación de la novela homónima de Miguel Delibes, la cinta trascendió el peyorativo (pero sintomático) epítome de película de paletos para convertirse en todo un fenómeno cinematográfico: éxito de crítica y público, gozó de un prestigio internacional coronado con la mención especial del jurado de Cannes y con el premio, ex aequo, a la mejor interpretación masculina para Alfredo Landa y Francisco Rabal. Sirva como ejemplo de su trascendencia fuera de nuestras fronteras el hecho de que Viggo Mortensen afirme haberla visto al menos una vez al mes durante el (maratoniano) rodaje de año y medio de El señor de los anillos (2001 – 2003).  Ahí es nada.

Los santos inocentes nos narra la historia de una humilde familia de campesinos que trabajan y (mal)viven a las órdenes de los señores de un cortijo extremeño, de quienes padecen, sumisos, las continuas humillaciones inherentes a su condición social. Delibes, muy bien llevado siempre a la gran pantalla, encontró de nuevo un alma gemela en Mario Camus, uno de los grandes adaptadores del cine español (La casa de Bernarda Alba; La forja de un rebelde; La colmena…) que supo leer como nadie una novela cuyo espíritu impregna toda la película: la fotografía, empapada de luz invernal, macilenta, parece emanar de la melancolía del terruño y de las desdichas de las personas que viven ancladas a su esclavitud; la dirección, alejada del subrayado fácil, abraza la emoción a través de la verosimilitud de la sencillez contemplativa; y todo ello complementado y potenciado por una austera banda sonora de Antón García Abril, inspirada en los sonidos del campo y los animales, y un reparto que parece la viva encarnación de los personajes de Delibes: a los citados Landa y Rabal, les acompañan los no menos inspirados Terele Pávez, Juan Diego, Agustín González o Mary Carrillo.

Pero si estamos hoy aquí hablando de Los santos inocentes es, sobre todo, porque Camus consiguió plasmar en ella el fresco más descarnado de lo que era, fue y en parte sigue siendo, la España más oscura; esa España de latifundios, terratenientes y campesinos; una España que hunde sus raíces en el feudalismo y que se proyecta hasta nosotros haciéndonos dudar de la propia cronología de la historia (son los años sesenta, pero podría ser el siglo XII o la actualidad); porque la dialéctica social de amos y siervos sigue más viva de lo que queremos aceptar. A mandar, que para eso estamos.

los santos inocentesPese a que la narración de Delibes, y por tanto la de Camus, pudiese interpretarse como un cuento moral de buenos y malos, su tratamiento dista radicalmente de la idealización maniquea y adopta la forma del realismo más descarnado. Es un retrato completo: aristocracia, burguesía y campesinado pobre; pero a diferencia del original literario, el cineasta le insufla algo de esperanza dejándonos ver que el futuro de las las nuevas generaciones (los hijos, tanto de siervos como de amos), no será igual que el de los padres. Y como marco y juez de todo, la implacable naturaleza; ese tribunal supremo que nos iguala a todos. Incluido al señorito, tirano amable que encuentra la muerte en un crimen que, pese a la conmoción de Delibes, fue vitoreado por los espectadores como un acto de justicia del más inocente de los santos.

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