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Songs: Ohia – «Farewell Transmission»

Hay momentos mágicos en la música. Por ejemplo, siempre se recuerda que Eric Clapton entró una vez en el estudio y se encontró a Jim Gordon tocando en el piano una pieza que había compuesto, la unió a una canción que ya tenían y el resultado fue esa maravilla que se llama Layla. Pero, de todos esos grandes momentos musicales, es posible que mi favorito sea el protagonizado por un pequeño grupo ya tristemente desaparecido llamado Songs: Ohia.

En realidad, llamar grupo a Songs: Ohia es una de esas mentiras piadosas de la que todos participamos. En realidad, el grupo era Jason Molina, sus demonios y una mirada amplia e integradora de la música que guiaba a una banda que realmente nunca lo fue. Jason Molina era un currante de la música: trabajaba durante ocho horas al día y desechaba la mayor parte de lo que producía; lo que se salvaba de la quema era, posiblemente, la unión perfecta de la sensibilidad de un cantautor con la música indie y la americana. De manera gradual, a través de una discografía que parece inacabable, Molina iba acercándose hacia un ideal que unía la tradición estadounidense con la modernidad. Terminaría lográndolo con Songs: Ohia en su séptimo disco, llamado The Magnolia Electric Co., publicado en 2003.

Se abría ese trabajo con la canción definitiva de Jason Molina: Farewell Transmission. Grabada en el estudio de Steve Albini en Chicago, se trata de la personificación de todo lo que la música de Molina quiso ser alguna vez. Para realizarla, reunió a todos los músicos que pudo en el estudio y, simplemente, les dio unas pequeñas pautas para después ponerse a tocar todos juntos. El resultado fue una obra maestra de algo más de siete minutos en los que la música lo es todo y cada sonido entra y sale en el momento que debe. Al parecer, Steve Albini abría y cerraba la puerta del estudio para que el sonido se saturara más o menos; pero aparte de eso lo que escuchamos es lo que sonó en ese momento mágico en el que las estrellas se alinearon para que todo fuese perfecto. Farewell Transmission capturó así un instante único, una conjunción que nunca más podría haberse dado.

Jason Molina cambió el nombre de su proyecto justo tras hacer una gira por España en 2003, para pasar a llamarlo como el disco que abría Farewell Transmission: Magnolia Electric Co. Iría alternando discos con ese nombre, otros como Jason Molina y una colaboración con Will Johson llamada, de manera poco original, Molina & Johnson. Su carrera parecía destinada a la grandeza y, sobre todo, a la producción sin fin. Pero en 2009 todo se paró, se canceló la gira de Molina & Johnson y Jason Molina desapareció de la escena musical.

No se sabía nada de él. En 2011, su familia dijo que estaba visitando hospitales y centros de rehabilitación, pero que ahora vivía en una granja y esperaba recuperarse y volver a la música. En 2012, el propio Molina dijo que veía la luz al final del túnel, que el tratamiento funcionaba y que había proyectos musicales en la cercanía. Finalmente, el 16 de marzo de 2013 Jason Molina abandonó este mundo, víctima del abuso del alcohol, un mal que le acompañaba desde al menos 2003. Tenía treinta y nueve años y dejaba tras de sí un legado musical a reivindicar siempre que se pueda. Entre ese gran regalo que nos dio se encuentra esta Farewell Transmission, momento mágico capturado en un estudio de Chicago.

Ismael Rodríguez Gómez
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