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Arte y Letras

A sangre y lienzo. A propósito de Velázquez y Francis Bacon

Velázquez siempre está de moda y es noticia. Las Meninas siguen paseando su inconfundible silueta por todo el mundo con las más diversas variaciones, el humilde Juan de Pareja y su majestuosa pose fueron protagonistas en el MET de Nueva York, terminando así con el anonimato artístico del discípulo que en un tiempo fue esclavo, y hace poco el gran genio volvía a la palestra por las misteriosas idas y venidas de una de sus creaciones.

Leía yo en titulares relacionados con ese cuadro que apareció repentinamente en una subasta de Sotheby’s, y desapareció de su catálogo de igual forma (el controvertido retrato de la reina Isabel de Borbón) sobre la atracción del poder en su obra. En uno de los artículos, señalaba Peio H. Riaño que el artista «apostó por el retrato, género que le abría las puertas de los despachos de los todopoderosos». Entre todos los que realizó hay uno que ha ejercido una atracción casi sobrehumana sobre todo aquel que lo ha visto: el Retrato de Inocencio X, alojado en Roma entre las salas del palacio Doria-Pamphili. La propia galería reconoce esta obra que representa a Giovanni Battista Pamphilj, Papa desde 1644 hasta 1655, como el cuadro más importante de su colección, y son numerosos los artistas y críticos que lo consideran como el mejor retrato pictórico de todos los tiempos. La intensa mirada del Papa nos sigue observando con la severidad carmesí de los poderosos. Tanto es así que es imposible sustraerse a su fuerza, y por cambios históricos que hayan transcurrido, continuamos sometidos a su implacable potestad a pesar del paso de los siglos. Giacometti lo tuvo por favorito, y otro pintor rozó la locura con este lienzo, «hechizado hasta la obsesión por su imagen… su perfección». Ese artista fue Francis Bacon.

Bacon pasó veinte años estudiando el retrato del Papa Inocencio X (desde 1949 en que está fechada la primera versión superviviente, Cabeza VI, hasta 1971), examinando reproducciones en blanco y negro en libros de texto y realizando numerosas variaciones del mismo (pintó unos más de cuarenta retratos sobre el tema). Curiosamente, sin embargo, durante su visita a Roma en 1954, decidió no ver la pintura original en la Galería. Quizá sintió temor de ser presa de la desesperación si presenciaba su grandeza, como en el soneto de Shelley[1]. Sí que visitó, en cambio, y en numerosas ocasiones, el Museo del Prado, donde solicitó permiso para acudir los días de cierre al público y poder así adentrarse íntimamente en la esencia de sus maestros. Dice en una entrevista Manuela Mena (jefa de Conservación del Museo del Prado y comisaria de la gran exposición sobre el artista que se llevó a cabo en el museo en el año 2009), que en aquellas ocasiones Bacon quería ver sólo a Velázquez y a Goya. Bacon, de personalidad compleja, perseguido por su atormentado pensamiento, plasma en sus variaciones la pesadilla y el terror.

Dice Raúl Zurita en un estudio sobre el autor titulado La Cruz y la nada, que «es en la variación más estremecedora del retrato de Inocencio X, el Estudio después del retrato de Velázquez del Papa Inocencio X, pintado en 1953 (en un período en que Bacon destruye gran parte de lo que realiza), donde esa fijeza alcanza su expresividad más extrema, su máximo estertor de demencia y de agonía». Una visión fantasmagórica que aúlla en el eterno vacío, despojado ya de toda humanidad, puro espectro que se desintegra en ese trono-cárcel que le aprisiona en la soledad de la muerte. La «angustia extrema y locura que el rostro del Papa deja traslucir está resaltada por el efecto de infinita parálisis». Un Papa (un pintor) presos ambos de las Furias, y a los que el olor a sangre humana no se les quita de los ojos[2]. Dice acertadamente Zurita que «para quien ha visto el Estudio después del retrato de Velázquez del Papa Inocencio X, el cuadro de Velázquez jamás volverá a ser el mismo. […] este Estudio representa uno de los casos más impresionantes en que la posterioridad influencia al pasado».

Mientas que Bacon se identifica con la representación del personaje, Velázquez es un genio impasible que traslada todo el desasosiego al espectador sin inmutarse. El pintor permanece sereno, mientras nosotros nos inquietamos con la mirada que nos juzga implacable, y sus manos de pájaro sujetando una carta como quien sostiene una sentencia. Si bien es cierto que el impacto de la visión de Francis Bacon permanece en nuestra retina como ese penetrante olor terrible y furioso, no dudéis vosotros en visitar en Roma la Galería, y dejaos sobrecoger por el original prodigio del gran maestro de maestros. Y a cada cual, su perdón o su condena.


[1] «Mi nombre es Ozymandias, rey de reyes: ¡Mirad mis obras, poderosos, y desesperaos!». De «Ozymandias», soneto del poeta británico Percy Bysshe Shelley.

[2] El olor a sangre humana no se me quita de los ojos. Conversaciones con Francis Bacon, es el título del libro de Franck Maubert sobre el pintor. Apunta Raúl Zurita en el estudio antes mencionado que la frase hace referencia a un verso de Esquilo, de Las Euménides, la tercera parte del tríptico de La Orestíada, que Francis Bacon citaba con frecuencia: «Y el hedor a sangre humana me sonríe alegrando mi corazón…».

Rosa Cuadrado Salinas
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