Un tal John
Cuando aún no se había inventado lo políticamente correcto y los inválidos y subnormales no eran llamados discapacitados ni deficientes, nuestro chaval iba mucho más lejos y se burlaba y los humillaba en público. Sus propios amigos le tenían que decir: «para, que te estás pasando» y su novia no sabía dónde meter la cabeza. Había dado sus primeros pasos como delincuente en la escuela, metiéndose en peleas, cometiendo toda clase de gamberradas y bromas pesadas (de las que no se libraban ni sus profesores, ni el cura del barrio) y practicando pequeños robos y extorsiones. Pero lo que prometía ser una gran carrera quedó truncada cuando quiso robar a un marinero borracho, ya unos años después. El marinero los había invitado a cenar a él y a unos amigos suyos pero eso no fue inconveniente para que un rato después nuestro chaval y un colega le quisieran robar todo su dinero. La historia dice que el marinero se defendió y sacó una pistola y ahí acabó el asunto.
Después de eso nuestro chaval dejó los robos y se dedicó a otra cosa que sabía hacer muy bien: maltratar a su novia. Hay que decir en su defensa que, como él mismo reconoció años después, «entonces en todas las películas un hombre abofeteaba a una mujer». Pero lo cierto es que nuestro chaval era bastante más que machista. Obligaba a su novia a vestir como una puta y a esperarlo durante horas en una esquina (donde era confundida evidentemente con una puta), la obligaba a coger el último tren del día, donde se tenía que juntar con borrachos y gente de mal vivir, la obligaba a estar encerrada en casa, sin poder salir a dar una vuelta ni con un amigo, mientras él se follaba a todas las tías que se le ponían a tiro, que eran muchas, porque nuestro chaval se había hecho músico y empezaba a tener éxito. Y desde luego, aunque no lo hacía mucho (porque generalmente el comportamiento de su novia era impecable, es decir, que era sumisa y no lo cuestionaba en absoluto, esto es, justo lo que se esperaba que fuera), si tenía que darle una bofetada en público pues se la daba, que para eso estaban los galanes de las películas enseñando cómo tratar a una mujer díscola. Pero lo peor no era eso, lo peor es lo poco que toleraba la enfermedad y así, cuando su novia se puso de repente mala la envió a toda prisa de vuelta a la casa materna, a que la cuidaran sus padres o la llevaran al hospital sus padres (la tuvieron que operar de urgencias) y luego se tomó su tiempo para ir a visitarla, mucho tiempo, de hecho, tanto tiempo que su novia ya se quedó sin excusas. Pero ella, que era una buena chica y estaba enamorada, siguió con él. Y aceptó quedarse preñada y ser encerrada en un piso lúgubre, lleno de borrachos y gente de mal vivir. Y aceptó que, pese a que él se casó con ella, lo cierto es que no aparecía por el piso durante semanas, que la dejaba sola, enferma y embarazada, y que luego, una vez nació el niño, siguió dejándola sola, y siguió follando con todas las que se le ponían a tiro, que eran muchas, mientras ella no sabía cuándo iba a volver a casa. Pero sí, así eran las cosas en aquel tiempo, por eso ella nunca le reprochó su embarazo (es más, asumió la plena culpa de su desliz) ni le pidió que ejerciera de padre, y él tampoco parecía dispuesto a hacer otra cosa que no fuera dedicarse a su música (que cada vez le iba mejor, dicho sea de paso) y a disfrutar de la fama.
Pero el tiempo no pasa en vano. Nuestro chaval un día cambió y reconoció que había hecho algunas cosas mal. Aunque para entonces ya tenía un enorme ejército de fans dispuestos a resarcir los daños causados, que no iban a quedarse de brazos cruzados ante la injusticia y el error, que al repasar su biografía y saber que su ídolo había robado una armónica en una tienda holandesa hacía un buen montón de años, decidieron ir a Holanda, buscar la tienda (que aún existía, según cuenta la historia) y pagarle, con dinero de su bolsillo, la armónica al tendero. Era una forma de restituir el orden universal, y con eso se quedaron la mar de contentos. No sabemos si nuestro chaval, desde la otra vida, les agradeció el gesto.
¿Qué? ¿Que de quién estoy hablando? Sí, un tal John. John Lennon. Seguro que os suena…
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