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Una mina que escupe hombres – 12 de abril

En el Congo, nueve hombres han salido vivos de una mina de oro que se había derrumbado. Sus compañeros los esperan al sol, mientras el agujero arenoso se abre y se cierra como la boca de un pez que agoniza. A cada hombre que logra escapar de la montaña, lo reciben como un héroe. Es un gol marcado a las entrañas de la tierra. La mina escupe a los hombres. Son restos de un combate mientras guarda su tesoro: el oro que otros hombres arrancarán en otra galería, otro día de penumbras, mientras los accionistas acarician sus ganancias. En el Congo, ese día hubo luz para todos.

Oro, coltán, wolframio y estaño: minerales de sangre. De eso está hecho mi móvil, y el tuyo, y el del banquero. El dinero está en todos los consejos de administración de las empresas mineras. Bank of America, JP Morgan, HSBC: todos tienen a su hombre o mujer en La Habana de los recursos de la tierra. Supuestamente vigila la deontología del negocio, pero en el Congo se pierde la cuenta de los muertos bajo tierra. Son las minas artesanales, excusan, pero en las industrias también hay niños, y muertos. Y los treinta años de guerra por los metales ya dejan cinco millones de cadáveres: mártires de la globalización.

Los mineros se llaman unos a otros: Christ, Frank, Alain. Mi patria es la lengua, decía Gelman. En el Congo, la patria colonial pervive en los nombres. Patrice ya hay pocos. Ni siquiera en la antigua, minera y rica Katanga, sobre la que Patricio Lumumba intentó construir una nación. Cinco meses después de su grito de independencia, mercenarios a sueldo de Bélgica y Estados Unidos lo secuestraron, lo torturaron y lo disolvieron en ácido. Antes de matarlo le taparon los ojos con una venda, pero Vuillard escribe que Lumumba pidió que se la quitaran, porque quería ver la muerte «cara a cara». Y su luz desapareció.

Después de un alud hay quince minutos para mantener la esperanza. Cuando llega la avalancha, recomiendan proteger la cara con los brazos para formar un hueco. Tal vez desde ahí se pueda respirar. También recomiendan tener alguna referencia para saber dónde está arriba y dónde abajo, para no escarbar la propia tumba pensando que se gana el cielo. Quién sabe si en el Congo usan estos consejos, o qué leyes habrán inventado para sobrevivir a la tierra. El poeta Gelman elegía una esperanza de panes desesperados porque decía que se jugaba la muerte, el último precio del oro de unas minas sin brillo.


Extramuros es una columna informativa de Efecto Doppler, en Radio 3.

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Víctor García Guerrero
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