NELINTRE
Divulgación

Y ahora marchemos gozosas a la libertad

La noche del 9 de enero de 1873, más de un millar de personas se agolpan a la entrada del Instituto Cooper de Nueva York, donde la candidata a la presidencia de los Estados Unidos va a dar una conferencia. Cuando llega un carruaje en el que según los rumores viaja alguien importante, un pasillo humano impide que los marshals detengan a los ocupantes. Una vieja cuáquera, aparentemente sorda, logra entrar en el edificio rechazando la ayuda que le ofrecen. Ya en el escenario, y como por arte de magia, la anciana se transforma en Victoria Woodhull. Alza los brazos. Levanta la cabeza en actitud desafiante. Ha logrado burlar la orden de arresto que pende sobre ella. Durante la siguiente hora y media reivindicará la libertad religiosa, el socialismo y el amor libre. Cuando concluye su discurso se entrega voluntariamente a los marshals, quienes la conducen a prisión.

La historia de Victoria, bautizada así en honor de la recientemente elevada al trono reina de Inglaterra, comienza en 1838, en Homer, Ohio (para que luego digan que los nombres no tienen importancia en las epopeyas personales). Allí había ido a parar por azar su padre, Buck Claflin, vendedor de aceite de serpiente, como esos personajes de las películas del oeste que van de pueblo en pueblo ofreciendo elixires milagrosos. Con un cuadro parental que se completaba con una fanática religiosa en funciones de más o menos madre, la infancia de Victoria y sus hermanos consistió en una sucesión de golpes que envolvían pero no disimulaban la más absoluta de las pobrezas. Tendría que llegar la imaginación y la capacidad fabuladora de una adulta Victoria para convertir este panorama desolador en un paisaje idílico en el que Buck se convirtió en un abogado trasunto de Atticus Finch y ella en una privilegiada estudiosa con la extraordinaria habilidad de recordar una página entera con solo haberla ojeado una vez (al parecer esto era cierto, o casi).

Ilustración de Tennessee Claflin, de Raquel Valbuena

El negocio paterno no debía de ser como para dar dividendos, así que Buck tuvo que diversificar su oferta de servicios. Para ello no dudó en promocionar a Victoria y Tennessee, su hermana menor, como médiums, lo que se vio favorecido por el don de la clarividencia que poseían las niñas. Pero las ganancias obtenidas por estos prodigios seguían sin ser suficientes. Como suele pasar (en casa del pobre, todo son palos, o algo así), la prole de los Claflin no dejaba de crecer, así que a los quince años ya le habían encontrado a Victoria un marido. Y doctor, nada menos. Pese a que Canning Woodhull, que así se llamaba el elegido, seguramente no era tan malo como ella lo pintó (un borrachuzo putero), el matrimonio fue desgraciado desde el principio. Y la relación empeoró todavía más cuando nació Byron, quien sufría una grave discapacidad intelectual. Posiblemente aquí se encuentra el origen de una de las grandes convicciones de Victoria, la de que no debería haber matrimonios sin amor, y de una de sus posturas más controvertidas, como adalid de la eugenesia. Harta e insatisfecha, en 1849 decide irse a San Francisco, por entonces en plena fiebre del oro, donde ejerce de costurera y actriz. Pero muy brevemente. Una tarde, quizá mirando la bahía, tiene una visión de Tennie, quien reclama su presencia en la otra punta del país. Necesita su ayuda, y Victoria no tiene dudas de dónde está su deber.

Por entonces Tennie se ganaba la vida como precoz vidente y sanadora. Con solo imponer sus manos impregnadas con el ungüento que vendía su padre, era capaz de curar cualquier enfermedad, incluido el cáncer. Se trataba de una época en la que no solo el mesmerismo todavía era visto como un método científico, sino que el espiritismo, como movimiento religioso, vivía sus años de máximo esplendor, con millones de practicantes solo en Estados Unidos. Es la época de las hermanas Fox, las estrellas del circo Barnum, capaces de comunicarse con los muertos. Pero las implicaciones de esta corriente iban más allá de lo paranormal, pues también suponía una de las pocas vías que tenían las mujeres para expresarse libremente, algo que las otras religiones establecidas las tenían radicalmente vetado.

Pero, obviamente, lo magufo sigue siendo magufo, por muy buenas intenciones que tenga. Y si no que se lo digan a la pobre paciente que dejó que Tennie le aplicara el dichoso ungüento, tuvo una mala reacción, y se murió. Cierto que las víctimas mortales de las malas prácticas pseudocientíficas no suelen quejarse (a no ser que utilicen médiums, que ya iba a ser raro), pero ahí están las fuerzas del orden para poner, bueno, eso, orden. Buck y Tennie tuvieron que huir sin despedirse ni dar las gracias. Esa muerte pesaría a lo largo de los años si no sobre la conciencia (eso no lo sabemos), sí sobre la reputación de Tennie.

Ilustración de Victoria Woodhull, de Raquel Valbuena

El muro de cristal

De vuelta al Este, Victoria sobrevive como vidente, según ella con un éxito extraordinario. Pero, como en tantas otras ocasiones, es más que cuestionable que los dólares se le salieran de los bolsillos, como aseguraría más tarde. De lo que no hay duda es de que en 1861 nacería su hija Zulu (más tarde Zula Maud) y de que tras conocer al coronel James Harvey Blood, un inteligente y radical veterano de la Guerra de Secesión, decidirá desafiar las convenciones y finalmente se divorciará de Canning para casarse con James. Ya reunida con su familia, recorre la línea de frente currando a mansalva. Y así hasta que en 1868 su amigo y mentor, Demóstenes (sí, el orador griego), le aconseja que se vaya a Nueva York.

Y buen ojo había tenido Demóstenes, porque en la que pronto sería la capital del mundo, las hermanas conocieron a Cornelius Vanderbilt, el magnate de los transportes, quien inmediatamente cayó rendido ante sus encantos. Quizá en el doble sentido. Deseoso de contactar con su madre, su mujer y su hijo, todos fallecidos, encontró en las hermanas un medio de comunicación infalible. Como recompensa, él les dio algunos consejos financieros. Con un protector como Vanderbilt y una audacia extraordinaria, Woodhull y Claflin no solo lograron ganar en poco tiempo una fortuna considerable gracias a avispadas inversiones y a una especulación galopante, sino que se convirtieron en las primeras mujeres que ejercieron como corredoras de bolsa. Las primeras y últimas hasta cien años después.

Como cuenta Myra MacPherson al inicio de su biografía The Scarlet Sisters, en poco tiempo estas muchachas que se las apañaban como podían timando, embaucando, quizá prostituyéndose, se habían convertido en unas celebridades que al inaugurar su propia agencia de bolsa eran capaces de paralizar la ciudad. Una ciudad que también en poco tiempo estaba pasando de ser ese desagüe inmundo descrito por Scorsese en Gangs of New York a una próspera y moderna ciudad. De la misma manera que la ciudad trataba de ocultar su corrupción y miseria, las hermanas hacían todo lo posible por embellecer su pasado, presentándose ante la aristocracia económica como damas respetables en las que se podía confiar. Pero solo hasta cierto punto.

Porque Victoria y Tennie tenían unos valores que no podían ser bien vistos. Eran, y que las señoras se tapen los ojos, feministas. Con sus logros financieros habían demostrado que las mujeres también podían triunfar en un entorno hasta entonces monopolizado por los hombres; pero el triunfo en Wall Street era solo un primer paso. Un medio de conseguir estabilidad y recursos. Ahora que lo habían conseguido, Woodhull podía anunciar cuál era su verdadero propósito: convertirse en la próxima presidenta de los Estados Unidos.

Su programa tenía como punto fuerte la reivindicación de los derechos de las mujeres, en especial el derecho al voto, aliñado con diversas propuestas de tinte socialista: una reforma impositiva, jornadas de trabajo de ocho horas, seguridad social para los pobres, educación obligatoria y abolición de la pena de muerte. A través de su revista Woodhull & Claflin Weekly, también la primera editada por unas mujeres en Estados Unidos, desarrollaron su ideario, sostenido en la igualdad (también en lo sexual, una novedad revolucionaria) y la participación de las mujeres en la política y los negocios. La revista trataba temas como la prostitución, la corrupción en Wall Street, la educación sexual, el vegetarianismo y el espiritismo. La publicidad, igualmente variopinta, incluía desde anuncios de banqueros a otros de médiums y curas para el cáncer. Su principal redactor era Stephen Andrews, apóstol del amor libre, mientras que Blood se encargaba de la parte económica.

Paralelamente a la actividad teórica, las hermanas también llevaron a la práctica sus ideas. Trasladadas a Washington para ejercer en pro del sufragio femenino como lobistas (fue precisamente en esta época cuando surgió el término), se basan en la decimocuarta y decimoquinta enmiendas de la Constitución, introducidas tras la abolición de la esclavitud y que dan el voto a todos los ciudadanos (y no a todos los hombres) para reclamar el voto de las mujeres. Su iniciativa ante el Congreso fracasa, pero ya se han convertido en estrellas del movimiento sufragista, contando incluso con el respaldo de la mítica Susan B. Anthony.

Sin embargo, no todas las sufragistas estaban de su lado. El movimiento estaba dividido entre liberales y conservadoras, estas últimas lideradas por Lucy Stone, quien creía que unirse a unas mujeres de tan cuestionada reputación sería un lastre para la causa. Pero el fuego amigo no sería nada comparado con el arsenal que tenían preparados los antisufragistas, encabezados por el reverendo Henry Ward Beecher, popularísimo predicador y hermano de Harriet Beecher, autora de La cabaña del tío Tom, furibunda opositora al voto de las mujeres ella misma (como la mayoría de las mujeres de la época, por otra parte). Aunque, de momento, su mayor enemigo estaba, literalmente, en casa.

Annie, su madre, apoyada por su hija Polly, acusó a Blood de amenazar con asesinarla y meterla en un manicomio, es de suponer que de manera alternativa. En el subsecuente juicio salen a la luz todos los trapos sucios de la familia, que las hermanas tanto se habían esforzado por ocultar. Annie, que claramente no estaba en sus cabales, asegura que Blood le había alienado los afectos de sus hijas y que practicaba el amor libre en su casa. La verdad, no mucho más bonita, es que Polly había intentado chantajear a sus ahora ricas hermanas, mostrándose dispuesta a demostrar que Woodhull era bígama. El veredicto del juicio es desconocido, pero la imagen que Victoria y Tennie se habían fabricado se derrumbó. A partir de este momento serán vistas como infiltradas, como unas vagabundas que se han colado en una fiesta a la que no pertenecen. Mientras las sufragistas se apartan de ellas, los escándalos continúan: ahora Annie dice que ha sido secuestrada por Blood y el marido de Polly aparece muerto en un hotel, probablemente suicidado.

Un fantasma recorre América

Parece un buen momento para tomar aire, y Woodhull inicia una gira por todo el país que incluye ciento cincuenta paradas, explicando en qué consiste el amor libre para ella. En realidad se trata de un ideal romántico, defiende, pues no es más que el amor entre dos personas que se quieren y disfrutan del sexo. No está en contra del matrimonio en sí, sino del obligatorio, de aquel del que no se puede escapar. También ataca la violación dentro del matrimonio, un concepto hasta entonces tenido como contradictorio en sus términos. El matrimonio, tal y como lo sostienen las religiones mayoritarias, es una excusa para el abuso y la opresión. El matrimonio sin amor es una forma de prostitución. Pero, ojo, que Victoria es una gran defensora de las prostitutas. ¿Qué hay de malo en intentar ganarse la vida? El reproche moral, en todo caso, recaería en esos padres de familia que por el día defienden la moralidad tradicional y por la noche se van con (una) cualquiera.

Hablando de hipócritas, vuelve a aparecer por aquí el reverendo Beecher, quien tras el juicio a la familia Claflin había redoblado su campaña en contra de estas mujeres escarlata. También Harriet se había unido a la jauría con la publicación de Mi esposa y yo, una novela en clave con Woodhull como apenas disimulada protagonista. Victoria, hartísima, se entera de que el reverendo había tenido una aventura con la mujer de Theodore Tilton, un político progresista y para más inri ferviente admirador de Beecher. De momento Victoria se muestra moderada: manda cartas a diversos periódicos con insinuaciones, eso sí bien claras: o los Beecher la dejan en paz o la verdad se sabrá.

Con el apoyo de Tilton, ahora convertido en su admirador y autor de una peculiar biografía, Victoria C. Woodhull: A Biographical Sketch, Victoria trata de ligar una heterogénea coalición política: espiritistas, activistas sindicales, negros liberados, socialistas, abolicionistas, partidarios del amor libre y feministas radicales, a los que unía su condición de desfavorecidos y oprimidos. Si por una parte se había ganado el favor de los espiritistas, de hecho la religión más liberal, gracias a sus dotes paranormales (en su biografía aseguraba conversar habitualmente con espíritus, no se olvidaba de su viejo amigo Demóstenes y afirmaba haber resucitado en una ocasión a su hijo), por otro lado usaba el Weekly para propagar su ideario socialista, incluyendo la publicación por primera vez en inglés de El manifiesto comunista y una entrevista al mismísimo Marx. Las hace dos años estrellas de Wall Street eran ahora unas furibundas anticapitalistas. Ni tan siquiera Vanderbilt se libra de sus ataques.

El 20 de noviembre de 1871, un año antes de las elecciones, Woodhull da un discurso ante más de tres mil personas en Nueva York. El ambiente es eléctrico, los ánimos están exaltados. Una mujer del público se levanta y le pregunta sobre los hijos ilegítimos. Se trata de su hermana Utica, bajo los efectos de las drogas. Muchos de los aquí presentes quizá sean ilegítimos, dice Victoria. Gran escándalo. No se amilana. Ella está a favor de la monogamia, pero quiere que las mujeres tengan derecho a amar a quien quieran y cuando quieran, sin que las leyes las constriñan. Estas palabras, vistas por muchos como una confesión de su propia prostitución, la perseguirán durante toda la vida.

Si Victoria era radical pero formal, siempre capaz de mantener la compostura, Tennie era la vehemente, una rebelde capaz de hechizar a curtidos reporteros gracias a su belleza, encanto y naturalidad. Ella misma se presentó como candidata al Congreso, con el resultado esperado. Pero su movimiento más sagaz fue ofrecerse como candidata al puesto de coronela honoraria de un regimiento de veteranos de la Guardia Nacional. Un nuevo fracaso que no le paró las pies. Pese a que la prensa no se cansaba de ridiculizarla (con un furioso New York Times a la cabeza, beligerante en contra de su propuesta de igualdad salarial, y que no dudaba en calificarla de prostituta), al poco tiempo logró ser nombrada coronela del único regimiento de negros de Nueva York.

Sin embargo, la estrategia política tan cuidadosamente elaborada por las hermanas estaba a punto de resquebrajarse. Primero fue Anthony quien rompió con ellas, molesta por su exposición pública y poco confiada en las posibilidades presidenciales de Woodhull. El paulatino alejamiento se convierte en enemistad feroz cuando la veterana feminista acusa a la recién llegada de dividir el movimiento sufragista y de ejercer una mezquina estrategia chantajista. También Vanderbilt se aparta de ellas a toda velocidad, y con él todo el respaldo económico que una vez tuvieron. Es lo que tiene proclamarse anticapitalista. Pero es que también Marx les da la espalda. Eso del voto de las mujeres y el amor libre le parece una cosa como muy burguesa. Así que al Partido por la Igualdad de Derechos solo le quedan los espiritistas. Ni tan siquiera Frederick Douglass, el antiguo esclavo negro convertido en un muy influyente intelectual, que había sido elegido (sin su conocimiento) como candidato a vicepresidente en la candidatura de Woodhull, le da su apoyo. Si ni tu vicepresidente te va a votar, lo llevas claro.

Su nombre en los periódicos

Mientras tanto, continúa la batalla con Beecher. Como este no había cesado en sus ataques, Victoria decide publicar todo lo que sabe en el Weekly. El bombazo resuena en todo el país. Se trata de una diatriba sin concesiones contra la hipocresía y la falsa moral. Aunque era evidente que entre los motivos que la movían también estaban el rencor y las ganas de vengarse. Pero este no sería el único artículo escandaloso que iba a tener unas consecuencias desastrosas para las hermanas. Poco después aparece la descripción de una fiesta en la que habían participado una gran cantidad de banqueros y hombres de negocios, algunos identificados con nombres y apellidos, que se había convertido en una bacanal en la que varias mujeres, incluidas algunas menores, habían sido asaltadas y violadas. Algo muy similar a lo que se supo hace unos meses sobre la Cena de Presidentes en la City londinense.

Con estas exclusivas, el Weekly conoce su mayor éxito, con más de cien mil ejemplares vendidos. Pero iba a salir caro. Anthony Comstock, un cruzado contra la obscenidad, un individuo ridículo tipo William Hays, de esos que tanto daño pueden hacer con sus tonterías, decide tomárselo como algo personal. No el adulterio del reverendo, ni la actitud delictiva de los banqueros, sino que esas mujeres se atrevieran a publicar algo así. De forma artera, pide a dos empleados que soliciten unos ejemplares del Weekly para que se los envíen expresamente por correo. Así puede demandar a las hermanas por enviar material obsceno, un delito tipificado por el que Victoria y Tennie acaban entre rejas.

Y esta no era la única acusación a la que tuvieron que hacer frente, pues uno de los banqueros citados en el artículo decide demandarlas por libelo. Aunque las hermanas tienen como defensor al hábil e histriónico William F. Howe (del que se decía que guardaba una cebolla en el bolsillo para provocarse sus ataques de llanto), y el caso no se sostenía por ningún lado, el juez no está por la labor de agilizar los trámites. Woodhull tendrá que enterarse desde la cárcel de la aplastante reelección de Grant como presidente de los Estados Unidos. Pasarán un mes encerradas hasta que finalmente logren la libertad (bajo una desproporcionada fianza). Pero Comstock repite el truco y la policía se pone otra vez en su busca. Será entonces cuando se produzca la escena descrita al inicio del artículo.

Durante los siguientes meses las hermanas tendrán que seguir enfrentándose a un acoso judicial implacable, lo que tendrá como consecuencia que Victoria sufra un colapso que la deja a las puertas de la muerte (de hecho, algún periódico anunciará su fallecimiento, pero es que la fuente no era muy fiable: Tennie). Para cuando en 1873 se desencadene una terrible crisis financiera, ellas ya están arruinadas y sin aliados. Se trató de una debacle económica muy similar a la que ha tenido lugar a principios del siglo XXI, causada por la especulación inmobiliaria y los créditos fáciles y los bancos quebrados, todo aliñado con sus gotitas de corrupción. O más bien sus toneladas. El escenario es propicio para tratar de retomar la iniciativa política, y Woodhull y Claflin fundan el Partido Populista, con el objetivo prioritario de acabar con la escandalosa depravación que anidaba en la administración de Grant.

Pero hay un importante escollo en medio de su camino. Los problemas legales no se han acabado y en 1874 vuelven a entrar en prisión a la espera de su juicio por libelo. Pese a sufrir a un juez que hizo más labores de acusación que de arbitraje, finalmente fueron absueltas. Pero este juicio no fue nada comparado con el que enfrentó a Tilton con Beecher, la mayor cause célèbre de la época, un espectáculo que copó todas las portadas y mantuvo en vilo al país durante más de seis meses. A lo largo de las sesiones quedó claro que Beecher era un auténtico Tartufo, un adúltero y un perjuro, que su promiscuidad era depredadora y bien conocida, hasta el punto de que los propios responsables de su Iglesia le pidieron que se controlara. Incluso la reticente esposa de Tilton acabó por confesar que todo era verdad. El resultado era de esperar: Beecher fue absuelto y las peor paradas fueron las hermanas, acusadas repetidamente de ser prostitutas y con su reputación ya irremediablemente arruinada.

Su casa es su castillo

Sin contar con ningún apoyo, tienen que echar el cierre al Weekly y sobreviven dando discursos, cada vez con menos repercusión. Otro disgusto es la separación definitiva de Woodhull y Blood (del que ya solo sabremos que desapareció en África, donde estaba buscando oro un poco al azar). Como no tienen nada que perder, en 1877 deciden irse a Inglaterra (¿las financió la familia Vanderbilt, para que no se inmiscuyeran en la herencia del recién fallecido o fue Beecher para que dejaran de incordiar?). Allí dejan atrás su pasado y su evangelio del amor libre. También dejan atrás sus problemas económicos cuando Tennie conoce a Francis Cook, uno de los hombres más ricos de Inglaterra, cultivado, coleccionista de arte, atractivo, y veintiocho años mayor que ella.

En busca de conseguir una respetabilidad que siempre le ha sido esquiva, Victoria dice ahora que el matrimonio es sagrado. Y quiere demostrarlo casándose con John Martin, todo un caballero perteneciente a una próspera familia de banqueros. Y además feminista. Pronto aparecen los recelos de madre, tías y demás parentela, a los que el cambio de apellido de Victoria, que momentáneamente pasa a llamarse Woodhall (y asegura descender de la realeza escocesa y alemana) y su nueva reescritura del pasado (ahora la culpa de todo la tenían Blood y Andrews) no convencen.  Tras seis años de insistencia, por fin logra casarse en 1883.

Dos años después se celebrará la boda entre Cook y Claflin, quien pasará a ser Lady Cook. Con el salvoconducto de su nueva condición aristocrática, Tennie continuará con la divulgación de los derechos de las mujeres, actividad que combinará con una animada vida social que le permitirá alternar con la nobleza (incluso llega a conocer al futuro Eduardo VII) y la práctica del espiritismo. Pero donde más feliz se siente es en su castillo de Montserrate, una extravagante construcción situada en Sintra que cuenta con las que se podrían calificar como las más bellas vistas del mundo. Allí, lugar que inspiró a Lord Byron su Childe Harold, donde poco después se reunirán Isherwood, Auden y Spender, donde el mismísimo Pessoa se paseó, Lady Cook encuentra su verdadero hogar. Allí abre escuelas, mantiene estupendas relaciones con los campesinos y se hace amiga de la reina de Portugal.

Mientras tanto, Victoria retoma su activismo con la publicación de The Humanitarian, a través del cual promueve los derechos de las mujeres, se preocupa por cuestiones sanitarias y aboga por la eugenesia. Demostrando una vez más su visión de futuro, desde sus páginas se advierte de que fumar mata, se pide un control de alimentos y bebidas, se exige que los doctores examinen la salud de los escolares, que los pobres sean atendidos, que se realice un efectivo control de la natalidad. De nuevo en el candelero, Woodhull incluso aparecerá como personaje en Las bostonianas y El sitio de Londres, de Henry James. Tan eufórica se siente, que en 1892 vuelve a intentar presentarse a la presidencia de Estados Unidos, para tras viajar a su país de nacimiento, los viejos trapos sucios reaparecen y decide renunciar.

En 1897 se produce la prematura muerte de John, cuando contaba con tan solo cincuenta y cinco años, víctima de un mal resfriado del que había ido a recuperarse a Canarias. Cuatro años después será el turno de Francis, este ya a la respetable edad de ochenta y cuatro años, lo que no impedirá que Lady Cook tenga que defenderse de la acusación de asesinato. Libre de toda culpa, Tennie viajará por todo el mundo defendiendo las causas de las mujeres, siendo aclamada allá por donde va como una pionera del sufragismo, congregando a multitudes (más de siete mil asistentes en sus conferencias en el Albert Hall y en el Carnegie Hall). Por su parte, Victoria organiza en su mansión de la campiña un salón en el que acoge a lo mejor de la intelectualidad de la época.

Durante la Primera Guerra Mundial las mujeres ocuparán puestos tradicionalmente reservados a los hombres (Lady Cook incluso trata de organizar un cuerpo de mujeres soldado). La rigidez se ha roto y en 1918, como consecuencia de la heroica lucha de las sufragistas británicas, las mujeres logran el derecho al voto (aunque solo para las mayores de treinta años y con diversas limitaciones). Feliz por haber visto uno de sus mayores anhelos cumplidos, Tennie morirá en 1923. Cuatro años después le seguirá Victoria. Si lo más sorprendente de su historia es hasta qué punto estas dos extraordinarias mujeres estuvieron adelantadas a su época, lo más perturbador es comprobar cómo las batallas que iniciaron todavía no se han ganado. El mundo sigue sin estar a su altura.

Antonio Rodríguez Vela
Últimas entradas de Antonio Rodríguez Vela (ver todo)

Publicaciones relacionadas

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Botón volver arriba