Caravana de migrantes – 21 de octubre
Una caravana de migrantes centroamericanos cruza el continente rumbo a los Estados Unidos. Siete mil quinientas personas. Han pasado la noche en Chiapas, quietos: «Hoy no se camina, estamos de luto». Uno de los caminantes murió al caerse de un vehículo. Los migrantes muertos ya no conmueven, mucho menos si no hay imagen. Vienen de Honduras, El Salvador y Guatemala. No saben lo que va a ocurrir cuando lleguen a la frontera. Son «criminales y gente desconocida de Oriente Medio», acusa Trump. Y su vicepresidente asegura que los organiza la extrema izquierda y «Venezuela», ese país para el que las democracias recomiendan un golpe de Estado.
El oro que Caracas ya no tiene tampoco paga el viaje de la caravana hacia el norte. En el mundo migran más de doscientos cincuenta millones de personas al año. La ONU percibe un aumento constante en la última década, esta de la «recuperación». Los de la caravana no encajan en las categorías habituales: con papeles o sin papeles, legales o ilegales. Porque visas no llevan, y la propia ley los expulsa: en Estados Unidos, solo dan luz verde al trece por ciento de las solicitudes de refugio. Washington no considera que vivir en Honduras, por ejemplo, fuese un riesgo para las trescientas ochenta y nueve mujeres asesinadas el año pasado. La pobreza y el machismo no son guerras oficiales.
Tampoco Europa considera que Afganistán esté en guerra. Por eso los afganos son rechazados como refugiados en Alemania o Suecia. Son afganos los chicos que vagabundean ahora mismo por Lesbos, o esas otras islas que forman una barrera en el mar con el consentimiento y aprobación del electorado europeo. Ese mismo que se ríe o desprecia a Trump. Como si Salvini, Le Pen, Wilders o Farage no fuesen de por aquí; o como si la propia Merkel no cerrase las puertas entre aplausos. Como si nuestros impuestos no pagasen a países como Turquía o Marruecos para hacer un trabajo que mejor no ver en el telediario. Europa sufre sobredosis de mindfullness.
«I like to be in America», cantaban las chicas puertorriqueñas en West Side Story. «Doce en la misma habitación en América», respondían los chicos. Hollywood hacía música con la inmigración hispana del 61 y la mostraba amante, soñadora y rabiosa. Estados Unidos todavía no se había desmoronado en Vietnam. Más tarde, Coppola rodaba la llegada de Vito Andolini de Corleone a Nueva York. El niño padrino tiene viruela y le mandan tres meses a curarse en cuarentena. Desde su ventana, encerrado, ve la estatua de la libertad. Conmueve hoy porque es antiguo. El presente no emociona. El mundo lo mueven líderes amados que prometen muros en el mar.
Notas de Extramuros es una columna informativa de Siglo 21, en Radio 3. Puedes escucharla en el siguiente audio y acceder al programa pulsando aquí. También puedes revisar todas las Notas de Extramuros en este tumblr.
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