Las películas repletas de nieve blanca y espíritu navideño son una parte esencial de estas fiestas. La semana pasada ya hicimos una aproximación a esta época del año con las peculiares navidades que David Bowie pasó preso en la Java japonesa durante la Segunda Guerra Mundial. Hoy regresamos hacia nuestras latitudes para recordar el terrible invierno de 1914, el primero de la Gran guerra. Es el momento y el lugar escogido por Feliz navidad (Christian Carion, 2005) para reflejar la famosa tregua navideña del frente occidental de la Primera Guerra Mundial; un capítulo dramático de la historia de Europa que, al menos en esta ocasión, los franceses no pueden evitar ver desde su propio punto de vista.
Afortunadamente, no solo las buenas películas nos ayudan a conocer la sociedad en la que vivimos. Porque, aunque Feliz navidad ganó importantes premios en toda Europa y estuvo nominada a los Oscar como mejor película de habla no inglesa, hoy podemos decir que quizá fue gracias a que, un siglo después, los sucesos que narra todavía resultan estremecedores: en la primera nochebuena del que era el mayor conflicto de la historia, soldados franceses, británicos y alemanes improvisaron junto a sus oficiales una tregua navideña que dedicaron a jugar al fútbol, beber y cantar villancicos. Es decir, a confraternizar con el enemigo. Algo que los altos mandos de las potencias contendientes no podían tolerar y por lo que, a lo largo de las semanas siguientes, se depuraron responsabilidades. Sin embargo, más allá de este gancho y de la buena factura de la película, nada justifica el importante éxito de la cinta entre la crítica hace más de una década.
Aunque funciona como un sencillo alegato contra la guerra, Feliz navidad es demasiado condescendiente con la historia del viejo continente. Lo único que escapa a ese enfoque se convierte, por tanto, en lo más interesante de un proyecto que se rodó poco antes del comienzo de la crisis económica de 2008. Sin duda, a la vista de los acontecimientos, resulta interesante revisitar el manejo de los estereotipos nacionales de aquella Europa liderada, precisamente, por las tres naciones protagonistas de la película: Francia, Alemania y el conglomerado británico, representado en este caso por la suma de muchas de sus partes.
Más allá del antibelicismo que se encuentra en la base de su historia y de la bondad de todos los protagonistas de Feliz navidad, es en el papel de los personajes secundarios que generan las crisis de la película donde encontramos un mensaje que logra escapar al pretendido consenso de la cinta. Alejándose del gran acierto de los Senderos de gloria en los que Carion parece inspirarse, el director y guionista francés personaliza por igual a aliados y enemigos, pero ni unos ni otros están a la altura de su idea de Francia y el ejército de su república. El cinismo del Estado Mayor y la ira de los soldados que no aceptan de buen grado la tregua quedan en este caso para quienes rodean al ejército francés, el único de los contendientes que queda limitado a una serie de arquetipos luminosos muy ocupados representando la paz en mitad de la guerra.
Curiosamente, en el fresco francés para un periodo tan convulso son sus aliados quienes salen peor parados: frente al señorío de los soldados y oficiales alemanes, los amigos británicos y algunas de sus instituciones (singularmente la Iglesia) son quienes cargan con la peor parte de la sinrazón de una guerra que enfrentó a pueblos demasiado iguales. Es la decisión más cómoda para una película que parece recordar en todo momento que el enemigo del pasado se ha convertido en el sostén del presente; y que el aliado de entonces siempre será el querido y viejo enemigo en el que Francia puede confiar. Hay cosas que nunca cambian. Como por ejemplo la buena costumbre de desear a todo el mundo una Feliz navidad.
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