Vacunas: razón de mercado para la vida y la muerte – 3 de marzo
Más de ciento treinta países todavía no han recibido ni una sola vacuna contra el coronavirus. Tres meses después de que las naciones más ricas comenzasen a inmunizarse, millones de personas siguen lejos de su primera dosis. El setenta y cinco por ciento de las vacunas lo acaparan apenas diez países. Canadá es el campeón: ha comprado cinco veces más vacunas de las que necesita. Le sigue el Reino Unido: tres veces y media. Y la Unión Europea: 2,7 su población. En contraste con Brasil, con dosis reservadas para la mitad del país. O la India, apenas el cuatro por ciento. La peste distingue entre clases; la cura, también.
La mayor fábrica de vacunas del mundo está en la India, pero allí no se queda toda la producción. Es la lógica del colonialismo aplicada a la salud. La fábrica del Instituto Serum en la ciudad de Pune sufrió un incendio en enero. Murieron cinco personas. Las vacunas de Astrazeneca siguieron saliendo de la línea de producción. Sin luto. La vacuna de Oxford se exporta o se la quedan los hospitales privados indios. Los que tengan dinero podrán pagarla. Los que no, tendrán que hacer cola. Es la lógica del mercado aplicada a la vida y la muerte.
La salud también es geopolítica. Rusia y China han ofrecido sus vacunas a países que no pueden competir en la subasta por las de Pfizer o Moderna: las más caras, diecisiete y treinta y un euros por dosis, respectivamente. La rusa Sputnik V, ocho euros, se inyecta en Argentina y trece países más: India, México, Venezuela, Egipto. La china Sinovac se dispensa en Brasil, Chile, Indonesia, Turquía. Es un nuevo mundo de influencia. Los propagandistas de Occidente lo desprecian: Moscú y Pekín distribuyen vacunas para comprar corazones y mentes, acusan los think tanks de ideas de combate. Hay una intelectualidad más cómoda en un mundo enfermo que nuevo.
Las vacunas tienen patria e ideología, ha demostrado esta peste que ha terminado de despertar al mundo de su sueño de autopistas de progreso de un solo sentido. En Cuba han llamado Soberana a una de sus vacunas. Está en la última fase de desarrollo y ya han enviado dosis a Irán: es la solidaridad del bloqueado. O del ahogado, que puede ser hermoso, como escribió García Márquez. Lo encontraron los niños en la playa y al principio pensaban que era una ballena. Cuando le quitaron los restos de sargazos de la cara, comprobaron que era un muerto ajeno, y aún así, en aquel pueblo de pescadores, le dieron los mejores funerales del Caribe porque todos sentían como propio aquel rostro sin máscara.
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