«Carcoma»: casa de memoria y sombras
A veces un autor no acepta, o no se entera, que su obra es de género. Otras, como en el caso de Carcoma (2021; Amor de madre), pasa lo contrario y el que no lo acepta, o no se entera, es el género y sus propios lectores.
Me explico. Estoy rodeado de buenos amigos que, además, son buenos lectores. Muchos de ellos, de hecho, son amantes del terror con tantas lecturas y visionados como para analizar con brillantez el estado de la cuestión durante horas. Sin embargo, ninguno de ellos me habló de Carcoma. Ninguno me comentó que una autora española de treinta y pocos años había reescrito, en clave castiza, el sacrosanto subgénero de casa encantada. Cero reproches, claro; a fin de cuentas, yo tampoco me había enterado de lo que ya con dos meses de vida se convirtió en un fenómeno literario capaz de agotar dieciséis ediciones y que, desde entonces, anda por el medio centenar y ha sido elogiado por escritoras sobresalientes como Mariana Enríquez o Belén Gopegui.
Puede que el despiste tuviese que ver con que la primera novela de Layla Martínez haya sido publicada por una editorial independiente, feminista y LGTB+ como Amor de madre. O quizá con el hecho de que la autora no se apellida Thompson, y que su historia no transcurre en un lúgubre y lejano páramo de la campiña inglesa. Puede. La cuestión es que, afortunadamente, un hilo de Twitter y otra voz de confianza (esta vez sí, alejada de los círculos del género) me acabaron señalando el camino. Y lo que descubrí, vía lectura frenética (de inicio interesado -primer capítulo-, luego incrédulo -segundo capítulo- y finalmente entusiasmado -el resto del libro-), fue una novela corta de terror deslumbrante.
Porque Carcoma es un ejercicio de estilo portentoso que deja en escritura de prescolar la prosa de la mayoría de autores referenciales del tema. Lo hace a través de dos narradoras no fiables (abuela y nieta) que, en forma de corriente de conciencia y con la oralidad propia del dialecto de pueblo, van entretejiendo la historia maldita de varias generaciones de mujeres en torno a su casa de pueblo. Un caserón que funciona como juez, testigo y parte de la historia ficcionada de la familia de la propia escritora, y que lo hace a través de una narración donde el costumbrismo mágico de la España profunda (concretamente de la Alcarria) abraza de forma natural las maneras clásicas de la fantasía gótica, multiplicando exponencialmente sus universales reverberaciones metafóricas.
De esta manera, la casa, convertida más en claustrofóbica edificación de resonancias viles que en emisora de males telúricos, es erigida por Layla Martínez como la Hill House de las casas encantadas castellanas. Una alegoría arquitectónica que respira y se contrae sombríamente al ritmo de sus fantasmas; espectros invocados por el miedo y la venganza que, durante décadas, ha generada la violencia machista y el odio de clase. Y en eso, como en su estilo, Carcoma también destaca respectos a otros títulos semejantes; porque lejos de incidir en las acciones de los fantasmas, la novela se centra, por el contrario, en aquellos actos que los han generado. Y ahí es donde reside la verdadera historia de terror.
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