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All that Jazz (Ray´s Jazz Cafe)

Hay lugares que no deberían desaparecer nunca. Espacios con los que establecemos un vínculo emocional, íntimo, pequeños santuarios donde nos refugiamos de la rutina y de las miserias del mundo. Rincones que hacemos nuestros para soñar, aislarnos del ruido y la furia durante unas horas, o darnos un simple respiro en nuestra ajetreada y, a la vez, insulsa vida. Lugares que cuando dejan de existir tal y como los conocimos, cuando irremediablemente nos abandonan, dejan en nosotros vacíos imposibles de reemplazar. Y los que a estas alturas estamos hechos más de vacíos que de materia nos emocionamos con cada recuerdo que ilumina aquellos momentos.

Ray’s Jazz Cafe era uno de mis santuarios, y ahora es uno de esos recuerdos. Uno de esos lugares que no debió dejar de existir tal y como fue. El 30 de abril se celebra el Día Internacional del Jazz y es un buen momento para recordarlo.

Cuando lo conocí, Ray’s estaba situado (más bien, escondido) dentro de Foyles, en el 113-121 de Charing Cross Road. Foyles es una histórica librería fundada en Londres en los primeros años del 1900, toda una institución (no por casualidad hace un siglo era conocida como la librería más grande del mundo) y mi favorita en la capital británica durante mucho tiempo. En aquellos años, Foyles todavía estaba ubicada en el emplazamiento que había ocupado desde el año 1930, un maravilloso inmueble de 1929 y ladrillo rojo. Por él habían pasado personajes como T.S Eliot, John Lennon o Charles de Gaulle. Foyles había adquirido Ray’s en el año 2002, y yo pisé aquel lugar tan especial un año después. A partir de esa primera visita, se convirtió en una peregrinación obligada cada vez que me encontraba de paso por la ciudad.

Al café, que se encontraba en el primer piso del edificio, se accedía desde el exterior a través de una minúscula escalera situada en una de las entradas de la librería, justo en la esquina con St. Manette Street. Aquella misteriosa y laberíntica ubicación formaba parte de su encanto, modesto y poco sofisticado. Ray’s tenía el tamaño adecuado para que te sintieras a gusto y pudieras hacerlo tuyo. Una puertecilla de madera en una pared de color anaranjado y el cartel en negro con su característico gato[1], daba paso a un pequeño paraíso repleto de carteles de conciertos, cuadros y fotos de músicos, revistas, dvds y, por supuesto, discos. La música que sus empleados iban seleccionando cuidadosamente para acompañarte en la estancia invitaba a tus manos a buscar justo ese tema que estaba sonando y que te transportaba, como si una máquina del tiempo se tratara, a aquella otra época en la que habrías querido vivir.

Era un lugar de encuentro y de recogimiento. Músicos, lectores, solitarios o parejas, compartiendo en sus rústicas mesas deliciosos trozos de tarta casera, o dejándose llevar por la noche y las melodías de los conciertos en directo en su pequeño escenario. Recuerdo haber comprado allí discos de Clifford Brown, Billie Holiday y Lester Young que todavía conservo con la etiqueta de Foyles, descolorida y a punto de desprenderse de la funda, recordándome que todo es pasajero y que también ella se despedirá algún día no muy lejano, dando paso a una nueva huella en mi colección de ausencias. Yo entonces todavía pensaba que aquello permanecería para siempre, que era tan especial que no podía dejar de ser lo que era. Fui a aquel lugar cada año con la tranquilidad y la euforia de quien se sabe seguro de todo.

Pero en el 2015 me llevé una gran y decepcionante sorpresa. La librería Foyles se mudaba de emplazamiento y abría sus puertas en un edificio unos cuantos números más arriba, en el 107 de la misma. Y Ray’s sucumbió en ese traslado para convertirse en algo que nada tenía que ver con el original. El antiguo Ray’s se desvaneció como el humo de los cigarrillos de Dexter Gordon, y no solo él, sino también todo el magnífico edificio que lo arropaba. De nada sirvió la campaña que Historic England, the Victorian Society, y SAVE Britain’s Heritage emprendieron para evitar su desaparición, y aquel edificio bello y con tanta historia entre sus muros fue demolido en el año 2017. Recordé las palabras de Thoreau: «El mundo con el que estamos familiarizados no deja rastro y no tendrá aniversarios»[2].

Echo de menos aquellas tardes de lluvia sentada en una de sus desgastadas mesas de madera o en la barra, observando el brillo de las luces a través de sus grandes ventanales. A la gente caminando de librería en librería en la bulliciosa Charing Cross Rd, los autobuses tiñendo el asfalto de un rojo efímero en un frenético ir y venir de cuerpos, sin principio ni fin. Tengo nostalgia. Nostalgia de un tiempo que no existe, y que se empeñan en que no exista. Nostalgia de mi propio tiempo perdido sin darme cuenta.

Por suerte conservo un par de fotos, testimonios de lo que fue, y de lo que yo misma fui. Ahí estoy, inmortalizada mientras la tecnología lo permita; en una de ellas de pie revolviendo entre los discos, en la otra sentada en aquellos gastados bancos de madera, sonriendo despreocupada, joven y feliz, como en una canción de Cole Porter.


[1] El logo de Ray’s Jazz Cafe es la silueta de un gato negro enmarcado por un círculo en el que se dibuja el nombre.

[2] THOREAU, Henry David, Caminar.

Rosa Cuadrado Salinas
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