El Horla. La obra maestra de Guy de Maupassant visitada por Guillaume Sorel
Imaginémonos que un buen día, sin motivo aparente, empezamos a dormir mal, tener extraños sueños y pasarnos el día cansados y apáticos. Entonces nuestros sueños se llenan de imágenes de un extraño ser que absorbe nuestro aliento. Después descubrimos que el agua junto a nuestra cama desaparece por las noches y que no podemos convencernos a nosotros mismos de abandonar nuestra vivienda. Esos síntomas, entre otros muchos, podrían ser interpretados como un signo de locura o, si uno sigue los escritos de Guy de Maupassant, como el primer paso de una invasión en toda regla de la Tierra.
Independientemente de la que elijamos, y de eso hablaremos más aún en el futuro, lo cierto es que habremos dado con una piedra filosofal de la literatura sobrenatural. La esencia de El Horla, inmortal relato del escritor francés, se encuentra en la locura y sus repercusiones en el narrador. Se trata de un viaje al interior de un personaje atormentado cuya propia naturaleza le resulta extraña y fascinante. El Horla es, en el fondo, un viaje a la psique de sus lectores.
Guy de Maupassant
La figura de Guy de Maupassant está rodeada de un malditismo difícilmente igualable. A imagen de los autores románticos británicos más laureados, Lord Byron a la cabeza, la vida de nuestro escritor serviría como base para una narración tan increíble como las que su pluma plasmó sobre el papel en blanco.
Nacido como Henri-René-Albert-Guy de Maupassant en 1850, su vida estuvo marcada por la separación de sus padres en la infancia, la protección de Gustave Flaubert en la juventud y el éxito absoluto de su escritura en su corta madurez. Todo ello con el añadido de la figura trágica de su hermano menor Hervé.
La infancia de Maupassant quedó marcada por el hecho de que su madre se separara de su padre cuando él contaba con once años. Su progenitor era un hombre inconstante y mujeriego que seguiría teniendo relación con su hijo a pesar de que este pasara a vivir con su madre. A los trece ya sería internado y se convertiría en un alumno brillante pero problemático que desarrollaría una fuerte aversión por la Iglesia católica.
Su juventud empieza con la guerra franco-prusiana y su alistamiento. Aunque trabajaría en los despachos, llegaría a conocer los horrores de la guerra y muy a menudo sería ese enfrentamiento el telón de fondo de sus historias, estando presente en su primer éxito Bola de sebo o en el trasfondo de Bel Ami. A su vuelta de la guerra fue transferido a Paris y empezó su carrera literaria gracias a la protección de Gustave Flaubert. El gran literato francés era amigo de su madre y ahijado de su abuelo, lo que hizo que le acogiera en su círculo naturalista y le permitiese conocer a Émile Zola, Ivan Turgenev o Henry James. Durante estos años, sin embargo, prefirió dedicarse a la buena vida en lugar de a la escritura, frecuentando los burdeles junto a las orillas del Sena y disfrutando de todo tipo de juergas que compensaran su aburrido trabajo en las oficinas de la marina. Fue también en este momento cuando quedó afligido de sífilis.
A partir de 1880, su vida da un nuevo giro cuando se publica con gran éxito de público y crítica su primera novela, la ya mencionada Bola de sebo. A partir de aquí, Guy de Maupassant pasará a convertirse en una de las primeras plumas de Francia. Su producción era imparable, superior a dos volúmenes al año de relatos, novelas o historias de viajes. Su segunda novela, Bel Ami, necesitó nada más y nada menos que treinta y siete impresiones en un periodo de cuatro meses. Maupassant será un autor capaz de levantar los aplausos de Tolstoi (quien llegó a calificar su novela Una vida como la mejor obra francesa tras Los miserables) o de convertir todo lo que tocaba en oro.
El final empezaría a llegar en 1889 con la muerte de su hermano menor, Hervé, a los treinta y tres años, aquejado de locura e internado. A partir de entonces, Maupassant irá extremando su tendencia a la reclusión y la soledad. Poco a poco parece haber ido perdiendo la razón, obsesionado con moscas que le devoran el cerebro, con que este le salía por las narices y le arrollaba por la boca y otros accesos de locura semejantes que terminarán llevándole a un intento de suicidio el dos de enero de 1892. Tras querer volarse la cabeza con una pistola (su mayordomo había tenido el cuidado de no dejar las balas a mano), trató de rebanarse el cuello sin éxito con el cristal de una ventana. El resultado fue su internamiento y muerte tras año y medio en el que apenas salió de la inconsciencia. Se cree que la sífilis tuvo mucho que ver en su triste final, aunque también puede traernos el recuerdo de su hermano. Tanto su padre como su madre sobrevivirían a sus dos hijos.
La tumba de Maupassant descansa hoy en día en París, en el cementerio de Montparnasse. Su epitafio fue dictado por él mismo y dice lo siguiente: «Lo he deseado todo y no he disfrutado nada». Un triste final para el que durante una década fuese el más importante de los autores franceses.
El Horla o la locura
Posiblemente el relato más famoso de Guy de Maupassant sea El Horla. Publicado en 1885, pronto consiguió destacarse entre su producción y fue considerado un ejemplo único del estilo del autor francés. Lo cierto es que existen dos versiones diferentes de la historia, aunque entre ellas es la segunda la que siempre se ha llevado todos los parabienes.
Dentro de su obra, sin embargo, también se ha emparentado la versión definitiva de El Horla con otro relato anterior del autor. Un loco muestra dos parecidos básicos para entender la historia posterior. Por un lado, tenemos una narración a modo de diario personal; por el otro tenemos un viaje a la locura. Lo primero ya está perfectamente configurado en este primer acercamiento, aunque es en su manera de transmitir la mente del protagonista donde se ve un mayor avance en la obra. Un loco es un relato excesivamente corto, basado en una anécdota que prontamente se nos presenta en su totalidad. Un aparentemente virtuoso juez, azote de los criminales, convertido en un asesino psicópata al preguntarse qué placer pueden encontrar algunas personas en el asesinato, es el centro de una narración que no llega a despegar por su falta de extensión y su excesiva velocidad.
La primera versión de El Horla destaca por abandonar esa narración a modo de diario y convertirse en el testimonio del afectado. A pesar de que casi todos los temas del relato definitivo ya estén presentes e incluso haya algunos momentos idénticos, lo cierto es que se echa en falta una mejor estructura para la narración. No nos equivoquemos, Maupassant es uno de los grandes maestros del relato corto y acusarle de algún fallo siempre resulta difícil y atrevido, pero esta primera intentona de contarnos la historia de El Horla nunca hubiese sido una de sus grandes obras.
La fusión entre ese primer intento de contar una historia sobrenatural naturalista y la plasmación en forma de diario de Un loco, era lo que le faltaba a Maupassant para conseguir la excelencia. En El Horla podremos vivir en primera persona la progresiva pérdida de iniciativa, de humanidad, por parte del protagonista. Este se ve capturado de manera casual y casi anecdótica por una presencia venida de fuera de nuestra existencia y que amenaza con acabar con la humanidad. Una figura invisible y casi imperceptible cuyas trazas se van mostrando ante nuestros ojos como muy semejantes al desequilibrio mental que podría sufrir cualquiera. ¿Está loco nuestro protagonista o realmente existe ese terrible ser que lo va controlando cada vez más?
Maupassant sabe construir perfectamente un mundo naturalista y creíble alrededor del relato, cuyo protagonista casi parece ser él mismo. Así, nos encontramos con un hombre maduro, sin problemas económicos, que puede permitirse una vida de contemplación a las orillas del Sena, viendo pasar los barcos y gastando su día en largas caminatas. Partimos de esa especie de momento ideal, de soledad virtuosa que llena el espíritu del narrador, para ir poco a poco sumergiéndonos en las aguas de la locura.
Un elemento clave de la historia es la progresiva conversión de la casa. Así, el refugio del narrador, el foco de su felicidad, se va convirtiendo en su cárcel, tanto figuradamente como de manera física al final de la narración. Lo que se nos presentaba como un Edén magnífico va transmutándose en un infierno del que solamente nos liberamos al huir. De ahí lo efectivos que resultan los episodios en Mont Saint Michel y París. Es entonces cuando entendemos que nuestro protagonista, a pesar de lo que él mismo cree, está realmente atado a su casa de una manera insana. El Horla ha sido capaz de convertir su refugio en su castigo; ha cambiado toda su existencia de manera integral, hasta el punto de que la única vía de escape que puede pensar nuestro protagonista incluye la destrucción de su hogar, de su prisión.
Otro gran elemento de la historia es el cuestionamiento de la realidad misma. El protagonista de la acción no está seguro en ningún momento de si está imaginando cosas o realmente las está viviendo. Hasta en los momentos en los que la figura que lo atormenta se hace más visible, esta no deja de ser una presencia casi irreal, una ausencia en el espejo o un objeto que se mueve por sí mismo. Ante este tipo de situaciones es difícil imaginarse reacciones muy diferentes a las del narrador, incapaz durante la mayor parte del relato de aceptar lo sobrenatural como una posibilidad y de asumir que su mundo ha cambiado tan profundamente que ya no puede comprenderlo. No es extraño que requiera de la aparición de unas noticias llegadas de más allá del Atlántico para comprender finalmente lo que le sucede, decidiendo poner en marcha una solución final.
La invisibilidad resulta, por supuesto, uno de los rasgos más notables de El Horla, pero no es el único ni el más importante. Ese puesto de honor se reserva para la capacidad del ente de acabar con la voluntad del protagonista. No es gratuita la escena dedicada al mesmerismo en París, que no solamente nos muestra el interés de Maupassant por una práctica que estaba de moda en el momento, sino que sirve para que se nos explique de manera tangencial lo que está sucediendo en el relato, algo que ya sucede con las casi proféticas palabras que le dedica a las fuerzas que no podemos ver el sacerdote de Mont Saint Michel. Esos dos episodios nos dan las claves para entender un mundo que ha cambiado, que resulta desconocido.
Se ha hablado mucho de la influencia de El Horla en la obra de H. P. Lovecraft y no es extraño. Para empezar, sabemos que Lovecraft leyó la historia y la encontró de interés, llegando a dedicar un párrafo de El horror sobrenatural en la literatura al autor y a la novela, a la que calificó de obra sin igual en su estilo. Esto ha llevado a que muchos quieran ver en el relato un elemento central en la configuración de relatos como La llamada de Cthulhu, apoyándose en la existencia de un ser incomprensible de origen extraterrestre que es capaz de acabar con la voluntad de los hombres. No vamos aquí a negar que existe mérito en dicha afirmación y que como a Maupassant, a Lovecraft también le gustaba en ocasiones recurrir a la narración en primera persona. Sin embargo, parece más sencillo considerar que El Horla fue un elemento más de esa gran mezcla de influencias que hizo posible la obra del de Providence, sin necesitar de individualizar su peso en uno solo de sus relatos. Así, podemos señalar que el tema de la invisibilidad también aparece en El horror de Dunwich o que ciertamente la configuración de El Horla como una especie invasora alienígena de nuestro mundo puede tener continuidad con casi todo el corpus lovecraftiano.
El Horla resulta, como sucede en muchas ocasiones, una obra más tensa que terrorífica, más perturbadora que aterradora. Sus páginas esconden una serie de anécdotas que se ponen de acuerdo para configurar un todo que resulta intranquilizador. Dejando de lado la existencia de momentos realmente perturbadores (pienso ahora en aquel en el que cae en la cuenta de que no ha pensado en ningún momento en sus criados), la fuerza de El Horla recae en el global de su texto y no en ningún golpe de efecto. Si alguien de nuestro entorno tuviese los mismos signos que el protagonista, ¿estaríamos dispuestos a creerle o pensaríamos que simplemente está volviéndose loco? ¿Existen realmente en el mundo otros habitantes que no podemos percibir del mismo modo que no podemos ver al viento? Las preguntas de Guy de Maupassant resultan difíciles de responder porque sabemos que no hay una buena contestación, que todas son malas y nos condenan a cuestionarnos nuestra propia existencia.
El Horla según Guillaume Sorel
Enfrentarse a una obra como El Horla es poco menos que un suicidio para el adaptador. La contundencia y la condición de relato redondo del original deben necesariamente causar una parálisis parecida a la que sufre el innombrado protagonista del relato. De ahí, tal vez, la ausencia de adaptaciones cinematográficas canónicas a la historia, cuya más famosa traslación cinematográfica es un conglomerado de Un loco con El Horla, llamado Diario de un loco (Diary of a Madman, 1963), en el que Vincent Price pone rostro a un asesino que se ve compelido por el invisible invasor.
La primera decisión que debió tomar Guillaume Sorel, de todos modos, tuvo que ver obligatoriamente con el aspecto estético, uno de los puntos fuertes de la obra. Al igual que Maupassant, nuestro adaptador toma como base el estilo naturalista para acercarnos a un mundo de locura que brilla con más fuerza gracias a su acabado formal. Todo el grafismo nos ancla en nuestro mundo, permitiéndose romper ese falsamente llamado realismo cuando el ser sobrenatural entra en escena. Es entonces cuando el dibujo se libera de la estructura clásica, llegando en momentos a resultarnos apocalíptico e incluso, por qué negarlo, a traer a nosotros recuerdos de los mundos lovecraftianos.
El texto resulta por su parte muy cercano al original, entendiendo sin duda que este es difícilmente mejorable. Pero a lo que Sorel no renuncia es a traducirlo a un nuevo medio en el que las soluciones deben ser diferentes para lograr el mismo resultado. De ahí que abandone la presentación en forma de diario y deba construir un personaje como el casi omnipresente gato, para que nuestro protagonista pueda hablarnos de manera directa sin tener que recurrir continuamente al monólogo interno. Es cierto que con esa decisión consigue mostrarnos desde el principio que algo extraño está sucediendo en la historia y así nos aleja de la sensación de normalidad que se apoderaba del relato de Maupassant.
Las elecciones de Sorel, en todo momento, parecen claramente dirigidas hacia una pronta identificación de la presencia de lo sobrenatural en el relato. Esto es así a pesar de que, inteligentemente, las apariciones de extraterrestre solamente tienen lugar cuando el protagonista está solo, sin posibilidad de tener otros testigos o de acabar de quitarnos de la cabeza la idea de que sea su locura la que causa los sucesos y no una verdadera presencia más allá de nuestra comprensión.
En conjunto, la obra de Guillaume Sorel es ejemplar en su labor de traducción entre medios de un relato. Se muestra respetuosa con el original, efectiva en su propio terreno y toma partido por una de las posibles interpretaciones del texto. Esto último merece una atención especial, puesto que podría parecer en principio negativo el que se subraye un subtexto por encima del resto, el que de manera consciente se decida la respuesta a las dudas planteadas por Maupassant en su relato. Sin embargo, esa misma toma de decisión muestra la capacidad de Sorel para erigirse en coautor de su propia novela gráfica, para establecer un diálogo con Maupassant y extraer sus propias respuestas, que son las que nos ofrece. De hecho, ya nos avisa el propio título con su añadido de «según el relato de Guy de Maupassant», una frase muy pertinente ya que este El Horla es tan de Maupassant como de Sorel: una obra con dos progenitores que da lugar a una síntesis y no a una confrontación.
Lo fantástico y lo francés
En España vivimos desde hace ya bastante tiempo en un entorno cultural dominado por la producción anglosajona. Esto no es necesariamente malo, de hecho, en ocasiones nos ha llevado al redescubrimiento de muchas obras de gran calado y a la publicación de una buena cantidad de narraciones sobrenaturales y fantásticas que resultan difíciles de conseguir hasta en su inglés original. Por desgracia, eso también ha causado un olvido casi absoluto de las demás tradiciones que históricamente han construido el relato cultural occidental.
Guy de Maupassant es hoy en día un autor cuyas historias sobrenaturales cuentan con menos predicamento del que merecen y llegaron a tener en su momento. Ya hemos comentado cómo el propio Lovecraft, en los Estados Unidos de hace casi un siglo, tenía acceso a las obras de Maupassant y no dudaba en colocarlas entre aquellas obras del terror sobrenatural más notables de la historia. Sin embargo, aunque a día de hoy podemos estar orgullosos de que la salud literaria de Poe o el propio Lovecraft sea maravillosa, no está tan claro que la de Maupassant y el resto de autores de la tradición francesa esté en un estado semejante.
Sería inocente ver en la publicación de una obra como El Horla de Guillaume Sorel una auténtica oportunidad para la recuperación de la tradición francesa de lo fantástico en nuestro país, pero uno siempre puede pensar que lo mejor pueda suceder. Maupassant adoraba a Alejandro Dumas hijo y publicaba sus relatos y novelas en los mismos diarios en los que se reservaban las páginas para todo tipo de folletines. El camino de sus novelas lleva a Los misterios de París, a las peripecias de Fantomás o la espada de Scaramouche. Ojalá la lectura de El Horla lleve a algún lector a exigir la vuelta de ese material fantástico a nuestro país y alguien escuche esa petición.
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Ismael, me ha encantado el artículo :D Había leído el libro por insistencia de Mateo así que tengo que volver a agradecérselo porque así pude disfrutar también de este análisis. Me doy cuenta que he descubierto esta página tarde, pero últimamente ameniza mis mañanas en la oficina. Gran trabajo!
Muy buen análisis de ese relato. Había oído hablar de MAUPASSANT pero no había leído sobre él. Es cierto lo que dices de que se le presta más atención a los escritores anglosajones de terror o temas sobrenaturales que los europeos y es una lástima porque tenemos auténticos talentos no sólo en Francia sino también en España con Bécquer.
Viene bien mirar otras culturas y nutrirnos más, se imaginan que fuera de conocimiento universal las historias orales de los pueblos africanos, los relatos de las noches de los inuit, el terror que podía despertar los tifones en la polinesia, las historias de los huitoto, los nativos en américa, las fogatas de los bosquimanos, cuando un relato es bueno, es atemporal y sobrepasa su punto geográfico. Saludos desde Colombia. buen análisis.