Como si fuésemos los flamantes poseedores de una TARDIS último modelo, viajamos en el espacio-tiempo desde el El Cairo, en 2010, al centro de Londres en el año 1910. Cambiamos de continente y de siglo, pero no abandonamos los derechos civiles: Sufragistas (Sarah Gavron, 2015) se centra en la lucha de tres mujeres pertenecientes al movimiento sufragista en Inglaterra, que reivindicaba el derecho al voto para las mujeres.
Desde el punto de vista formal, la película cede todo el protagonismo a la historia, que tiene fuerza por sí misma sin necesidad de fuegos de artificio, por lo que no veremos escenas impactantes con efectos especiales de última generación ni planos o enfoques revolucionarios. Entre las bambalinas, eso sí, se nos presenta una ambientación exquisita del Londres previo a la Primera Guerra Mundial, y una digna interpretación de las tres protagonista, entre las que podemos destacar a la protagonista, Carey Mulligan. Lo demás es una historia que la directora rodea de varias tramas secundarias sin aditivos y que no lastran el ritmo del film. La trama, así, avanza sólida, como una locomotora, sin entretenerse excesivamente en ningún aspecto concreto.
Es ese avance sin freno es el que le da un aire de autenticidad a la película: cuando el patrón habla de que las trabajadoras deben trabajar más horas; cuando aparecen los abusos, el desprecio, las diferencias salariales o la adopción de un niño sin el consentimiento de la madre, la cinta narra todos estos aspectos de la explotación femenina con una normalidad que aterra, explicando por qué era legal, por qué se consentían los abusos y se veía tan extraño que alguien luchase por cambiar la situación.
A pesar de situarnos un siglo atrás, la película se muestra muy actual y, en estos tiempos de crisis y de cambios, se reconocen muchos de los elementos que entonces lucharon contra la la modernidad y que fueron arrastrados por la fuerza de la razón, y que volverán a ser arrastrados si pretenden volver a luchar hoy. A saber: la prensa vendida a un poder económico y político que, o bien silenciaba el movimiento sufragista o, peor, lo criminalizaba para que fuese repudiado por el resto de la población; la guerra sucia policial en la que todo valía para erradicar el cambio, incluida una brutalidad que no dudaron en censurar cuando vino del otro lado; la extensión de la violencia que ellos mismos utilizaron para mantener al pueblo manso. Todo esto podría ser Londres en 1919, Chicago en 1886, Seattle en 1999, Praga en el 2000 o Madrid en 2011. Mismas medidas contra un posible cambio, contra el fin del status quo.
Sufragistas se convierte en una película muy entretenida, sin grandes alardes técnicos ni dramáticos, con un mensaje sencillo pero potente que debería ser de visionado obligado para todos los jóvenes en los institutos: para que no cale en ellos la idea de que la lucha ya no es necesaria, que todo se consigue en las urnas, en una democracia hecha a medida de los más poderosos y que solo nos deja migajas. Como dice la película: «Si quieres que respete la ley, hagamos que la ley sea respetable».