El género de animación no es ajeno a la tiranía que las taquillas imponen en el mundo del cine: la supervivencia de muchos estudios depende de las cifras obtenidas por sus películas y, por supuesto, resulta complicado alejar al espectador de los gigantes del sector (solo Dreamworks parece tratar de resistirse a Disney desde que esta absorbió a la prolífica Pixar). No obstante, multitud de pequeñas compañías pugnan por abrirse un hueco en el panorama de la animación, tratando de competir ofreciendo algo diferente. Lo consiguió, hace ya mucho tiempo, el Studio Ghibli, propulsado por la imaginación de Hayao Miyazaki. En Europa, al calor de las nuevas tecnologías (y de las subvenciones públicas, en muchas ocasiones), bastantes estudios tratan de dar el salto de calidad con el que conseguir el abrazo del público soberano. Desde Irlanda, con la bendición de la crítica y para el mundo, Cartoon Saloon también trata de conseguirlo.
Fue en 1999 cuando Paul Young y Tomm Moore crearon el embrión de un estudio que parece dedicado a trasladar las viejas leyendas de la mitología irlandesa hasta el presente. Fue esa capacidad para integrar viejas historias en guiones modernos y la extraordinaria factura de su animación, lo que ayudó al estudio a conquistar a la crítica con su primer largo, El secreto del libro de Kells (Tomm Moore y Nora Twomey, 2009); cinco años más tarde, tras algunos cortos y trabajos para televisión, Cartoon Saloon volvió a acertar con otro proyecto que acercaba la cultura de una isla apartada del epicentro de la industria cinematográfica a los niños de todo el mundo.
La canción del mar (dirigida de nuevo por Tomm Moore, en 2014), es una pieza de artesanía animada en la que un niño del siglo XXI trata de ayudar a su hermana, un ser mágico, un concepto milenario, a alcanzar su destino. Cogidos de su mano recorremos las raíces célticas de una tradición que muchas veces conocemos más bien a través del tamiz norteamericano, siempre dispuesto a dejar listo para el consumo masivo cualquier producto cultural. A medio camino entre el respeto a la tradición propia y la búsqueda del éxito, La canción del mar no pudo, por supuesto, competir con las grandes producciones animadas del pasado año, muchas de ellas también excelentes (Vaina, Zootrópolis, Buscando a Dory, Your Name, Kubo y las dos cuerdas mágicas…). Pero, apoyada de nuevo en su éxito interno y la extraordinaria acogida de la academia del cine (estuvo nominada a los más importantes premios de animación y fue galardonada como mejor film europeo del año en su categoría), La canción del mar se ganó el derecho a seguir contando su cuento a miles de niños, durante muchos años.
En sus últimas páginas (sus últimas escenas), nos espera un melancólico final feliz como símbolo perfecto de la revisión de la tradición oral irlandesa, convertida por Cartoon Saloon en una obra capaz de atrapar a cualquier espectador. Y eso es, al fin y al cabo, lo que distingue a las grandes producciones del cine de animación: hacen disfrutar a los niños, pero además consiguen que los adultos sintamos, durante un rato al menos, como ellos sienten.
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