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Cinefórum LXXVI: «La conversación»

Hubo un tiempo en el que Francis Ford Coppola estaba posado sobre los hombros de los gigantes. Su filmografía de los años setenta, con el hito de las dos primeras entregas de El Padrino y Apocalipsis Now (1979), supuso el fulgor de genialidad más grande del cine moderno, resplandor que comenzó a extinguirse, precisamente, con una explosión cegadora de talento gestada en el titánico esfuerzo que le supuso adentrarse en el corazón de las tinieblas. En este contexto, en el de su década más redonda, Coppola grabó una película que eclipsada por la infinita sombra proyectada por sus obras maestras, quedaría en su currículum como un título menor, etiqueta engañosa para con una cinta mucho más compleja y profunda de lo que aparenta y que además recogía todas las virtudes de un director soberbio y por entonces en estado de gracia.

La conversación (1974) fue rodada nada menos que entre El padrino (1972) y El padrino II (1974), momento en el que es fácil pensar que a Coppola se le permitiría hacer lo que le diese la gana. De hecho, estamos hablando de una sugestiva y personalísima apuesta, voluntariamente alejada de la épica narrativa de su predecesora y, como consecuencia de sus riesgos, inevitablemente reñida con la comercialidad. No obstante, la cinta fue galardonada con la primera Palma de Oro del cineasta y le disputó el Oscar a mejor película, justamente, a la segunda parte del díptico de los Corleone, estrenada también en el mismo año.

La trama es engañosamente sencilla: Harry Caul (interpretado por un contenido Gene Hackman) es un experto en vigilancia cuyo trabajo le absorbe de tal forma que le anula como persona; posee tanta habilidad para monitorizar vidas ajenas como carece de ella para socializar la suya propia. Sin embargo, esto no parece atormentarle demasiado, hasta que una pequeña brecha moral empieza a resquebrajar su monolítico edificio interior cuando detecta, entre sus grabaciones, una conversación que puede comprometer la existencia de quien la realiza. Es en el instante en el que personaliza y humaniza su trabajo cuando la vacuidad de su vida se manifiesta, a la par que sus principales certezas vitales se derrumban sacando a flote su anónima identidad.

Así, dentro de las coordenadas del género negro en el que tan bien se sabía mover, Coppola desarrolla un relato de espías que es, al mismo tiempo, un reflejo de la decrépita moral norteamericana y un viaje interior a la paranoia de una persona carcomida por la soledad. Lo primero recorre todo el metraje de forma más o menos explícita con el planteamiento argumental; lo segundo, y ahí reside la verdadera pericia del film, se transmite no solo desde el libreto, si no con un montaje (Coppola-Murch) y una concepción visual que ahonda en la sensación de extrañeza y demencia que emana de Caul y a la que alimenta el protagonismo, sutil pero certero, del sonido y sus evidentes destellos metafóricos dentro de la historia.

La conversación fue estrenada poco después del escándalo del Watergate y, por tanto, rezuma contemporaneidad a su época, aunque su obsesivo retrato del voyerismo y de la falta de empatía la dotan de una modernidad que llega hasta nuestros días. Sin la trascendencia popular y de crítica de los grandes títulos de Coppola, pero con la misma inspiración de su genio, se merece un lugar de culto dentro del legado de un director que marcó un antes y un después en la historia del cine.

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