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África: déjala que caiga – 28 de noviembre

En Somalia han muerto este lunes veintiseis personas en dos atentados. En uno, el grupo yihadista Al Shabab hizo estallar un coche bomba para asesinar a un líder religioso rival. Y lo mató, junto a esposa y tres hijos. En otro atentado, una explosión mató a ocho personas en un mercado de khat, la droga favorita del cuerno de África. Los integristas islámicos entienden que a Alá no le gusta mascar hierba. A Estados Unidos, por su parte, no le gusta Al Shabab y estos días ha matado a sesenta milicianos en bombardeos. Washington actúa desde el cielo; el terrorismo, pegado a la tierra. La muerte en algunos lugares de África es como la lluvia, fatal y reincidente. Y en el mundo silenciosa.

La revista que se dice más influyente de África se llama Jeune Afrique, joven África en francés, la antigua lengua del imperio colonial, y la que hablan las élites que aparecen en sus páginas: presidentes, ministros, gerentes, sonrientes hombres en corbata. Un lector despistado podría pensar que África es una empresa gobernada por un consejo de administración. Con sus lacras peculiares. El primer ministro de Santo Tomé y Príncipe cuenta en el último número que altos cargos del gobierno español están detrás del intento de golpe de Estado que casi acaba con su gobierno este verano. La joven África también es rica. El petróleo de Santo Tomé bien vale un golpe.

África es un continente de gente joven. Y fértil. En la actualidad hay mil doscientos cincuenta y seis millones de africanos; en treinta años serán el doble. Nigeria, República Democrática del Congo o Etiopía son «bombas demográficas», alertan en Europa: aquí inquieta que los africanos nazcan, no que se maten entre ellos. Son muchos. Vienen a por nosotros. En Lesbos no abundan los africanos entre los migrantes bloqueados en la isla, pero a la población local le parece que son todos negros y delincuentes. ¿Quieres negros en tu casa? Llévatelos. En el viejo continente recuperan su supuesta identidad mirando cadáveres en el Mediterráneo. Y en lugar de lanzar un salvavidas agitan viejas banderas.

Paul Bowles escogió África para vivir con el viento del desierto y quizá el libertinaje del Tánger que dejaba de ser colonia. Allí escribió El cielo protector, que luego filmaría el fallecido Bertolucci. Bowles distingue al turista del viajero: el primero pertenece a su casa; el segundo, al viaje, al movimiento. En los años de Bowles no había caravanas de migrantes para que el escritor reflexionase sobre su identidad pasajera. A nuestros bohemios les interesaban ellos mismos, extranjeros perdidos en nuevos países condenados al naufragio. Bowles tendía al fatalismo. Su segunda novela la tituló con Shakespeare: Déjala que caiga, como la lluvia sobre los muertos.


Notas de Extramuros es una columna informativa de Siglo 21, en Radio 3. Puedes escucharla en el siguiente audio y acceder al programa pulsando aquí. También puedes revisar todas las Notas de Extramuros en este Tumblr.

Víctor García Guerrero
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