Alemania: sangre que resurge – 5 de septiembre
En la ciudad de las cuchillas, un hombre ha matado a navajazos a tres asistentes a un concierto. Solingen, en el oeste de Alemania, celebraba su fiesta de aniversario: 650 años en la cuenca del Ruhr, ese conglomerado de minería, industria y bombas aliadas en la Segunda Guerra Mundial. Hoy no es tan próspera como en la posguerra, pero la región sigue atrayendo a los expulsados de otras latitudes. El asesino es un refugiado sirio de 26 años, dicen que simpatizante del Estado Islámico y solitario. Mató sabiendo lo que hacía: dirigiendo el filo a la garganta. Su huida duró 24 horas. El terror continúa.
El miedo sobrevive al shock y alimenta el voto. En Turingia y Sajonia, en la otra punta del país, Alternativa para Alemania triunfa con un discurso antiinmigrantes, refugiados, extranjeros. Quizá no gobierne, porque las fuerzas convencionales se unirán para evitarlo. Pero mandarán con parte de su discurso: «aceleraré las deportaciones», anunció Scholz en la escena del crimen de Solingen. Las máquinas de limpieza habían dejado más blanca la parte donde cayó la sangre. Podía apreciarse días después: una sombra en el pavimento, como los muertos de Hiroshima, un pavor permanente.
Contra la inmigración no solo votan las vísceras sino también el cálculo y las condiciones de vida. Eso ha comprendido Sahra Wagenknecht, rebotada de la izquierda posmoderna y que crece entre una clase obrera empobrecida por la competición entre trabajadores con o sin papeles. Wagenknecht quiere controlar la inmigración, rechaza eternizar la guerra de Ucrania y está en contra de emplazar en Alemania misiles nucleares de Estados Unidos. Por eso el campo liberal la llama rojiparda: comunista y fascista a la vez, alemana pero traidora porque quiere la paz con Rusia, un mestizaje imposible e indeseable y, por tanto, enemigo.
Dicen que Rosa Luxemburgo sabía que la iban a detener y que guardó unos libros en su maleta para el día que se la llevaran. Nunca pudo leerlos. La mataron por revolucionaria y por oponerse a la guerra del Kaiser. Los Freikorps de la república de Weimar la tiraron por las escaleras, la patearon y le abrieron el cráneo con la culata de un fusil. Después le pegaron un tiro en la sien y tiraron su cuerpo a un canal de Berlín. Los socialdemócratas en el gobierno miraron para otro lado. Y los conservadores, y los liberales. Pero la sangre no se seca jamás, escribió Ehrenburg, solo se esconde bajo tierra, de donde resurge después para enloquecer a los hombres.
Extramuros es una columna informativa de Efecto Doppler, en Radio 3.
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