Automatizar la vida y la muerte – 5 de diciembre
El mundo en guerra está robotizando el asesinato con armas que no necesitan órdenes humanas para matar. En Libia han usado el Kargu-2, un dron turco; posee un sistema de reconocimiento facial: identifica y dispara. Cumple el requisito de los matadores: «dispara, olvida, encuentra». En Ucrania también están usando drones que atacan por su cuenta cuando pierden el contacto con su operador. Graban la señal de calor que emite el soldado enemigo y con eso les basta para perseguirlo y matarlo. Estos son drones semiautónomos, como los misiles de todos los países civilizados y cada vez más armados para disparar y olvidar.
La ONU lleva unos años tratando de limitar la automatización de la muerte y una campaña de activistas intenta poner freno a estos robots codiciados por buena parte de los ejércitos del planeta. «Paremos los robots asesinos», dice el eslogan. Peter Asaro, uno de sus promotores, alerta de que las nuevas formas de guerrear están haciendo inútiles las leyes salidas de la Segunda guerra mundial pensadas para proteger a los civiles. Son tecnologías que prometen precisión, explica Asaro, por eso se usan en zonas pobladas, pero esa promesa de precisión es inalcanzable. Sin soldados, tampoco hay comida, aunque sea del invasor. Los robots ni siquiera traen la paz del vencedor.
La tecnología está permitiendo automatizar la vida y la muerte. Pero también el gusto, o sea, la supuesta libertad de elección, pilar de la sociedad de consumo. Casi la mitad del tráfico de internet está generado por bots, según un reciente informe de Akamai, gigante de la computación: y el 65 % son programas maliciosos, es decir, que espían a la competencia o crean demanda de ciertos productos. La moda es un capricho de un robot. Y las tendencias y los trending topics, una lista de éxitos de programas sádicos. Decía Yolanda Domínguez estos días en Efecto Doppler, de Radio 3: «nos estamos desgastando en redes sociales para convencer a máquinas programadas para insultarnos».
«Encuentra a Sarah Connor y mátala»: esa era la misión que Skynet le daba al Terminator de James Cameron. Eran los años ochenta y el personaje de Schwarzenegger encontraba a su víctima en el listín telefónico. Los robots ya no necesitan pasar páginas: ahora las crean ellos mismos. Actúan por orden de seres humanos ambiciosos, perfectamente conscientes de algunas consecuencias de sus actos, y orgullosamente ignorantes de otras. Los mercaderes celebran, y los países rompen las huchas para no quedarse sin la última versión de la máquina asesina. Son casi autómatas, como esos insectos que vuelan hacia la bombilla pensando que es el sol, hasta que se queman.
Extramuros es una columna informativa de Efecto Doppler, en Radio 3.
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