Cinefórum CCCLIX: «Mi noche con Maud»
Puede parecer un poco gratuito continuar una obra del Nuevo Hollywood como La noche se mueve con una película perteneciente a la llamada Nouvelle Vague, pero todo tiene mucho más sentido de lo que parece. Para situarnos, en La noche se mueve el director, Arthur Penn, cambió la película que aparecía dentro de su cinta e hizo que no fuese una de Chabrol sino Mi noche con Maud de Éric Rohmer. El motivo es que, para Penn, las relaciones personales en la película francesa tenían sentido e iluminaban las de los personajes de la suya.
La elección también tenía sentido teniendo en cuenta el éxito absoluto que había sido a nivel crítico y popular Mi noche con Maud. De hecho, había sido nominada a los Oscar en dos ocasiones: a mejor película extranjera en 1970 y a mejor guion original en 1971. Fue la causante de lanzar definitivamente la carrera del director francés y se convirtió en una cinta que muchos de los espectadores potenciales de la película de Penn habrían visto o, al menos, conocerían de oídas. También se trataba de una obra sobre la religión católica, el ateísmo, las oportunidades, la contención, la moral, la culpa, las relaciones personales, el sexo… y muchas cosas más, todas ellas desarrolladas mediante larguísimas conversaciones que construyen a los personajes y mediante las cuales la propia acción parece ir diluyéndose hasta casi desaparecer.
De hecho, tanto los problemas como las fortalezas de Mi noche con Maud nacen de esa misma naturaleza discursiva de su guion. Estamos ante un cine de diálogos, que hasta podríamos emparentar con posteriores obras de un Woody Allen que se encontrara súbitamente desprovisto del humor. Se mantiene porque la escritura es ejemplar y porque los actores están magníficos. Jean-Louis Trintignant parecía por aquellos años incapaz de hacer película mala: estamos en la época en la que actúa en Z, El gran silencio o El conformista, entre otras. Françoise Fabian, por su parte, también está impecable como la Maud que da nombre a la cinta, arquetipo de la mujer liberada e intelectual que adoraba la propia intelectualidad francesa. Por su parte, la cámara está casi siempre parada, enfocando de manera irreprochable pero… algo falta. Y es que Mi noche con Maud es tan fría en su forma como supuestamente ardiente en su fondo, un contraste que no siempre resulta tan estimulante como pueda sonar.
Es normal, las cintas como esta se consideraran en su momento casi como propias de esa calificación casi imposible de acotar que se llamaba «de arte y ensayo». En sus experimentos, buscando la ruptura de la narrativa clásica, los autores de los nuevos cines trataban de encontrar soluciones diferentes para los problemas de siempre, en este caso tratando que la estimulación dialéctica e intelectual, alrededor sobre todo de la figura de Pascal, pudiesen sustituir a la emoción meramente cinematográfica y a la acción. Para muchos espectadores lo consiguieron; para otros, entre los que me encuentro, el experimento resulta más interesante que exitoso; para Harry Moseby y otros muchos, la experiencia fue bien reproducida en el guion de La noche se mueve, con aquella famosa frase que dice que «una vez vi una película de Rohmer. Era más o menos como ver crecer la hierba».
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