Siguiendo con el hilo de la cinematografía checa, esta semana invocamos a Jaromil Jireš y su adaptación de la vanguardista novela de Vítězslav Nezval, Valerie y su semana de las maravillas. Rodada en 1969 y estrenada un año más tarde, la cinta homónima se alimenta de los ecos crepitantes de una Nueva Ola Checoslovaca asfixiada por el totalitarismo soviético y que encontrará, en las dimensiones metafóricas del relato de horror, el camino expresivo perfecto para sus ansias renovadoras y su discurso contestario.
Así, bajo los postulados narrativos góticos, Jireš nos invita a un viaje alucinante y alucinado que apuesta su naturaleza alegórica a un brebaje de onirismo, surrealismo y simbolismo. Un potaje que, por su propia ambición, desprende efluvios infinitos pero que pueden llegar a ser indigestos, de ahí que disfrutar de ellos dependa del estómago (y de las papilas gustativas) de cada uno. Porque lo que se nos propone es la fabulosa historia de Valerie (Jaroslava Schallerová), chica de trece años que cae en su propia madriguera maravillosa la noche que tiene su primer periodo menstrual, hecho quintaesencial del paso a la adultez y que se convertirá, para ella y bajo la amenaza de la agresividad y perversión masculina, en trampolín hacia una aventura extraña y delirante.
También para el espectador será una peripecia alucinante, ya que hechizado por la fragmentación narrativa (pasando a un segundo plano la coherencia argumental), la incomodidad de la historia (la estética grotesca y el juego con la sensualidad juvenil), la taumatúrgica propuesta visual (con un diseño de producción exquisito, una límpida dirección de fotografía y una prodigiosa composición escenográfica) y su feérica banda sonora (cortesía de un inspirado Lubos Fiser), lo que el cineasta checo le está proponiendo es, en realidad, una propuesta más sensorial que lógica.
El resultado, en suma, es la revisitación oscura (más aún), alucinógena, irónica y sensual de la Alicia de Carroll; una Alicia que entre vampiros, brujas y curas pedófilos perderá su inocencia infantil en un retorcido cuento de hadas a medias entre el sueño expresionista y la pesadilla buñuelesca.
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