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Cinefórum CCCXXVII: «Alemania, año cero»

La semana pasada, Valerie dejaba atrás su infancia a base de curiosidad y pecado. Hoy, un niño sale de casa en algún lugar del mundo y se obliga a vivir como un adulto para poder sobrevivir: estamos en Alemania, año cero de la nueva vida del pequeño Edmund y de todos los que fueron, son y serán como él. El neorrealismo italiano viaja a Berlín para celebrar su propia derrota y todavía resuenan las alucinadas arengas del Führer entre las ruinas de la ciudad. No hay hombres por la calle; solo viejos, mujeres… y niños con la mente mutilada.

Uno de ellos rebusca algo de valor entre los cascotes. Ni siquiera tiene que actuar: necesita comida porque su padre está enfermo, su hermano mayor no se atreve a salir de casa y su hermana está a punto de caer en la prostitución. La vida depende de cada lata de conservas: las intercambia con quien sea y por lo que sea. Con los americanos, por un fetiche fascista; con un antiguo maestro, pedófilo, por un pedazo de inocencia. La nueva Alemania son los restos de la vieja, reflejos de su culpa, su corrupción, de su ignorancia y desesperación. Roberto Rosellini sitúa la cámara ante el trauma y deja que la tragedia siga su propio camino.

Alemania año cero
Tevere Film, Safdi, UGC Images

El director romano viajó a Berlín en 1947 para descubrir qué película escondía la ciudad. Durante semanas, deambuló por sus calles recogiendo pequeñas historias, escogiendo personas cuyo rostro reflejara la desesperación que les rodeaba. Para el papel principal eligió a un niño que le recordaba a su hijo muerto. Porque no hay tregua en esta película, solo derrota: el argumento, nudo y desenlace de Alemania, año cero es el de las vidas de sus protagonistas. No importa la estructura, no importa el ritmo. Solo escapar del artificio y mirar la desolación, verdadera y última protagonista de una película demasiado cierta.

Berlín era exactamente lo que había alrededor de aquel niño que deambulaba, incapaz de jugar, por los tejados ruinosos de la ciudad. Filmándole, Rossellini captó también lo que había en su interior: la oscuridad del faro, entonces roto, de un nombre que llena las cabezas de los hombres hasta hacerlas rebosar. Alemania.

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