Si la semana pasada reflexionábamos sobre la imposibilidad de llevar una obra literaria a la gran pantalla, en esta ocasión nos toca acercarnos a un relato que no solo ha continuado su vida en el cine, si no que ha contado, además, con varias adaptaciones televisivas y teatrales: Ceremonia secreta del argentino Marco Denevi, famoso cuento que en 1968 fue llevado con cierta libertad al celuloide bajo la batuta de Joseph Losey y contó con un trío interpretativo del calado de Elisabeth Taylor, Mia Farrow y Robert Mitchum.
Filmada el mismo año en que Farrow protagonizaba La semilla del diablo y perteneciente a ese periplo tan olvidado como interesante que transitó Taylor a finales de los sesenta y principios de los setenta, sus reediciones posteriores la han reivindicado como un tesoro escondido en la filmografía de tres actores legendarios. De hecho, para Mitchum, quien aceptó el papel por necesidades económicas, supuso reencontrarse con un trasunto de su celebérrimo predicador de La noche del cazador.
A medias entre el relato de misterio y la pesadilla macabra, la ambigüedad narrativa de Ceremonia secreta emana directamente de su naturaleza literaria, una especie de revisitación en clave psicológica del cuento de mansión gótica. En ese sentido, el punto de partida de la nouvelle es muy ilustrativo. Porque Denevi la escribió para responderse a sí mismo ante la pregunta recurrente de quién viviría en un caserón que veía a diario. Es, pues, un juego de fabulación lo que da lugar al relato y podría decirse que es en ese campo de lo imaginado en donde se desarrollará la propia historia, que a manos de la sugerencia visual de Losey y la ambigüedad de Devini, se emparenta de forma natural con obras maestras de lo incierto como Una vuelta de tuerca de Henry James o Picnic en Hanging rock de Joan Lindsay.
Todo en la historia evoca desasosiego e incomodidad: Cecilia (Mia Farrow) es una joven perturbada a causa de los abusos sexuales a los que le sometió su padrastro (Mitchum) y que ha pasado su último año cuidando de su madre enferma; Leonora (Elisabeth Taylor) es una prostituta de mediana edad que no ha asumido la pérdida de su hija. La muerte une los destinos de estas dos mujeres atormentadas y será en uno de sus símbolos, un cementerio, donde con una mirada parezca sellarse un pacto silencioso entre ellas, el de una ceremonia secreta que protagonizarán ambas con la intención de sanarse mutuamente. Porque las dos se necesitan: para Cecilia, Leonora es la reencarnación de su madre; para Leonora, Cecilia es una oportunidad de abandonar una vida calamitosa y, en cierta medida, arreglar los errores cometidos con su propia hija. Por el camino, se vampirizarán mutuamente en una malsana pantomima por la que desfilarán los fantasmas de la pedofilia, el incesto, la enfermedad mental, el clasismo o la toxicidad afectiva.
Ceremonia secreta se mueve en todo momento en la dimensión de la fábula deconstruida, en la del reverso oscuro del cuento de hadas que, en su deliberada incerteza, requiere la atención de unos espectadores a los que exige ser jueces de lo narrado. Es precisamente la ambición de esta propuesta la que, con el tiempo, la ha traído de vuelta de ese cementerio cinematográfico del que resucitan de cuando en cuando las películas de culto.
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