Cinefórum CCLXXIII: «La juventud»
«En nombre de la bondad y el amor el hombre no debe dejar que la muerte reine sobre sus pensamientos» Hans Castorp, La montaña mágica
Si la semana veíamos una adaptación de los relatos de Stanislaw Lem en Test pilota Pirxa, esta semana volvemos, como ya hemos hecho en el pasado y haremos en el futuro, a una de esas ocasiones en que cine y literatura se dan la mano con felices resultados.
El director italiano Paolo Sorrentino nos ofrece en La juventud un relato existencialista trenzado con una suerte de reintepretación de la magnífica novela de Thomas Mann, La montaña mágica.
Fred Ballinger (interpretado por un soberbio Michael Caine que, eso sí, por momentos nos empieza a recordar a Francisco Umbral) es un famoso director de orquesta retirado en las límpidas alturas de los Alpes suizos. Recibe entonces una invitación para dirigir, con ocasión del cumpleaños del duque de Buckingham, un concierto ante la reina de Inglaterra, con el añadido de la petición de una obra en particular que él se niega a volver a dirigir jamás.
Con este conflicto como motor de la trama, Sorrentino abre el foco hacia la vida de Ballinger en ese hotel de los Alpes que hace las veces del sanatorio; aquel lugar al que acudía Hans Castorp a visitar a su primo tuberculoso en el clásico alemán. Al igual que haría Mann, reflejando el mosaico social de la burguesía europea previa al estallido de la Primera Guerra Mundial, Sorrentino retrata a un conjunto de personajes secundarios que habitan ese lugar donde el tiempo transcurre más despacio y en el que los días pasan entre baños termales, momentos contemplativos y amables paseos llenos de sencillas conversaciones que, sin embargo, acaban por revelar profundas verdades.
Los que recordamos y admiramos La montaña mágica veremos a un tremendísimo Harvey Keitel que por momentos se nos parece al bueno de Settembrini, aunque termine por correr la misma suerte que el vehemente Naphta. Por el hotel pululan un diletante Paul Dano y una Rachel Weisz cuyo personaje encarna la atracción erótica que en la novela representaba Claudia Chauchat, mientras sufre reveses sentimentales a los que los ancianos protagonistas restan importancia desde su atalaya vital, próxima a la muerte.
Y ese, quizá, es uno de los temas centrales de la película. La forma que tienen de afrontar los diferentes personajes esa última etapa, mientras luchan contra los fantasmas del pasado y gestionan las piedras que cada uno carga en su mochila; la manera de intentar paladear la efímera belleza y la naturaleza que se les ofrece a sus sentidos. Esa es, en realidad, una de las características de Sorrentino; una de las que a mí más me gusta: el maridaje entre la trascendencia exitencialista, la frivolidad más burda y divertida y el maravilloso letargo de planos fijos que se nos aparecen como cuadros de un museo en movimiento. La ambición de Sorrentino, que sus detractores siempre juzgan como pretenciosidad, se percibe en su propuesta: convertir su película en una experiencia multisensorial y recargada, por momentos en el lienzo de un bodegón surrealista en el que recrearse mirando las líneas, colores y texturas que hipnotizan al espectador (al menos, a aquel que se deja llevar), llevándolo hacia una atmósfera de metáfora sinestésica.
Para llevar esto a cabo, Sorrentino da en el clavo con un equipo técnico y artístico en el que no podemos dejar de destacar a David Lang a cargo de la música y la fotografía de Luca Bigazzi. En la banda sonora, además de las propias composiciones originales de Lang, resulta potente, a la vez que sutil, la elección de Des Pas sur la Neige, del primer libro de preludios de Claude Debussy, en algunas escenas. Esta pieza, cuyo título se traduce como «Pasos sobre la nieve», no deja de estar, una vez más, en relación con la novela de Mann: hace referencia al importante y onírico episodio en que el protagonista se pierde entre las montañas nevadas y presa del cansancio, tiene un extraño sueño que le lleva a lo profundo del subconsciente.
Igual de potente es el inicio, con un protagonismo musical a cargo de The Retrosettes Sister Band y su versión de You got the love, cuya letra es ya de por sí una declaración de intenciones de lo que acontecerá en las siguientes dos horas.
Con claros paralelismos con su anterior película, La gran belleza, Sorrentino mantiene en La juventud su estilo característico, convertido ya en un sello particular y distinguible de cualquier otro cineasta. Quizá la facilidad de aglutinar tantos admiradores como detractores alrededor de su filmografía (y su capacidad para ignorar a todos ellos) sea el rasgo más significativo de este director que deseamos que tenga, todavía, una larga trayectoria.
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