Cinefórum CCLXXVII: «Cop Land»
«El trabajo os hará libres». Una de las frases más contraintuitivas de la historia: el salario, demasiadas veces, nos acerca todo lo que la legalidad permite a la condición de esclavos. Incluso si tenemos el inmenso privilegio de trabajar en lo que nos gusta, como el doctor de la con rayos-x en los ojos de la semana pasada y el personaje de Sylvester Stallone en Cop Land, la sumisión de la vida personal a la pública puede sepultarnos en el deber hasta hacernos perder alguno de los sentidos de la existencia. La vista, el oído… Incluso la vida misma.
Frente al arquetipo del médico loco y devorado por la sed de sabiduría tan propio de la ciencia ficción clásica, aquí encontramos a un bondadoso hombre de ley dispuesto a sacrificarse en cumplimiento del deber. Freddy (Stallone) es un sheriff de las afueras de Nueva York; su jurisdicción termina donde empieza la de los policías a los que ha admirado toda su vida y a los que ha visto corromperse poco a poco. Mientras él se dejaba los oídos sacando a una chica que le gustaba del fondo del mar, ellos se dedicaron a la especulación inmobiliaria, codo con codo con la mafia. Ahora controlan su vecindario, refugio y coto de caza de los polis de la Gran Manzana. Por eso esconden debajo de sus bíceps anabólicos a uno de los suyos, al que se le fue la mano disparando a unos negros desarmados tras una persecución.
Con estos sencillos mimbres, James Mangold construye un thriller policiaco rebosante de ritmo y que rezuma años 90 por todos sus poros. Es algo que va más allá del bar de los policías, de los ángulos rectos y las llantas plateadas de los coches. Es la música de Bruce Springsteen y un casting abrasador, capaz de reunir una constelación de estrellas cuyo brillo, además, nos llega ya desde el pasado. Y nada hay más bonito que mirar atrás en el tiempo, al momento en el que uno era joven y millones de personas y dólares desfilaban semanalmente por la industria del cine. Harvey Keitel, Ray Liotta o Robert De Niro podían ser, en aquella época, secundarios de una película con pocas pretensiones y protagonizada por Rambo y/o Rocky Balboa.
Si el cine de aquel momento no estaba repleto de alma, entonces debíamos de ser nosotros los que rebosábamos vida. Tampoco importa demasiado. Lo relevante es que una película con tres disparos se vendía a través de un cartel con un héroe de acción, la gente iba a verla y volvía a casa, satisfecha, sin darle demasiadas vueltas al modelo de segregación urbana norteamericano. Eran tan buenos los tiempos que corrían en los indiscutidos EEUU de América, que aquella gente podía abrirse en canal cada fin de semana y ganar dinero enseñando sus vísceras. Las nuestras volvían a casa seguras y contentas, pasando, quizá, a echar un billar en las recreativas.
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