Mi prueba del algodón para saber si una película me parece realmente excepcional es la siguiente: si me la encuentro en la televisión de casualidad, ¿me quedo a verla hasta el final sin importar qué esté haciendo o la hora que sea? Si la respuesta es positiva, lo tengo claro. Y me pasa con unas cuantas, que podrían haber tenido su lugar en esta peculiar ronda de nuestro cinefórum dedicada a algunas de nuestras favoritas, pero me voy a ir a una obra maestra de John Huston: El hombre que pudo reinar.
Hay películas que nacen con todo de cara, y esta es una de ellas. Para empezar es la adaptación de un magistral relato corto de Rudyard Kipling, al que ya hemos tenido por aquí en una muy libre versión de su variante poética con Gunga Din. Está dirigida, como ya hemos mencionado, por el gran John Houston, del que también hemos disfrutado El tesoro de Sierra Madre. Como protagonistas, un duelo entre el epitome de lo británico y el mejor representante de lo escocés: Michael Caine y Sean Connery. Imposible elegir. Y para redondearlo todo, el escenario más maravilloso: la India colonial británica y sus alrededores, tierra desconocida llena de misterio y aventuras.
El resultado fue la que posiblemente sea la película de aventuras definitiva. No necesita grandes escenas coreografiadas hasta el exceso, no le hacen falta protagonistas que hagan alardes físicos imposibles ni que haya extraños sucesos. Al final, lo único que hacen falta son dos protagonistas inconmensurables que buscan la grandeza en un lugar y un momento en el que todavía se creía que alguien podía convertirse en rey por mera fuerza de voluntad. A esto le unes antiguas civilizaciones, la necesaria soberbia británica y una mirada irónica y desencantada y tienes una de las películas más grandes jamás rodadas.
El hombre que pudo reinar es una de esas películas que marcan vidas, como El hombre que mató a Liberty Valance, Apocalypse Now, Picnic en Hanging Rock… una cinta que se convierte en una referencia constante de la vida de muchos de sus espectadores, que crea ondas que siguen transmitiéndose por el tiempo, ganando nuevos significados e iluminando a otras muchas obras. Ninguna película de aventuras, ni siquiera las de Indiana Jones, ha sido la misma desde que vi El hombre que pudo reinar. Ahora siempre tienen un ideal al que tratar de acercarse, un modelo que perseguir y que todavía no ha sido destronado.
La última vez que me la encontré en la televisión creo que fue una víspera de festivo, a altas horas de la noche. Trabajaba al día siguiente y mi idea era irme a la cama de una vez. Recuerdo que acababa de empezar- Peachy Carnahan volvía a encontrarse con Kipling. No me acosté hasta más de dos horas después, contento por descubrir una vez más que las peripecias de Carnahan y Dravot por Kafiristán siguen siendo la piedra filosofal del cine de aventuras.
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