Ya vimos la semana pasada que a los estudios no les tembló el pulso a la hora de tratar de aprovechar la creciente fama de la franquicia James Bond. Las respuestas, eso sí, podían ser muy diferentes entre sí. Harry Palmer apostaba por una de las opciones más claras, un espía pretendidamente más realista y alejado de los excesos de Bond. Frente a él, otra opción podría ser dejarse llevar por los aspectos más delirantes de la creación de Ian Fleming y adelantar el camino que la saga original terminaría siguiendo con Roger Moore como protagonista. Fue por eso por lo que apostó la 20th Century Fox con Flint, agente secreto.
En esencia Flint es una parodia descarada y alocada de James Bond, con algunos detalles de Doc Savage que hacen que resulte aún más surrealista. Nuestro héroe, interpretado por un James Coburn que oscila entre una aparente indiferencia y pasárselo muy bien, es un antiguo agente de la ZOWIE retirado (el acrónimo es de traca), que ahora vive con cuatro atractivas mujeres mientras da charlas y cursos, práctica yoga, entrena sus artes marciales, pinta… En fin, que es tan perfecto que resulta increíble y lo sabe.
Los problemas llegarán con la aparición de una organización llamada Galaxy, que trata de imponer a todas las naciones una paz que ellos controlarán y cuyo primer paso es hacer que todos los países desactiven sus armas nucleares. La verdad, tampoco parecen muy malos hasta que descubres que, como lo anterior no era suficiente, también se dedican a lavar el cerebro a las mujeres para que sean sus objetos de placer. El caso es que Flint es reclutado de nuevo, se encuentra con situaciones extrañas de las que siempre sale bien parado, conoce a un émulo de Bond llamado solamente Agente 0008 y hasta consigue a una nueva mujer para su harem particular.
La película podría ser un desastre destinado a una de esas sesiones golfas de películas tan malas que resultan divertidas, pero por suerte sabe en todo momento que es una parodia y, además, está dirigida con un ritmo frenético por Daniel Mann. Nunca aburre, que es lo que se le pide a una película así, y hace que uno termine fijándose en que sale Edward Mulhare (el mítico Devon de El coche fantástico) o en que hay un personaje llamado Hans Gruber (como el mítico villano de Alan Rickman en La jungla de cristal). Flint, agente secreto tuvo hasta una secuela antes de que la gracia se perdiese, pero a su manera fue la mejor parodia que Bond podía tener en los años sesenta. Ostenta incluso un honor que destaca por encima de que su segunda parte sea, oficialmente, la película favorita de Austin Powers: el mismo año que se estrenaba la primera entrega los italianos sacaban Il vostro super agente Flit, parodia de la parodia y evidencia última de que la Fox había dado en el clavo, aunque el filón le durara poco.
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