Tomando el testigo del anterior cinefórum, celebramos esta semana una nueva sesión doble de terror. Para la ocasión, dirigimos nuestra mirada a un referente del género que, durante años, citó a millones de españoles ante el televisor para poblar de miedos sus pesadillas: Narciso Ibáñez Serrador.
Chicho, al modo de un Alfred Hitchcock o Rod Serling patrio, introduciría en el salón de nuestras casas sus Historias para no dormir, antología televisiva de cuentos de terror propios y ajenos (Bradbury, Poe, Henry James, Maupassant…); y lo haría, además, durante varias etapas (1966-1968 y 1982), hasta vivir una última mutación en 2006, rebautizadas como Películas para no dormir, proyecto-homenaje de seis telefilmes coordinados por él mismo (y uno de ellos también dirigido) bajo el impulso de Filmax, y con el que contarían con reputados cineastas españoles: Alex de la Iglesia, Jaume Balagueró, Paco Plaza, Mateo Gil y Enrique Urbizu.
La idea original era que la serie fuese emitida por Telecinco, pero solo vio la luz íntegramente en Factoría de Ficción. No están muy claros los motivos de esta decisión, aunque parece que la baja audiencia inicial pudo tener mucho que ver. Sea como fuere, en Telecinco llegaron a pasarse dos obras, los mismos que hemos elegido para este cinefórum y que son, a su vez, los dos mejores valorados de la serie en Filmaffinity: Para entrar a vivir y La habitación del niño.
Bajo la dirección de un Jaume Balagueró a las puertas de su consagración definitiva (Rec, 2007), Para entrar a vivir nos sumerge en una narración tan entretenida como disparatada y, por momentos, desconcertante desde el punto de vista visual (esa extraña vibración de la cámara en algunas escenas). Clara (Macarena Gómez) y Mario (Adriá Collado) son una joven pareja que espera su primer hijo. En la búsqueda de una casa más grande para su nueva vida, se acercan una tarde lluviosa a conocer un piso en un apartado barrio. La agencia les ha dicho que ese piso es especial, y como todos nos podemos imaginar, lo será, pero por motivos diferente a lo que ellos esperan.
Balagueró y Alberto Marini, coautores del libreto, se toman tan poco en serio la naturaleza de serie b de la propuesta que incluso la proyectan hacia una dimensión casi pulp, de ahí que la historia se balancee peligrosamente entre el filo que separa el esperpento disfrutable del bochorno. Las interpretaciones de Adriá Collado y Macarena Gómez (sosa la primera, sorprendentemente contenida la segunda) sirven de contrapeso a la de una Nuria González demasiado caricaturizada en su papel de portera con desórdenes mentales severos. Los subrayados sonoros y visuales de Balagueró no atenúan precisamente la sensación de terror de brocha gorda del conjunto.
Decir que Para entrar a vivir es tan fácil de ver como de olvidar, no deja de ser un condescendiente mantra diletante para referirnos a una película de evasión instrascendente; y sin embargo, hay más de reconocimiento que de crítica en tal afirmación.
Otras hechuras, sin embargo, muestra La habitación del niño, la aportación de Alex de la Iglesia a Películas para no dormir.
La premisa, no por conocida es menos interesante: Sonia (Leonor Watling) y Juan (Javier Gutiérrez) son un matrimonio con bebé que se acaba de comprar un caserón a reformar en medio de la ciudad. Desde el prólogo, sabemos que esa casa no esconde nada bueno y que es más que probable que lo que acabe medio en ruinas sea su relación; porque al poco de instalarse, Juan comienza a ver una figura nocturna que acecha a su hijo, visión que le hundirá poco a poco en una paranoia destructiva que le alejará de su familia.
Alex De la Iglesia y Jorge Guerricaechevarría proponen una curiosa reinvención del cuento de casa embrujada: a la esperable historia de fantasmas en la línea de Shirley Jackson o Stephing King, se le añade la profundidad psicológica del thriller polanskiano, aderezado todo ello por el plus seudocientífico de las realidades paralelas. Este combo, pese a ser ambicioso, sale ileso del envite gracias a la contención del guion, la solvencia interpretativa del reparto (especialmente la de Javier Gutiérrez, en quien recae el mayor peso de la trama) y, sobre todo, al pulso del director, que le insufla a la historia el ritmo necesario en cada momento, dotándola de una concepción visual tan contenida como certera.
Pese a que La habitación del niño arranca desde un lugar común en el género, sus numerosos aciertos hacen que echemos de menos un mayor presupuesto y más metraje, lo que acabaría por redondear una obra concebida y desarrollada con mejores mimbres de los que su encorsetarlo marco parece permitirle.
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