Volvemos a dejarnos llevar, igual que la semana pasada, por los chamanes del nuevo mundo. Pero en esta ocasión la historia y la época son bien distintas. Nos trasladamos a los primeros años del siglo XVI, cuando los españoles se encontraban en pleno expolio del Nuevo mundo. La historia a la que nos arrastra la película es la del tesorero mayor de una expedición fallida que perseguía la conquista de Florida, Álvar Núñez Cabeza de Vaca, quien tras un naufragio es capturado por una tribu indígena y se convierte en esclavo.
Las peripecias de Cabeza de Vaca, darían para un gran título de acción palomitera hollywoodiense. En esta ocasión, bien debido a las intenciones del realizador mexicano Nicolás Echevarría, bien a las limitaciones presupuestarias, o quizás por ambas razones, la atención se centra en la faceta más humana del personaje: en la transición del hidalgo español de aventurero naufragado a esclavo de una cultura extraña, y posteriormente a chamán versado en las tradiciones de ultramar.
Tratando de centrar el periplo de ocho años del protagonista, ese que le lleva del naufragio hasta su reencuentro con compatriotas españoles en el río Sinaloa, y atendiendo al aspecto más psicológico del personaje, la cinta está llena de planos cortos y medios, guiando la historia mediante expresiones y miradas que buscan suplir la ausencia casi total de diálogos (la mayoría son en lengua indígena) y consigue que empaticemos con la impotencia que debieron sufrir los conquistadores derrotados, atrapados ante la incapacidad de comunicarse con sus captores y la incertidumbre de no saber qué pretendían hacer con ellos.
Esta pequeña porción de las aventuras de Cabeza de Vaca envía un mensaje de hermanamiento entre culturas; un mensaje sobre cómo la convivencia y el conocimiento de las distintas razas y tradiciones crea lazos de empatía que evitan que lo distinto sea visto con odio y desconfianza, lo que queda de manifiesto claramente cuando el protagonista proclama que «esto es España y aquello es España». El film trata de equiparar tanto las razas como la fe, la cual se muestra como transmisora de la sinrazón en cuanto lleva a acabar con todo aquello que es considerado infiel según la religión (en esta caso católica).
En lo referente al apartado técnico, la factura es pobre y pone de manifiesto unos medios escasos; el sonido es bastante deficiente y la calidad de imagen baja. Las interpretaciones, por su parte, son irregulares, como evidencia el protagonista, Juan Diego, que alterna buenas escenas en las que muestra la desesperación y conatos de locura del personaje, con momentos que parecen sacados de una función infantil.
La película ofrece un retrato minimalista que va claramente de menos a más, y que a pesar de los silencios, de lo limitado de la historia y de la escasez de localizaciones, avanza a buen ritmo y no se hace pesado en casi ningún momento. Destacan el desarrollo de relaciones entrañables como la de Cabeza de Vaca con el enano indígena sin brazos, quizás lo mejor de la cinta, en contraposición a la endeble escena inicial del naufragio, que presagia dos horas soporíferas que luego, afortunadamente, no son tal.