Últimamente nos hemos paseado por las altas cumbres del mundo, desde los imaginarios mundos de Hayao Miyazaki a la tangible pared que es la cara norte del Eiger. Esta última la visitamos también con la Segunda Guerra Mundial como telón de fondo. Así que nada mejor que aprovechar el conflicto bélico más cinematográfico de la historia para buscar el reverso de las altas cumbres: el fondo del mar a bordo de un submarino.
Si existe un subgénero bélico definitivo, ese es sin ninguna duda el de las películas de submarinos. A la claustrofobia natural causada por la falta de espacio, se une la consciencia de que los protagonistas están atrapados de manera irremediable en un transporte del que no hay escape posible. Al igual que si estuvieran en una nave espacial que surcara el inmenso universo, nuestros marineros son presas de un entorno hostil que solamente quiere acabar con ellos. En ese contexto debemos situar la trama de Torpedo (Run Silent, Run Deep, 1958).
El film se basó en un libro de Edward L. Beach Jr., un veterano de guerra que había servido en la marina siendo capitán de submarinos. Esto hizo que su novela, de igual título que la cinta, fuese todo un triunfo y se aplaudiese su realismo. Curiosamente, Beach acabaría muy descontento de la adaptación debido a las concesiones necesarias para adecuarse a un público más generalista y a las obligaciones impuestas por las estrellas; sobre todo a las peticiones del mismísimo Clark Gable respecto a la figura de Richardson.
A pesar del descontento del autor original y de las sombras que esto arroja sobre su posible verismo, lo cierto es que la película es ejemplar en su construcción. La dirección de Robert Wise es impecable (pensar que apenas tres años después realizaría West Side Story es cuanto menos curioso) y además cuenta con dos grandes actores a pleno rendimiento para sus papeles principales: el ya mencionado Gable y un muy acertado Burt Lancaster.
Uno se siente tentado de quitarle grandeza a Torpedo, ya que después de todo responde a una tipología muy cerrada y no la consigue superar en ningún momento; pero posiblemente se trate del punto más álgido de ese peculiar universo cinematográfico hasta la llegada de la monumental El submarino (Das Boot, 1981), y eso no es poca cosa.
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