Ciudad o fantasía. La Roma herida de Piranesi
Giovanni Battista Piranesi fue arqueólogo, arquitecto, investigador y grabador (arte, este último, por el que mejor se le conoce). Nació en Mogliano Veneto, muy cerca de Venecia, en 1720, vivió herido por el tiempo (por ello prefirió la arqueología a la arquitectura, aunque él siempre se consideró arquitecto) y murió en la ciudad eterna a los 58 años. Quiso preservar el recuerdo de la grandeza antigua en sus grabados, de los que se le atribuyen más de dos mil, entre recreaciones fieles e imaginarias. A través de sus aguafuertes es posible asomarse a una Roma suspendida en el intervalo irreal de los siglos, en una Edad Moderna en la cual la imponente presencia del pasado aún dominaba la tímida (aunque imparable) incursión de lo contemporáneo.
Dice Luis Alemany en un artículo dedicado al artista, que Piranesi debió de ser el primer arquitecto sin obra construida del mundo. Aunque en realidad sí que tiene alguna: la piazza dei Cavalieri di Malta, diseñada por él en 1765 por encargo del sobrino del Papa Clemente XIII (Giovanni Battista Rezzonico), patricio veneciano y prior de la Orden de los Caballeros de Malta. Rezzonico encomendó a Piranesi la construcción de la iglesia de Santa María del Priorato, el diseño del jardín y la plaza. Señalan que este es el único edificio realizado por él porque muchos de sus diseños se consideraban «poco prácticos». Y enterrado está el maestro en la actual iglesia.
Christopher Woodward, autor de In Ruins: A Journey Through History, Art, and Literature, señala acerca de la naturaleza de los vestigios: «Cuando contemplamos las ruinas, observamos nuestro mismo futuro. Para los hombres de estado las ruinas predican la caída de los imperios, y para los filósofos la fugacidad de las aspiraciones de una criatura mortal. Para un poeta la disgregación de un monumento representa la disolución del yo individual en el pasar del tiempo; para un pintor o un arquitecto, los fragmentos de una antigüedad maravillosa ponen en discusión los fines mismos de su arte.»
Piranesi refleja en sus obras las heridas que el tiempo inflige. Monumentos y edificios colosales no son ajenos a la tiranía de Cronos, por muy poderosos que hayan sido sus promotores. Pero qué hermoso desgarro el de la piedra, que deja paso a otra vida enramada y fresca en joven rebeldía. Dicen que la devoción del artista por su obra y la magnificiencia de Roma fueron tan grandes que, el mismo el día de su muerte, Piranesi se negó a descansar alegando que el reposo era indigno de un ciudadano de Roma, y pasó sus últimos horas ocupadas entre sus dibujos y planchas de cobre.
El artista plasma la particular (re)creación de sus propios espejismos. Cuando miramos su elaborada ilusión, tan bella a la vista, poco nos importa si lo que observamos existió con dicha apariencia, si fue tangible tal y como se nos representa. Su simple contemplación nos atrapa y embelesa, y la hacemos real porque así deseamos que sea. Por eso, mientras pienso en la obra de este genio y estoy escribiendo, no puedo evitar conectarlo con Italo Calvino, porque si alguien sabe de paisajes y ciudades irreales es este fabuloso autor. Según él mismo explica al comienzo de su obra Las ciudades invisibles: «En Las ciudades invisibles no se encuentran ciudades reconocibles. Son todas inventadas». El libro se compone de un conjunto de breves relatos de viaje que, supuestamente, el veneciano más conocido de todos los tiempos (Marco Polo) cuenta a Kublai Khan en los jardines del palacio real de Kemenfú. El Gran Khan no puede ver los confines de su imperio, pero los imagina escuchando las narraciones de Marco Polo. Existen dudas y discrepancias entre los propios historiadores sobre si realmente Marco Polo viajó hasta la totalidad de los lugares que describe en su Libro de las Maravillas o si son también una invención. Puede que por ello no sea casual la elección por Calvino de aquel viajero por antonomasia como guía fabulador de este recorrido. Nuestro grado de interés y credulidad suele ser proporcional al nivel de belleza sugerido o efectivamente logrado. Una historia bien contada, una obra de arte hermosa, nos hacen viajar con la imaginación y el pensamiento hasta confines insospechados, mantienen nuestro afán de soñar sin ninguna frontera, ni siquiera la limitación de lo verosímil.
«No es que Kublai Kan crea en todo lo que dice Marco Polo cuando le describe las ciudades que ha visitado en sus embajadas, pero es cierto que el emperador de los tártaros sigue escuchando al joven veneciano con más curiosidad y atención que a ningún otro de sus mensajeros o exploradores.»
Piranesi, Calvino y Marco Polo nos traen a las manos sus ciudades transformadas con las huellas de su alma. Nosotros decidimos cuánto hay en ellas de fiel verdad y cuánto reflejamos de nuestra propia fantasía.
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