Claudette Colvin y Rosa Parks: derechos civiles y transporte público
Estados Unidos. Años 50 del pasado siglo. Sueño americano. Crecimiento económico. Elvis Presley y Rock & Roll. Cadillacs y Chevys. El mundo al alcance de tu mano… Si eras blanco, porque como tu piel tuviese un color oscuro ibas apañado majo. Y más si vivías en el sur del país de las barras y las estrellas, en un lugar como, por ejemplo, Montgomery, Alabama. Entonces mejor te estabas quietecito, no armabas bulla y respetabas a tus superiores blancos, Ku Klux Klan mediante por si algún negro se desmadraba. Y en esas estaba la comunidad afroamericana cuando aparecieron las dos heroínas de nuestra historia y pusieron el sistema patas arriba por su asiento en un autobús.
La primera en entrar en escena y liarla parda fue Claudette Colvin, una adolescente de 15 años que la tarde de un 2 de marzo de 1955 volvía a casa después de asistir a clase. Lo hacía en autobús al igual que sus compañeros de escuela, pues este era el medio que utilizaba la mayor parte de la población de color de la ciudad. El uso de los asientos de este medio de transporte estaba regulado por una ley de segregación, como bien conocía Claudette. Los diez primeros asientos estaban reservados exclusivamente para ciudadanos blancos y en el resto tenían siempre preferencia. La joven subió al bus en el que los diez primeros sitios estaban vacíos y ocupó un lugar tras la quinta fila. Poco a poco, en el largo viaje que la llevaba hasta su casa, el autobús se fue llenando, hasta que no quedó ningún lugar entre las 5 primeras filas. Fue entonces cuando una señora blanca se acercó hasta Claudette Colvin y “amablemente” (traduciendo, con una mirada asesina de quítate tú para allá) animó a la adolescente a dejarle descansar sus sufridas posaderas descoloridas. Pero Claudette no se movió. El conductor tampoco consiguió levantar a la muchacha, como tampoco lo logró un policía de tráfico, que no sería por ganas. Al final tuvieron que llamar a una patrulla de policía que terminó arrestando a la joven Colvin y dejándola tirada en una celda para adultos, pese a que era poco más que una niña. Por el camino le amenizaron el viaje en el coche con una serie de insultos. Así da gusto con las fuerzas del orden, a las que en este caso, el calificativo de cenutrios se les queda corto.
Toda esta historia acaba el final en un juicio y una sentencia. A Claudette Colvin el municipio la acusó en un principio con tres cargos: violación de la orden de segregación, alteración del orden público y asalto a la autoridad. La última de las acusaciones fue la única que se mantuvo, pues el juez retiró las otras dos pese a que se podría haber dicho que fueron ciertas. Se había levantado inspirado y graciosete el magistrado. Pese a que el abogado defensor, al que por cierto habían contratado con la ayuda de la NAACP (Asociación Nacional para el Progreso de las Personas de Color) y las iglesias negras de Montgomery, presentó una apelación contra la sentencia de culpabilidad por asalto, no se tuvo en cuenta. Ningún juez iba a revocar la sentencia. Habrase visto.
Pese a que Claudette Colvin fue la primera en liarla parda con todo el tema de los derechos civiles, la verdadera «Primera Dama» del movimiento fue Rosa Parks. ¿Por qué? Por hacer exactamente lo mismo (no ceder su asiento de autobús a un blanco), en el mismo lugar (Montgomery, Alabama). Pero esta vez el revuelo que se levantó fue aún mayor y, en esta ocasión, los líderes de la comunidad negra estaban preparados, pues habían aprendido la lección nueve meses antes con Claudette. Y entonces, se armó la marimorena.
El 1 de diciembre de 1955, Rosa Parks, una costurera de 42 años, estaba sentada en la primera fila “asignada a los negros” del autobús. De nuevo los diez primeros asientos estaban llenos y otra vez, un blanco se subía buscando donde descansar su trasero. El conductor ordena a los ocupantes de la sexta fila abandonar sus posiciones y todos lo hacen, salvo Rosa Parks. ¿Os suena la historia? Pues acaba igual, con la mujer detenida y encontrada culpable en juicio: multa de 10$ y pago de las costas, es decir, 4$ más. Era el 5 de diciembre, cuatro días después del arresto y cuando se ponía en marcha el plan que la comunidad negra, liderada entre otros por el pastor de la iglesia bautista de la Avenida Dexter, un tal Martin Luther King. Comenzaba un boicot a la empresa de autobuses que se extendería a lo largo de 380 días.
Durante ese tiempo, la gente de color de Montgomery se organizó para no coger ni un autobús. Iban andando, en bicicleta o en taxis conducidos por taxistas negros que cobraban solo 10 centavos, la misma tarifa que el billete de autobús, por viaje en lugar de los 45 estipulados. Llegaron incluso a desplazarse usando mulas… De las de verdad de cuatro patas, no los burros racistas que tenían por vecinos. La cosa se fue poniendo seria cuando estos zopencos intentaron intimidar a los promotores del boicot con la violencia. Se incendiaron casas, entre ellas las de Martin Luther King, y también iglesias, además de las ya tradicionales palizas. Pero la gente no se rendía y el boicot no terminaba. El arresto de los líderes y promotores tampoco ayudó, si no más bien todo lo contrario. Cuando King fue condenado a pagar 500$ o pasar 386 días en prisión, el conflicto alcanzó repercusión nacional. Y entonces comenzaron las presiones en todo el país contra la ley de segregación racial en los autobuses de Alabama.
Todo esto acabaría primero en la corte federal, fallando a favor de la eliminación de la (estúpida) ley de segregación racial. Ante la apelación de la decisión por parte del estado (válgame el cielo), la cuestión llegó al Supremo de los Estados Unidos. Y al parecer, fue aquí cuando los jueces se dieron cuenta que oye, igual eso de no dejar a la gente sentarse donde quisiera en un autobús por su color de piel violaba la Constitución. Mira que no darse cuenta hasta entonces de ese detallito sin importancia… ¡Qué cosas! Y allá que dieron la razón a quienes luchaban por cargarse la segregación en los autobuses del estado sureño.
Pero los salvajes racistas no iban a quedarse tan tranquilos tras la decisión del tribunal. A los dos días de eliminarse la segregación racial en los asientos, comenzaron los disturbios: primero, le tocó a la casa de Martin Luther King. Alguien disparó a través de la puerta de su hogar con una escopeta, aunque por suerte, sin heridos. Después una joven afroamericana sufría el ataque de hombres blancos cuando se bajaba de un autobús. Luego les tocó el turno de acción a francotiradores que disparaban a los buses. El 10 de enero, en plena escalada de violencia, llegó el tiempo para el uso de bombas: cinco iglesias negras volaron por los aires y también el hogar del reverendo Robert S. Graetz, uno de los pocos blancos que se había atrevido a declarase públicamente a favor del boicot. Al final, la única solución fue suspender durante una temporada el servicio de autobuses en Montgomery.
Después de aquellos primeros días de 1957, en la ciudad del estado de Alabama, las cosas volvieron poco a poco a la normalidad, y la segregación desapareció del transporte público. A cambio, se intensificó aún más (aunque parezca difícil) en otros aspectos cotidianos. En marzo de ese mismo año, se aprobó una ley que prohibía a negros y blancos jugar juntos a cualquier juego o competición deportiva o no, ya fuese al aire libre o al descubierto. La presión siguió creciendo. El Ku Klux Klan actuando. Rosa Parks tuvo que irse de Montgomery por amenazas de muerte y porque nadie le daba un empleo. Al final, después de tanta lucha todo parecía seguir igual… O no. La semilla del movimiento por los derechos civiles ya había sido plantada y ya nadie podría hacer nada por detener su crecimiento. Ni la violencia ni las leyes estúpidas promulgadas contra la comunidad negra.
Comentar por último, que toda la historia de Rosa Parks y Claudette Colvin tuvo un precedente 11 años antes en la figura de Irene Morgan Kirkaldy. En este caso el Supremo falló a favor de la mujer, que se había negado a ceder su asiento pese a que en el estado de Virginia, lugar del altercado, existía una ley de segregación racial en el transporte público. En el caso de Rosa Parks, además del tema racial, el otro meollo fue meterse a legislar en asuntos propios del estado de Alabama. Que ya se sabe que los norteamericanos son muy suyos para eso de las leyes federales.
Rosa Parks recibió en 1.999 la Medalla de Honor del Congreso y tras su muerte en 2.005, su capilla ardiente se instaló en el Capitolio de Washington, un honor reservado para muy pocos, presidentes de Estados Unidos en su mayoría. Por desgracia, a día de hoy, más de uno sigue revolviéndose por cosas como estos reconocimientos o por hablar de igualdad, y eso que ya no somos racistas… Pero es que claro, también es cierto eso de que “si lo burros volasen, no veríamos la luz del sol”.
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