Dentro del odio. El verano en que mi madre tuvo los ojos verdes
La autora moldava Tatiana Tîbuleac (1978) firma El verano en que mi madre tuvo los ojos verdes (Impedimenta, 2019), una novela incómoda, violenta, pero plagada de bellas imágenes, que gira en torno al odio visceral en la relación materno-filial entre los personajes protagonistas.
El narrador es Aleksy, un chico que se define como el hijo de la «madre más inútil que haya existido jamás». Su voz recuerda al popular Holden Caufield, el joven perdido de El guardián entre el centeno. Como este, Aleksy también está internado (aunque en un centro de menores), y ambos comparten el hecho de ver que no encajan en la sociedad donde están insertos. Holden es tachado de loco, Aleksy sufre una enfermedad mental, y ambos contienen odio.
Aunque en la novela se nos ofrece el punto de vista del personaje narrador como única fuente de fiabilidad, este, para convencer al lector de la visión que tiene hacia su madre, también narra cómo los demás la observan como una triste burla: «Mi padre la llamaba “vaca imbécil”. La mujer de mi padre, “salchicha”».
A pesar de que la voz de Aleksy quiera presentarnos a una madre desagradable y absurda, cuando ella prepara un pastel y demás viandas para su propio cumpleaños, Aleksy, al ver que el festejo se reduce a la presencia de ellos dos, afirma: «Me resultaba extraño que no hubiera recibido ningún regalo. No porque se lo mereciera, sino porque ella se mostraba siempre atenta con todo el mundo y compraba flores bonitas y cosas caras, incluso para los parientes imbéciles de mi padre». De este modo, el lector tiene otra perspectiva de esa madre tan odiosa, cuando atisbamos que puede ser una persona amable y considerada, pero Alesky no desea mostrarnos ese lado.
Lo mismo acontece cuando le despierta por la mañana en una ocasión y le anima a que se apure con estas palabras: «Date prisa, Aleksy -me susurró con su lengua de víbora sabelotodo-. Si te das prisa, el tiempo pasa más despacio». Ante este inocente consejo, el hijo también debe añadir un improperio hacia la madre. Esto hace que la confianza que el lector conserva en el personaje empiece a tambalearse. El odio que siente hacia su madre parece incorregible, inabarcable e incluso ilógico.
Observamos, asimismo, que Aleksy es un personaje egocéntrico e inestable. Desea ir a Ámsterdam con tanta necesidad que lo haría aunque con ello acabara sus días cubierto de gusanos. Y de sus únicos amigos comenta que eran tontos y «jamás se les ocurrían unas ideas tan buenas como las mías». Sus crisis nerviosas terminan con puños ensangrentados e imágenes surrealistas cruzando por su cabeza. Es un personaje tan maltratado que siente por primera vez asombro, compasión y alborozo cuando prueba unos medicamentos que su madre le cede para aliviar esos ataques de ira.
Poco a poco se desvela que esta furia hacia su madre no es caprichosa, sino que tiene una razón de ser: la muerte de su hermana pequeña, Mika, y la depresión que sufrió su madre posteriormente, que derivó en olvidar por completo a su primogénito, apartándolo de su lado cuando todavía era un niño.
No obstante, hay un elemento que todavía vincula a Aleksy con la madre: los ojos. Esos ojos verdes a los que les dedica los versos más bellos, insertos a lo largo de la prosa. Esos ojos que «lloraban hacia dentro», que eran «las conchas despuntadas de los árboles».
Quizá gracias a ese nexo se produce la transformación en la relación entre madre e hijo. Del aborrecimiento Aleksy acabará sucumbiendo al cuidado intensivo de una madre que ahora es madre enferma, se vuelve madre-hija y madre bella.
Cuando encontramos belleza en la prosa visceral y violenta de Aleksy, también está dirigida a su madre. Habla de cómo se acerca el momento de morir de ella, el viaje «hacia su campo de girasoles suspendido en el cielo, o tal vez hacia otro universo, donde existe tan solo un Mmar Entero de Esmeraldas, que de vez en cuando se desmigaja y llega a otros mundos en forma de ojos verdes».
Tatiana Tîbuleac nos presenta un universo casi claustrofóbico donde estos dos personajes viven dentro de la cáscara de una casita, rodeados por otros personajes secundarios que sirven como telón de fondo, y a los que apenas nos llegan algunos arañazos de su vida. Aleksy es un personaje inestable que ofrece su voz para mostrarnos ese odio hacia una madre, un tema incómodo de tratar. Este libro cargado de confesiones suponen para él una cura, ya que lo escribe como ejercicio que le encarga su psiquiatra, en un momento en que el personaje es un pintor famoso.
Su metamorfosis finaliza con una vuelta: él es padre y la madre es hija, él cuida de ella y ella se deja cuidar. Solo con la inversión de papeles aparece la paz y el perdón en el vínculo entre estos dos personajes.
La paz que conlleva la muerte, esa muerte que cierra los ojos que él hubiera anhelado salvar. Esos ojos verdes que eran «brotes a la espera», «mis historias no contadas».
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