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Arte y Letras

El Capitán Britania de Dave Thorpe: la época olvidada que debemos recordar

El Capitán Britania es uno de esos personajes menores de Marvel que tiene más enjundia de la que parece. En un principio fue proyectado como la respuesta británica al Capitán América (en los años setenta había momentos en los que la imaginación no sobraba) y contaba con un aspecto bastante trasnochado a día de hoy: lucía un león rampante en pleno pecho y portaba un ostentoso bastón de poder. Lo más interesante del personaje eran las referencias al mito artúrico, con Merlín a la cabeza, y el hecho de que fuese un personaje británico, publicado en exclusiva para el Reino Unido… escrito por estadounidenses. La primera serie regular del Capitán Britania realizada por autores británicos no llegaría hasta 1981.

La trascendencia de la serie del Capitán Britania en la historia de los cómics Marvel se debe primordialmente a que en ella se encuentra el único trabajo de Alan Moore dentro de la continuidad oficial de la Casa de las Ideas. No es poca cosa, pero hay que recordar que la importancia del trabajo de Moore ha eclipsado el resto de la construcción del personaje. El único autor que le ha hecho sombra ha sido Alan Davis, dibujante desde el relanzamiento y uno de los mejores autores del cómic de superhéroes, sin duda alguna. Muestra de esa preponderancia de Moore es que en la portada del reciente recopilatorio publicado por Panini en nuestro país solamente aparecen mencionados Alan Moore, Alan Davis y Jamie Delano, y este último seguramente se ganó su mención gracias a su etapa fundacional en Hellblazer. Ni rastro de Mike Collins, Paul Neary y, sobre todo, de Dave Thorpe.

La calidad por encima de la cantidad

El caso de Dave Thorpe es especialmente doloroso, porque su Capitán Britania debería ser, posiblemente, tan ponderado y apreciado como muchas de las obras maestras británicas con las que compartió época. Pero el hecho de que le echaran de la colección cuando apenas había empezado su etapa, que fuese sustituido por Alan Moore y que su carrera en el cómic se limite a otras dos colecciones en los años ochenta, pareció conspirar para arruinar cualquier posibilidad de trascendencia de la figura de un guionista de los que hacen que recordemos con cariño en el cómic británico de los primeros ochenta.

Para situarnos, debemos recordar que estamos hablando de una época en la que Juez Dredd, con 2000 A.D. estaba a tope. Además, Margaret Thatcher ya lleva gobernando desde mayo de 1979, había disturbios en las grandes ciudades inglesas y parecía que los Sex Pistols tenían razón cuando cantaban aquello de que no había ningún futuro en el sueño inglés. La comunidad creativa inglesa suele igualarse por aquel entonces con la protesta contra el thatcherismo, una apuesta firme por propuestas de izquierda y una actitud de claro enfrentamiento con la realidad que les rodeaba. En ese momento encontramos a Dave Thorpe siendo despedido de Capitán Britania porque sus guiones eran demasiado políticos. Tiene bemoles que le sustituyera precisamente Alan Moore.

Thorpe firmó solamente nueve historias cortas del personaje. Fueron en total cuarenta y cuatro páginas que formaron menos de dos números americanos. Y, sin embargo se ganó el pasar a la posteridad del cómic de superhéroes por haberse atrevido a hacer una apuesta tan arriesgada como acertada. En cierto modo, lo que hizo Thorpe fue acercarse a un superhéroe como si las influencias más evidentes para el mismo fuesen, según sus propias palabras, «Jonathan Swift, Lewis Carroll, Charles Dickens, H.G. Wells, John Wyndham y el Doctor Who». Ahí queda eso.

El resultado fue un personaje que aparecía de la nada, viajando entre dimensiones, acompañado de un elfo con gusto por las patosadas y que hacía demostraciones de su escaso intelecto en muchas ocasiones. El que oficialmente Brian Braddock fuese un estudiante de física no importaba; para Thorpe era un tipo de clase alta lleno de músculos y con el cerebro de tamaño de un guisante, tal y como él mismo lo definió. El caso es que eso le permitía construir un personaje que parecía condenado a reaccionar a su entorno en lugar de protagonizar la acción. En su corto tiempo al frente de la colección nos regaló a la Banda Loca, la Corte de Desarrollo Dimensional o los Vanguardistas. Ideas delirantes que parecen adelantar los experimentos dadaístas de Grant Morrison en La Patrulla Condenada. Era un mundo loco, con referencias al medioambiente, el evolucionismo… y una crítica feroz a la Inglaterra que le tocaba vivir.

Thatcher, Inglaterra y otro mundo posible

No es casualidad que la base de la historia de Thorpe al mando del Capitán Britania parta de una confusión. Nuestro héroe cree volver a su hogar para encontrarse con que ha acabado en otro Reino Unido diferente a aquel que él conocía, uno mucho más oscuro y tenebroso. La pista para ello es que el British National Party ha ganado las elecciones y gobierna. El neofascismo está al mando y todo es más oscuro en un mundo sin superhéroes, ahora prohibidos por el gobierno.

El giro más impresionante de la saga, sin embargo, llega cuando una supuesta villana resulta ser en realidad la encargada de la ya citada Corte de Desarrollo Dimensional. Este organismo está preocupado porque la Tierra que visita nuestro Capitán Britania es una de las que tiene que llegar a una nueva época de paz y felicidad para el año 2000; todas las dimensiones deben alcanzar la iluminación a la vez y la tierra del protagonista es la que retrasa al resto, sumida en la infelicidad y la oscuridad. El resultado es que deciden tratar a todos sus habitantes con algo llamado El impulso, una bebida que causa la evolución de los que la toman y que hará que la gente abandone sus ideas para abrazar otras destinadas a traer la felicidad y la paz.

Efectivamente, Dave Thorpe había decidido que el fascismo podía curarse tomando un líquido que hiciera que los que lo bebieran evolucionaran. No es difícil pensar que los líos en los que debió meterse con semejante idea; no obstante, lo más curioso es que no fue eso lo que le hizo abandonar la colección, sino pretender tocar un tema mucho más cercano a casa: Irlanda del Norte.

La identidad nacional no debe tocarse

La historia de la salida de Dave Thorpe del Capitán Britania se inicia con una carta de un joven lector que le recordó que, en su momento, había escrito a la sección del público de la primera colección del personaje preguntándose qué pensaría el protagonista sobre temas políticos de actualidad como Irlanda del Norte. El caso es que el pobre Thorpe pensó que esto significaba que su público quería leer sobre el tema y que era su obligación hacer un acercamiento lo más imparcial posible para hablar de un conflicto que por entonces estaba en plenitud. Tanto en 1981 como en 1982, las muertes relacionadas con Irlanda del Norte sobrepasaron la centena; se vivía un recrudecimiento del conflicto.

El caso es que su historia se basaba en dos chicos que se habían hecho amigos de vacaciones y volvían a Belfast para descubrir que, en realidad, vivían en comunidades enfrentadas: uno era protestante y otro católico. Uno de ellos trataba de visitar al otro y en el proceso era descubierto y atacado por los vecinos. El Capitán Britania lo veía durante un vuelo relacionado con la trama, intervenía y evitaba la lucha dejando claro que la violencia no era el camino (o algo parecido). Eso era todo. Thorpe pensó que al tratarse de un universo alternativo nadie se ofendería. No lo dijo, pero apostaría a que también se sentía más o menos fuerte porque, al fin y al cabo, acababa de decir que el neofascismo se curaba evolucionando y no parecía que le fueran a echar por ello… Se equivocó.

Si en España tenemos el tema Cataluña para volvernos locos, en el Reino Unido tienen el de Irlanda del Norte para perder la cabeza. Además, resulta que Alan Davis vivía por aquel entonces en Corby, un pueblo al norte de Northampton, en plena Inglaterra, en el que existe una gran tradición de protestantes relacionados con la Orden de Orange. Así que su dibujante se negó a dibujar la historia. Thorpe trató de salirse con la suya haciendo un juego a lo Jonathan Swift y usando anagramas como escribir Fablest en vez de Belfast, rottenpasts para los protestantes y coalitch para los católicos. Los rottenpasts cultivarían naranjas y los coalitch patatas. Aquí es dónde Davis se enfadó de verdad porque la cosa le parecía igual de transparente. Amenazó entonces con abandonar la colección, ayudado porque en realidad se ganaba la vida conduciendo una carretilla elevadora y podía dejar los cómics si quería. El caso es que el dibujante ganó el pulso.

La historia final se convirtió en una sosa narración sobre dos chicos que viven en barrios enfrentados por razones desconocidas. No parece tener mucho sentido y solamente se entiende cuando se conoce el pasado y las intenciones originales. Dave Thorpe comentaba cómo la editora, Bernie Jaye, se sentó a su lado y se dedicó a tachar una y otra vez todas las referencias a Irlanda del Norte. El problema fue tal que hubo un número en mitad de la historia para recuperar un guión de Paul Neary que nada tenía que ver con la trama actual. Después se cerró la historia de la lucha de barrios y se dejó la gran historia en pleno desarrollo… Para dársela a Alan Moore.

Lo cierto es que al parecer a Dave Thorpe nunca se le despidió. Simplemente se dedicaron a rechazar todas las propuestas de guion que enviaba. Y así Thorpe decidió irse, decepcionado porque no había conseguido que le dejaran hacer al superhéroe que él creía que necesitaba Inglaterra. Un moderno Doctor Who dispuesto a dejarse guiar por el surrealismo y el humor británico, crítico y político a la vez, divertido pero profundo. Si sus escasas páginas nos sirven de ejemplo hay que reconocer que parecía estar en el buen camino.

Recuperar los cómics del pasado para entender el presente

La historia de Dave Thorpe al frente del Capitán Britania es una especie de advertencia para navegantes. En momentos de dificultad social el arte puede sufrir y en esos instantes debes saber perfectamente qué fibras tocas a la hora de construir tus relatos. En la Inglaterra de Margaret Thatcher podía permitirse que alguien atacase a los neofascistas, pero no que se tocara el tema de Irlanda del Norte, por ejemplo.

Lo más triste de nuestros tiempos es que un suceso como el de Thorpe ahora mismo no se nos antoja como algo impensable, más bien al contrario. Pareciera que hemos viajado al pasado para encontrarnos con una nueva cultura de masas que sufre presiones para tratar de evitar las cuestiones más controvertidas y, por lo tanto, interesantes del discurso social. Se habla de que la izquierda se disgrega en temas menores, se dispersa y deja paso a la derecha, y desde luego en eso tiene parte de culpa el que el discurso popular se haya difuminado, y en aras de una mal entendida libertad de expresión se vean posiciones demasiado cercanas a quienes en la Inglaterra de los años ochenta se sabía que eran los enemigos.

Necesitamos ahora más que nunca recuperar obras como la de Dave Thorpe, tan corta como intensa, para tratar de entender que la cultura popular puede acercarse a todo tipo de temas y que debería ser capaz de tratarlos sin sufrir de una auténtica censura que busque contentar a todo el mundo. Es sabido por todos que, en su momento, posicionamientos de autores como Englehart en su Capitán América, que abandonó su escudo tras la versión Marvel del Watergate porque no podía confiar en el gobierno de los Estados Unidos; o de Dennis O’Neil en su colección de Linterna Verde y Flecha Verde, fueron criticados por los elementos conservadores de los Estados Unidos.

Sin embargo DC y Marvel fueron firmes y dejaron que los autores comentaran la realidad que les rodeaba, siempre desde una perspectiva de progreso y avance. Lejos de apoyar las injusticias, sus héroes las enfrentaban, sabiendo que había muchos males que les rodeaban y que la rectitud moral y la bondad debían guiarles. No había lugar para los grises y los guionistas sabían que había sucesos que debían denunciarse y condenarse. Y nada mejor para llegar a una nueva generación que los cómics, las historietas populares que poblaban su imaginación.

Tal vez no sea casualidad que el actual resurgimiento de la extrema derecha venga de la mano de una progresiva despolitización de los contenidos de la cultura popular, a menudo demasiado centrada en apelar a un público mayoritario, sin cuestionar en ningún momento su concepción del mundo. Pocos parecen dispuestos a entender ya sus obras como fábulas, historias con moraleja que deben educar a las nuevas generaciones; y muchos de los que lo hacen no pueden evitar caer en un excesivo paternalismo.

Dave Thorpe puede haber sido apenas una pequeña nota al pie de la historia del cómic británico, un autor olvidado porque vino antes de Alan Moore y trabajó solo en un personaje menor. Pero también es un ejemplo perfecto para acercarnos a otra manera de concebir los cómics de superhéroes. Una forma que, lejos de reducir sus historias a luchas entre tipos con mallas sin solución de continuidad, creía firmemente que podían usarse para hablar sin tapujos de la realidad y tratar de concienciar a los lectores. Ciertamente necesitamos más escritores como él.

Ismael Rodríguez Gómez
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