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El final del gran timador: George C. Parker y su último viaje a la cárcel

Si hay una frase paradigmática en el mundo de los timos, gracias en buena parte a la cultura popular estadounidense, es esa que dice que si eres demasiado crédulo, entonces «I have a bridge to sell you» («tengo un puente que venderte»). Porque, claro, ¿quién iba a creerse que alguien podría vender un puente de una ciudad pequeña como, ¡qué se yo!, por ejemplo Nueva York? Pues parece que había suficientes incautos como para que George C. Parker consiguiera colocar uno un buen número de veces.

Lo cierto es que a menudo el bueno de Parker lo que hacía era vender a algún despistado el derecho a controlar el tráfico. Eso provocó, no pocas veces, que la policía tuviera que perder el tiempo explicándole a algún recién llegado a los Estados Unidos (los inmigrantes eran sus víctimas favoritas) que no podía poner un peaje en su puente. Otras veces le vendía a alguien la tumba de Grant, el gran general de la guerra de Secesión; pero también traficó con el Madison Square Garden, la Estatua de la Libertad o (mi favorita) el Museo de Arte Moderno de Nueva York.

Para organizar sus timos, Parker no dudaba en falsificar todo tipo de documentos, ni en establecer oficinas falsas para llevar a cabo las transacciones… Era capaz tanto de improvisar una variante del timo de la estampita, ingeniar la venta de algo parecido a una hipoteca subprime o inspirar el célebre esquema Ponzi.

La carrera de George C. Parker fue larga y productiva, aunque llegó a su final en noviembre de 1928. El 23 de dicho mes, se publicaba en The Brooklyn Daily Eagle la noticia de su definitiva entrada en prisión hasta el final su vida. Parker, ya anciano (había nacido en 1860), aceptó su condena y partió para Sing Sing. El más mítico de los timadores estadounidenses, sinónimo de la venta del puente de Brooklyn, moría finalmente en 1936, todavía en prisión. Dicen que los demás presos y los carceleros le apreciaban y disfrutaban de las historias que les contaba, aunque conociendo su historial quién sabe cuantas de ellas serías inventadas…

A continuación reproducimos la traducción de la noticia de su definitiva captura, publicada el 23 de noviembre de 1928 en The Brooklyn Daily Eagle. El original puede encontrarse aquí.

«Vendedor» mandado a Sing Sing de por vida

Parker, de sesenta y ocho años, se resigna a su destino. En su momento escapó de la cárcel de Brooklyn vestido con el sombrero y el abrigo del sheriff.

George C. Parker, que sorprendió al mundo vendiendo el puente de Brooklyn a un paleto, y que siendo un recluso de confianza, hace veinte años, se escapó de la cárcel de Raymond Street al engañar a los guardias usando el sombrero y el abrigo del sheriff Flaherty, fue enviado hoy a Sing Sing de por vida por el juez del condado Alonzo G. McLaughlin.

Parker, que cuenta ahora con sesenta y ocho años y cuya última dirección conocida es el 103 de Quinzy Street, se comportó de manera inusual. Se mostró un poco abatido y apenas se defendió cuando el asistente del fiscal del distrito, William Kleinman, le procesó por haber empleado un cheque sin fondos de ciento cincuenta dólares en Salverson & Sunris, en el 1285 de Fulton Street, el 18 de mayo. No ofreció ninguna resistencia a la sentencia mandatoria según la la Ley de Baumes.

El estafador, que hace años llevó a cabo el timo más grande del mundo de las estafas al vender el puente de Brooklyn, se comportó como un dócil corderito frente al juez McLaughlin. Se declaró culpable de hurto mayor en segundo grado.

Parker ha establecido un récord de crímenes y de sentencias a prisión. Sus métodos y medios para engañar fueron cuidadosamente estudiados en los bajos fondos.

Hace veinte años, el día de año nuevo, el sheriff Flaherty, que acababa de tomar posesión del cargo, llegó a la cárcel de Raymond Street para saludar a los trabajadores y los prisioneros. Se quitó su sombrero y su abrigo. Parker, que era entonces un recluso de confianza, se los puso. Uno de los guardias llegó a despedirse de él mientras salía sin ningún problema de la cárcel, deseando a todos un feliz año.

Ismael Rodríguez Gómez
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