El jiva y el sentido de la existencia
Dice Buda en sus sutras que a menos que tengas algo que te puedas llevar más allá de la muerte estás con las manos vacías. No obstante, qué es o podría ser eso que te lleves más allá de la muerte y, en tal caso, qué o quién se lo lleva y a dónde se lo lleva. En la tradición judeocristiana se habla de un alma inmortal que en ese otro mundo, hasta que llegue el final de los tiempos, tendrá que penar en el infierno las culpas pasadas o disfrutar en el cielo los méritos de esta vida. Menos radicales, el budismo y el hinduismo consideran un espíritu (jiva) que asociado solo temporalmente, según el libro de los muertos Bardo thodol, tras la muerte pasará un tiempo en el cielo o en el infierno y si no ha alcanzado la perfección del nirvana tendrá que volver a vivir en un nuevo cuerpo para seguir aprendiendo lo que le quedó pendiente.
Es, pues, ese espíritu individual el que en su memoria y experiencia pueda llevar acaso algo que merezca la pena en su viaje al más allá y, si cabe, de regreso a este mundo en una nueva reencarnación. Podemos así preguntarle al jiva qué es memorable para considerarse valioso ante nuestro tránsito al otro mundo. Por mucho que nos acompañe desde antes de nacer, el jiva no habla por sí mismo y en un marco como este tendremos que usar la imaginación para darle voz en una circunstancia que nos sea más proclive a expresar su opinión. La pregunta es, llegado el momento de la muerte, qué te dará más satisfacción recordar de tu vida pasada. Creo que muchos aducirán el amor a la familia y los hijos como lo más memorable de sus vidas. Otros considerarán los gratos momentos de disfrute compartidos en hermandad y armonía. La mayoría en general, en esta perspectiva que trasciende la propia vida y que supone un memoria entre generaciones y de la especie, aceptarán que lo más valioso y aquello que el jiva porta es la evolución, el desarrollo, el perfeccionamiento acaecido a lo largo de la vida. Si hemos de llevar un testigo, suponer un relevo o dejar algo que transcienda, será en esa perspectiva el impulso civilizador, la domesticación, el refinamiento, el alejamiento de la condición primaria y salvaje lo que de sentido a nuestra existencia y enorgullezca al jiva.
En esta concepción, el espíritu individual sería un transmisor de información entre generaciones. Desde un punto de vista biológico, el jiva atesoraría cierto tipo de experiencias y aprendizajes que fueran útiles a la especie; en este sentido, podría ser considerado un portador de los instintos. Se habla del zeitgeist como el tipo de usos y costumbres, la cultura propia de una época. En este aspecto el jiva participaría configurando desde las experiencias individuales de ese espíritu colectivo propio de un momento y lugar. Especialmente en el hombre, dado su desarrollo cultural, el jiva tiene una doble vertiente: por un lado, aporta impulsos básicos que ayudan al individuo a configurar su conducta; por otro, participa del mundo reflejado en las distintas mitologías religiosas.
Desde una perspectiva empirista, se puede negar la existencia del espíritu y de ese otro mundo en el que habita. Sin embargo, con una visión más amplia podemos considerar, como diría Don Quijote a su escudero Sancho, que existen datos para sospechar que hay más cosas en este mundo que las que nuestros ojos ven o creen ver. Durante nuestro estar despiertos habitual solemos tener gran fe en ese mundo que está ahí fuera; sin embargo, cuando soñamos ese mundo percibido se torna más extraño y, no obstante, seguimos creyendo en él. Por medio de la psicopatología llegamos a saber que inclusive ese yo que nos da identidad personal y continuidad de los sucesos solo es uno de los posibles, como nos apunta el trastorno múltiple de la personalidad, y que este mundo racional y causal puede estar lleno de dioses, demonios y espíritus, tal como lo llega a ver un esquizofrénico. Por otra parte, los estados transpersonales de conciencia, inducidos o propiciados de muy diversas maneras, mediante drogas alucinógenas, meditación, ayuno, o inclusive la cercanía de la muerte, también nos hablan de otras realidades o, al menos, de un modo diferente de percibir este mundo. A fin de cuentas, el filósofo Kant dejó claro que ese mundo externo, que solo experimentamos interiormente, es un incógnita; y como señaló ese otro gran filósofo, Kierkegaard, siempre es vivido de manera subjetiva. Inclusive experimentos recientes en física cuántica, vienen a cuestionar el último gran apoyo a la existencia de un mundo exterior objetivo e independiente, al constatar que al menos a nivel de los fotones un mismo suceso puede ser apreciado de diferente manera por distintos observadores.
Me he interrogado al inicio de este artículo sobre qué podría ser lo que mereciese llevarse más allá de la muerte y sobre quién y a dónde se lo llevaría. Queda la cuestión más general acerca de lo que es y cuál pueda ser el sentido de la existencia. Por muy útil que nos resulte esta pregunta, no puede ser contestada por medio de la ciencia, pues esta se limita a describir los sucesos, establecer las leyes de los mismos y prever por consiguiente los acontecimientos. Tampoco la filosofía viene a responder este interrogante, pues, o bien le niega un sentido o se dedica a la cuestión moral o práctica acerca de cómo debe vivirse la vida. Para responder sobre qué es la vida tenemos, entonces, de nuevo que aproximarnos a la religión, por mucho que esta se exprese de un modo poco directo por medio de parábolas, símbolos o mitologías. Uno de los cuerpos religiosos más profusos y complejos es la religión hinduista, de modo que en esta tradición a menudo los textos y conceptos aún en nuestros días se mezclan y forman parte la filosofía. El libro sagrado más reciente del hinduismo lo forman Los Upanishads, que contienen una serie de complicadas disquisiciones poéticas, de las que sin embargo puede extraerse una noción de qué es la realidad o la existencia para el humano. Según Los Upanishads, la realidad percibida es solo una apariencia (maya), un engaño de la mente que esconde otra realidad más profunda. El dios primario sería ese todo que constituye el mundo en la experiencia sensible, pero no como universo material, sino como inteligencia que rige y es en sí misma el lugar que acoge los acontecimientos. Ese dios hinduista, que es el todo que propicia la maya (experiencia sensible), es la matrix en la que se desenvuelve la percepción subjetiva humana; no es, por tanto, de carácter material sino espiritual, por mucho que la percibamos como materia. Para el hinduismo de Los Upanishads la vida es más o menos como un sueño en el que no somos conscientes que estamos soñando. La iluminación alcanzada por el sabio sería una toma de conciencia de que, aún considerándonos despiertos durante la vida, estamos soñando. En esta concepción el morir no representaría el despertar sino simplemente un paso a otra dimensión y una vuelta a empezar a través del jiva, que sería el verdadero protagonista del sueño de la existencia propiciado por el dios del hinduismo de Los Upanishads. La existencia, pues, es en primera instancia una oportunidad para el jiva de perfeccionarse y desarrollarse, y en esencia como sueño, una simulación virtual propiciada por dios, que le da una oportunidad de experimentarse a sí mismo y reelaborarse. En estricta lógica, esta matrix no sería dios sino el sueño, la creación de dios que le sirve para autoexaminarse. Ese dios creador de esta experiencia de vida sueño sería de carácter desconocido, pero si es capaz de crear esta rica simulación virtual que experimentamos como universo cabe concluir que se trata de una forma de inteligencia muy compleja.
Para el hinduismo de Los Upanishads la vida es, por tanto, una especie de sueño. Esto lleva a los maestros hindúes y, en general a la tradición espiritual oriental, a relativizar la identificación con el cuerpo y con la mente, de modo que en los ejercicios de meditación se busca el vaciado de la consciencia y los estados de no-yo y no-mente, en los cuales vislumbrar la esencia divina, atman o Brahman, el Ser o dios que constituye el todo y nuestra experiencia de vida. Esta noción de la vida como sueño inspira textos sagrados recientes como Un Curso De Milagros y, junto a los escritos del sabio antiguo Hermes Trismegisto, sirve de base a corrientes psicológicas, mágicas y espiritualistas de la nueva era en las cuales, dado que la vida es un sueño, se intenta influir en el devenir de los sucesos mediante el pensamiento o los rituales.
En su libro El gen egoísta, Richard Dawkins de un modo un tanto paradójico viene a afirmar que los seres vivos servimos a los genes al hacer lo necesario para perpetuarlos mediante nuestras conductas. A mi modo de ver, cabe considerar de un modo más lógico pero no menos chocante que nosotros como individuos conscientes y con personalidad servimos al jiva, que es quien atesorará nuestras experiencias y aprendizaje, aunque sea para aportarlas con posterioridad en una vida futura. El gen es información de tipo biológico que hemos conseguido identificar y en parte descifrar; el jiva sería información de tipo psíquico cuya localización y sustrato material aún nos es desconocida. De un modo más radical, nosotros servimos al dios al participar en su sueño y al ser, según diversas religiones, parte de él, sus hijos que poseen su esencia divina. En este aspecto trascendente hay un doble sentido a la existencia: el del servicio que le prestamos al jiva en su perfeccionamiento y el que le proporcionamos a dios al participar de su simulación virtual que experimentamos como vida. En relación al jiva, aunque más benevolente, el budismo no está exento de consecuencias para nuestras acciones. Mediante la ley del kharma, el jiva puede arrastrar cargas o verse condicionado en las opciones para elegir futuras reencarnaciones. La tradición judeocristiana nos habla de los pecados, que relacionados con defectos de carácter como la envidia, el egoísmo o la ira podrían constituir algunos de esos errores que el jiva podría acarrear de unas a otras vidas. Más cercano al servicio a dios mediante nuestra experiencia de vida serían virtudes, sentimientos o actitudes destacadas por todas las religiones y guías espirituales como son el amor y el perdón, cualidades no solo capaces de aportar paz individual y social, sino, según algunos textos sagrados, de restituir el equilibrio en el reino de dios.
Queda la cuestión de la reencarnación. La ciencia, así como de otros problemas fuera de la normalidad, prácticamente no se ha ocupado de ella. En este aspecto cabe señalar los trabajos de Ian Stevenson, que vinieron a constatar que estos fenómenos efectivamente se producen. En mi opinión, el proceso de la reencarnación puede producirse en diversos grados y no ser necesariamente unívoco, recibiendo un mismo individuo influencias y aportaciones de varios o de grupos de espíritus y ser experimentadas de manera más o menos marcada. La forma en la que en cada momento de manera concreta se organice esa transmisión de información entre generaciones y cuánta identidad personal perdurable haya en nuestra memoria, pueden ser cuestiones sujetas a cambios y evolución. Lo que, sin embargo, podemos considerar razonablemente es que nuestras experiencias y aprendizajes perduran y que, por tanto, tienen un sentido más allá de nuestras propias vidas.
- El Ser y el sueño dentro del sueño - 7 diciembre, 2020
- El jiva y el sentido de la existencia - 27 julio, 2020
- La dificultad de ser ciudadano en el siglo XXI - 12 febrero, 2020
Jiva es equivalente a alma y atman es equivalente a espiritu.
La rotacion del jiva es en samsara,en dualidad.
Jiva tiene que purificarse para ser atman y retornar al inicio.
La parabola que el hijo retorna al reino de su padre y hay fiesta
El que atesora las experiencias de la vida no es el jiva,es atman.
Y lo atesora porque ese es el objetivo de la vida de las civilizaciones y los hombres,atman entregandolo a lo absoluto en el proceso de su integracion.
Atman se extinge y retorna a formar parte de lo absoluto.