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Federer vs. Nadal (XI): el rey de la tierra hinca la rodilla (Hamburgo, 2007)

La de 2007 fue, durante mucho tiempo, la única temporada en la que Roger Federer se impuso con claridad a Rafa Nadal en sus enfrentamientos directos. Que el todopoderoso número 1 del mundo lograse dominar a su gran rival entraba dentro de lo posible; era algo lógico. Pero nadie esperaba que su buena racha incluyera una victoria sobre tierra batida frente al gran dominador de la superficie. Su triunfo en la final de Hamburgo supuso el mejor presagio posible para Federer antes de acudir a la cita que tenía señalada en su calendario, el Roland Garros. Por desgracia para el de Basilea, el día que todo salió bien, el día que Nadal no tuvo respuesta, estaban disputando un torneo Masters Series. El suizo aún tendría que esperar dos años para levantar la Copa de los Mosqueteros y proclamarse definitivamente como el mejor tenista de la historia.

Un punto de inflexión

Desde el presente de esta gran rivalidad deportiva, todavía dominada por 15 a 23 por Nadal, resulta poco sorprendente referirse a un año en el que Federer extendiera su dominio sobre el balear. En los últimos años, el suizo ha estirado su portentosa carrera deportiva más allá de cualquier límite, arreglando, de paso, su estadística personal frente al español. La racha del suizo frente a Nadal fue especialmente buena en 2017, cuando batió cuatro veces seguidas al de Manacor.

Pero no hay que olvidar que el comienzo de esta historia había sido un auténtico vía crucis para el suizo. En los primeros siete partidos que jugó contra Nadal, el balance del mejor de la historia frente a aquel joven insolente era de 1 a 6 en contra. Todavía en el arranque de 2009, Nadal hizo subir el 6-13 a su marcador particular, tras tres victorias consecutivas en las finales de los Abiertos de Francia, Inglaterra y Australia. Tres auténticas puñaladas a la carrera de un Federer que por aquel entonces pareció tambalearse frente a su némesis.

Sin embargo, el último tramo de la temporada de 2006 y toda la de 2007 supusieron una isla en el desierto del calvario particular al que Rafa Nadal sometió durante años al indiscutido número 1 del tenis. Sorprendentemente, este primer punto de inflexión en su gran rivalidad incluyó una victoria sobre tierra batida, en un partido disputado en Hamburgo a tres sets, y a tan solo unas semanas del comienzo del gran torneo de la temporada de tierra batida, el Roland Garros de París.Como siempre, la temporada de Federer estaba siendo excelente: el suizo llegó al polvo de ladrillo con su tercer abierto de Australia bajo el brazo, tras arrasar en el primer torneo importante del año sin ceder un solo set. Su único problema era que su superioridad en las superficies rápidas, cada victoria sobre hierba y cemento, incrementaba la tremenda presión que le imponía la necesidad de completar su Grand Slam. En ese escenario, la figura de Rafa Nadal se engrandecía cada vez más como el gran obstáculo que impedía la culminación de su carrera deportiva.

El último partido que ambos habían disputado, la final de Montecarlo, no parecía un buen presagio para el suizo: el español le había despachado con un doble 4-6 y un sinfín de bolas altas a su revés, en una de las primeras muestras totalmente acabadas de lo que sería el gran martirio de Federer. El campeón se veía encerrado por aquella variante táctica en una esquina de la pista de la que solo era capaz a salir jugándose un golpe que podía valer un winner, pero también un error no forzado. Pocos auguraban, por tanto, que la brutal racha del español en tierra batida, que ya llegaba a las ochenta y una victorias consecutivas sobre arcilla, fuese a terminar aquel día. Federer, no obstante, estaba dispuesto a sorprender una vez más al mundo del tenis. No solo iba a vencer a su gran rival, sino que iba a hacerlo remontando hasta borrar de la pista al Rey de la tierra.

Federer inspirado

El comienzo del partido disputado en el Am Rothenbaum de Hamburgo no hizo presagiar lo que iba a ocurrir. Tras un arranque muy disputado en el que ambos jugadores sufrieron para mantener sus servicios, fue Nadal quien dio el primer golpe consiguiendo un break en el tercer juego. El español parecía estar entonándose al fondo de la pista y Federer, en cambio, estaba cometiendo errores. De hecho, el de Manacor solo necesitó un ace para confirmar una rotura de servicio en el cuarto: el resto de los puntos que anotó llevaron la firma de un Federer que estaba marcando el partido con sus errores, más que con sus aciertos.

No fue hasta el quinto juego cuando ambos parecieron subir el nivel de su juego. En un tramo mucho más disputado, Nadal consiguió un segundo break merced a otro error no forzado de su rival, que prácticamente sin darse cuenta iba 1-4 abajo en el marcador. La tarde parecía poco propicia para el número 1 del mundo, que ni siquiera podía reaccionar cuando el español tenía que apoyarse en segundos saques o concedía dobles faltas. Una gran dejada y un passing marca de la casa dejaron la primera manga vista para sentencia. Federer volvía a sufrir frente a Nadal en tierra batida.

A pesar de ello, el orgullo del Genio de Basilea logró arrancar dos juegos más al primer set. Dos juegos que, a la postre, marcaron el desarrollo del encuentro. En el primero de ellos, Federer fue capaz de conectar por fin su portentoso saque. En el octavo, apretó las tuercas a Nadal, jugando de forma muy agresiva al resto. El número 1 había perdido el primer set, pero había encontrado el camino para ganar el partido.

Unos minutos después, cuando el suizo envió una bola fácil a la red, se escuchó un suspiro de decepción entre el respetable. Un posible cortocircuito del campeón frente a Nadal, especialmente sobre tierra batida, era ya por aquel entonces una sospecha habitual; nadie quería ver un partido de solo dos sets entre los dos ases del tenis. Afortunadamente para los aficionados, Federer estaba pegando mejor desde atrás, muy metido dentro de la pista, y su saque era argumento más que suficiente para sacar adelante sus servicio. No obstante, el verdadero cambio vino con el número 1 al resto: el suizo comenzó a jugar muy metido en la pista y dispuesto a subir a la red a la menor oportunidad. Tuvo el 2-0 en sus manos, pero un error muy claro en un smash a mitad de pista retrasó su reacción.

El punto de inflexión definitivo llegó, por tanto, en el tercero, que arrancó con uno de esos puntos imposibles de Rafa Nadal, que llegó deslizando a una buena dejada de Federer y logró colocar la pelota lejos de la raqueta de su adversario. Sin embargo, el de Basilea estaba sorprendiéndole con una forma de jugar tremendamente ofensiva, especialmente para los estándares de la tierra batida. El drive más exquisito de la historia del tenis (el de Federer, a mitad de pista, muchas veces sin dejar botar la pelota) tenía cada vez más presencia en el partido. Y cuando eso ocurre, los rivales de la Perfección suiza no pueden evitar sufrir una auténtica hemorragia de puntos.

Finalmente, Federer logró su primera rotura de servicio en el tercer juego de la segunda manga. En el cuarto, continuó firmemente instalado sobre la línea de fondo mientras Nadal golpeaba cada vez más alejado de la suya. Los errores no forzados del español se unieron entonces a los winners del suizo, que confirmó su break con una derecha plana, descomunal, que se fue como un misil a la esquina del drive de Nadal. Lo mejor que se puede decir de la actitud del español frente a la tormenta que se le vino encima es que, como siempre, siguió luchando y rescatando puntos perdidos. Por desgracia para él, no los suficientes como para evitar que el empate a 1 subiera al marcador.

Durante el final de la segunda manga y el comienzo de la tercera, Nadal trató de regresar a la táctica de cargar con bolas altas hacia el revés de Federer, pero estaba golpeando desde tan lejos que, por una vez, la estrategia fue infructuosa. El porcentaje de primeros saques del suizo había subido a más de un setenta y cinco por ciento y, además, Federer no estaba cometiendo más errores forzados que Nadal. Al comienzo del tercer set, el español consiguió una bola de break milagrosa dadas las condiciones, pero no logró materializarla y encaró el principio del fin de su participación en Hamburgo. A la superioridad táctica y técnica que aquel día desplegó el número 1, Federer añadió una enconada defensa en los pocos puntos en los que no llevaba la iniciativa. El suizo estaba jugando como nunca lo había hecho sobre tierra batida.

Así las cosas, Federer continuó accediendo a bolas de rotura en todos los juegos e incluso exageró con las subidas a la red. Daba igual, porque aquel día le salía absolutamente todo y cuando Nadal trataba de pasarle, era capaz de bolear estirándose como un portero de balonmano. En poco más de veinte minutos de juego en el tercer y definitivo set, vencía 4-0, conociendo por fin el olor de la sangre de Rafa Nadal sobre el polvo de ladrillo. Al suizo le bastó entonces con poner el piloto automático para cerrar el partido y alcanzar su anhelada victoria sobre tierra batida contra el mejor de la historia en la superficie. Federer no solo acaba de vencer a su mayor adversario en su propia guarida, sino que le había endosado un rosco para cerrar el partido: 2-6, 6-2 y 6-0. Algunos días (muchos, en realidad), nada puede detener al mejor jugador de la historia.

Rumbo a París

Roger Federer se mostró más liberado que contento durante unos segundos, antes de acudir con su habitual educación a la red y saludar a su rival. Hoy cuesta recordarlo, pero allá por la primavera de 2007, Rafa Nadal aún encajaba las derrotas como el joven de veintiún años que era. Lógicamente, y a diferencia de Federer, aún no sospechaba la leyenda que su deporte le tenía reservada.

Lo cierto es que el último ensayo general antes del descontado enfrentamiento entre Federer y Nadal en el Roland Garros de 2007 no podía haber salido mejor para el suizo. El número 1 había arrasado al español sobre tierra, atacando como si jugara sobre pista dura y deslizando como manda la arcilla cuando le tocó defender. A pesar de todo, resultaba demasiado aventurado convertir la final de Hamburgo en el prólogo del Abierto de Francia.

La de Hamburgo era, en todos los sentidos, una pista de menores dimensiones que la central de París. Además, el torneo se jugaba, precisamente desde la demoledora batalla de Roma librada entre Federer y Nadal en 2006, a solo tres sets. Es difícil aventurar qué habría sucedido aquella tarde si el torneo se hubiese disputado a cinco mangas. Es posible que Federer, con semejante inspiración, hubiera podido sacar adelante aquella final. De haberlo hecho, quizá habría logrado sembrar más dudas a su gran rival, que como siempre estaba dispuesto a postergar la transformación de Federer en mito absoluto del tenis un año más.

En cierto modo, Federer y Nadal son héroes del deporte a los que les ha tocado el papel de villano en el relato del otro gran tenista de su tiempo. Durante muchos años, Rafa Nadal fue aquel chico que impedía que el mejor de siempre consumase su idilio con el tenis; al mismo tiempo, Roger Federer (a veces se nos olvida) era aquel que privaba siempre al español de triunfar sobre otras superficies cuando, superándose a sí mismo, alcanzaba grandes finales como la de Wimbledon. Hoy, los aficionados al tenis tenemos la satisfacción de haber visto a ambos ganarlo absolutamente todo. En 2007, aún no era el momento de que Nadal dejase a Federer un resquicio por el que conquistar la tierra de parís. Tampoco el suizo iba a permitir a Nadal triunfar en el All England Lawn Tennis y Croquet Club. Pero el momento en que su guerra se iba a extender a todos los frentes, estaba cada vez más cerca.

Víctor Muiña Fano
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