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Ingeniería lingüística: cómo el discurso público influye en el pensamiento

En un ejercicio de soberbia, nos hemos atribuido la razón como la cualidad singular de nuestro género, pues a diferencia de los animales somos seres racionales. Ese es el axioma que subraya la escisión entre ellos y nosotros, o eso creemos. Pero lo cierto es que ante todo somos seres pasionales, en los que predomina el impulso. Y esta característica que comparte todo ente dentro del reino animal (todo, sin excepción), es nuestra mayor debilidad. De esta flaqueza sacó provecho la ingeniería lingüística, que permite el acercamiento al lenguaje natural desde la tecnología. Puesto que no todo lenguaje es explícito, desde el discurso público se hace uso de esta disciplina para lograr la fijación de creencias, las respuestas emocionales y la manipulación social, sin que seamos conscientes del proceso.

El cerebro: fortaleza y debilidad

Si bien es nuestro elemento distintivo, el cerebro dista mucho de ser una máquina perfecta. Para entender cómo el lenguaje puede influirnos, es preciso dar unas pinceladas sobre las estructuras principales del cerebro, así como su función y funcionamiento:

  • Neocórtex: formación cerebral evolutivamente más moderna. Se encarga del análisis racional complejo. Debido a la cantidad de información que procesa, opera con más lentitud que las estructuras siguientes.
  • Límbico: percepción no consciente. Reacciona automáticamente ante determinados estímulos y da una respuesta emocional.
  • Reptiliano: estructura más antigua. Ejecuta códigos programados genéticamente y produce conductas impulsivas.

Cada uno responde a estímulos de diferente naturaleza, motivo por el que mientras escuchamos y analizamos un monólogo, en determinados momentos, el sistema límbico puede reaccionar a palabras concretas emitiendo reacciones viscerales; es decir, emociones. Mientras escuchamos la televisión de fondo sin prestar atención y la redirigimos si oímos pronunciar nuestro nombre; durante una conversación con un amigo si este menciona a una persona que nos hizo sufrir y su recuerdo evoca sensación de malestar; o cuando debatimos sobre política y la otra persona pertenece a la facción contraria y su parecer nos suscita animadversión. A este respecto, la Pirámide de Niveles Neurológicos de Robert Dilts, teoría que aplicaría más tarde al campo de la lingüística la filóloga Carme Jiménez Huertas, determina que las creencias pertenecen al inconsciente y por tanto, escapan a nuestro razonamiento.

La creencia es un enunciado que el individuo supone como verdadero. Pese a que su materialización verbal, su discurso, puede presentar aspecto racional, su etiología es de un marcado carácter emocional. En virtud de su naturaleza resulta complejo, sino imposible, rebatir la creencia con el argumento, ya que enfrentamos pasión y razón. Jonathan Haidt explica con pulcritud y extensión este fenómeno en La mente de los justos. La única forma de hacer cambiar de postura a alguien cuya opinión nace de la emoción y no del razonamiento, es hacer uso de la primera.

A este respecto, el discurso público encuentra un excelente caldo de cultivo para medrar. La ideología, antagónica a la idea, es una estructura de pensamiento predefinida y dogmática que si bien puede adscribirse a un discurso más o menos racional, su fuerza reside en la emocionalidad que suscita en la población, apelando generalmente a carencias o miedos.

«Y como el razonamiento no es la fuente, es en vano esperar que cualquier lógica que no apele a los afectos alguna vez lo invite a abrazar principios más sólidos», (Hume).

El arte de la propaganda

Si sé cómo funcionas, te diré qué pensar, qué creer y qué hacer. Que la propaganda es una forma de comunicación que tiene como objetivo manipular a la población no es algo nuevo, pues ya quedó patente con el trabajo de Joseph Goebbels, ministro para la Ilustración Pública y Propaganda del Tercer Reich. De entre sus once principios, destacamos el de vulgarización: «Toda propaganda debe ser popular, adaptando su nivel al menos inteligente de los individuos a los que va dirigida. Cuanto más grande sea la masa a convencer, más pequeño ha de ser el esfuerzo mental por realizar. La capacidad receptiva de las masas es limitada y su comprensión escasa; además, tienen gran facilidad para olvidar». A diferencia del individuo, el colectivo siente, piensa y actúa como una mente colmena y la personalidad consciente da paso al inconsciente. El juicio y el espíritu crítico se pierden, por lo que la masa se torna altamente sugestionable.

Edward Bernays utilizó los conocimientos del subconsciente de su tío Sigmund Freud para la elaboración de su teoría de la propaganda. De igual modo, Eric Arthur Blair y su concepto literario de neolenguaje nos permite entender la eficacia y el condicionamiento que supone nuestra lengua. Este consistía en un recorte progresivo del vocabulario, eliminando palabras que fueran en contra de las ideas del partido y diseñando otras conforme sus principios. Modificar el lenguaje, las palabras y en definitiva los conceptos, es modificar la realidad. Lo que nos permite designarla y por tanto comprenderla son las palabras, y sin ellas el mundo se nos escapa.

Por tanto y como conclusión, tenemos tres ideas fundamentales sobre la propaganda o, lo que es lo mismo, el discurso público: manipulación, subconsciente y lenguaje.

A continuación, veremos algunos factores clave para la eficacia de la propaganda.

La indefensión aprendida

La indefensión aprendida es la creencia interiorizada de que no podemos ser agentes de cambio. La percepción de impotencia resulta en una conducta pasiva, aun cuando existen oportunidades para cambiar la situación. Es muy clarificadora la imagen de un elefante atado a la pata de una silla. Cuando este fenómeno se extiende a un grupo, y más aún si existe la posibilidad de sanción, es el propio colectivo quien coacciona a los disidentes.

El clásico experimento de los monos y la escalera lo explica: se colocó un grupo de monos en una jaula, con una escalera y varias piezas de fruta en la parte superior. Cuando un primate mostraba iniciativa y se lanzaba a por la comida, los científicos rociaban al resto con agua fría. Tras varias repeticiones, el grupo atacaba a cualquier mono que intentara subir. Finalmente desistieron. Después se sustituyó a un integrante del grupo por otro nuevo que no había vivido la experiencia del agua helada. Acudió a recoger la fruta y sus compañeros lo agredieron. Se reemplazó a un segundo mono por otro y cuando este fue a por la comida, todo el grupo lo atacó, incluido el primer sustituto que había sido atacado sin saber por qué y que ahora reprimía al novato emulando al resto, con el mismo desconocimiento de causa. Se intercambiaron progresivamente a los monos del grupo original por otros nuevos y al final habían establecido la norma de no coger la comida, agrediendo al disidente sin saber por qué y sin haber sido rociados nunca con agua fría.

Enfrentamiento entre grupos de pertenencia

Una sociedad polarizada, es una sociedad doblegable. Divide y vencerás. La falta de respeto y la provocación entre partidos y partidarios son deliberadas, pues buscan provocar una respuesta visceral. La labilidad emocional de un forofo en un partido tiene el mismo origen que la de un afiliado en un debate. A este respecto las redes sociales cobran un valor fundamental, pues al mostrarnos contenido personalizado, podemos constatar como nosotros y nuestro grupo de pertenencia somos poseedores de la verdad y la razón, y como el resto no es más que un rebaño de ignorantes y/o maliciosos.

Metáforas

El uso de algo conocido, visible y presente, para describir algo no visible y metafórico, con objeto de suscitar una reacción asociativa de carga emocional. Pondremos dos ejemplos:

  • Lenguaje positivista y paternalista. Uso de nominalizaciones que persiguen la empatía del oyente: «Lo lograremos juntos», «Lo lograremos entre todos», «confianza en el Gobierno», «convicción de los expertos»…
  • Lenguaje del miedo o alarmista: «Primera línea», «Combatir la amenaza»…

Cuando un líder de opinión manifiesta que estamos en guerra pero no existe conflicto bélico alguno, utiliza un recurso metafórico. Si fuese menos literario y más objetivo, probablemente el oyente reaccionaría menos emocionado y más reflexivo. George Lakoff y Mark Johnson dedican un capítulo íntegro de su obra Metáforas de la vida cotidiana (1986) a explicar este fenómeno.

Posverdad

La posverdad es un neologismo acuñado para referenciar la tergiversación deliberada de la realidad, en la que los hechos adquieren una relevancia inferior a las creencias y las emociones, lo que permite modelar la opinión del colectivo. Se crea un relato y se repite hasta que se acepta como verdad; o como más comúnmente se entiende: una mentira repetida mil veces se convierte en una verdad.

«No se preocupe, sus lágrimas nos dicen más que cualquier hecho real». Los Simpson, episodio 112 (1994).

Un pueblo que no conoce su historia está condenado a repetirla. Sin embargo, lo cierto es que la historia está a nuestro alcance para consultarla, pero la indolencia y la facilidad para olvidar no nos están dejando ver. O quizás sí, pero no existe peor ciego que el que no quiere ver. El dogmatismo fomentado por las redes sociales, un sistema educativo que enseña a memorizar y no a pensar, o la visceralidad y la falta de criterio que esgrimimos al señalar con el dedo al que piensa diferente, son algunos de los factores que nos polarizan. Pero si queremos avanzar, no nos va a quedar otra que remar en la misma dirección.

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