NELINTRE
Opinión

Llamamiento ciudadano para apearse de la idiocia

La política constituye el eje vertebrador de las conversaciones coloquiales, teniendo un peso similar en las cervecerías al fútbol y los desamores. Hablar de ella en nuestro país implica, ineludiblemente, referirse a la corrupción y al rojo o facha tan característico de nuestro dicotómico discurso. Pero hay que ser muy osado para creer que la mitad del país está con los malos, más aún cuando esas diferencias permean todos los estratos y estarán presentes en tu familia o grupo de amigos. En este artículo quisiera poner de manifiesto el error que supone continuar con esta guerra de tribus, en las que gobierna alternativamente el malo y el menos malo y cuya única diferencia es quien percibe más dinero del contribuyente de acuerdo con la ley de subvención de partidos. Si bien busco dar al lector datos culturalmente apetitosos, la motivación del presente texto es aportar algo de luz a una cuestión, si bien normalizada, profundamente incomprendida o ignorada.

Origen del problema: la idiotez y la indolencia

Somos idiotas en sentido original, etimológicamente hablando. Idiocia viene de idiotés, «aquel que cede el gobierno a ladrones y embaucadores», aquel que delega sin reflexión el cuidado de lo colectivo, y por ende de lo propio. También lo es de acuerdo con la acepción contemporánea, pues la población es insipiente por incitación ajena y por decisión propia, en un marco donde prepondera el entretenimiento estéril, la literofobia y la hipertrofia del ego: el conocimiento a tan solo una caricia del índice y, sin embargo, metódicamente ignorado en pro de la persecución del me gusta.

«Hemos pasado de la época sin libros a la época de la televisión».

Julio Anguita.

«Al llegar internet y hacerse la información gratuita el ser humano vacila como frente a un abismo. Lo tiene todo, es el entendimiento del acto de Aristóteles. Ahora si no sabe de algo, es porque no quiere ¿Hasta cuándo se va a seguir utilizando el móvil para mirarse el ombligo?».

Antonio Escohotado.

Pero sin educación no hay ciudadanía, solo masa electoral, y no cabe esperar que nos eduque un sistema que para perdurar precisa de la superioridad numérica del necio sobre el sensato. Lo aprendido es liviano e inservible y existen pocos núcleos disidentes que busquen lo contrario. Si el gobierno es reflejo de los gobernados, ¿en qué lugar deja al pueblo la estulticia y la corrupción institucionalizadas?

Pericles decía que aquel que se desentendía de lo público no era tan solo alguien tranquilo, sino un inútil. Presas del dilema de lo malo y lo peor, o si se prefiere, del menor de los males, nos consolamos por tener la opción de expulsar a unos para permitir que otros medren, a través de ese símbolo litúrgico que es el voto y que nos han contado que es sinónimo de sistema democrático. Aupado en la corruptela de aquel que lo antecede, el candidato promete todo cuanto ya ha sido prometido, sin la ocurrencia de reformar el sistema que permitió el fraude en primer lugar. Algún pícaro puede hacer mención a las puertas giratorias, a los chiringuitos o a la casta,  si bien clarificaciones posteriores dejan claro que comentar el problema no implica tratar de resolverlo.

Como respuesta, torrentes de bilis inundan las redes, aquejadas por la cólera de ver el despilfarro del erario público y constatar que, al contrario de lo que dicta el catecismo, no todos somos iguales ante la ley. La pregunta que cabe hacerse es: ¿Qué hace falta para pasar de la potencia al acto? ¿Qué es preciso para que la rabia cristalice en un movimiento bien encauzado? Educación. Como hemos dicho, no hay ciudadanía sin educación. Y he aquí la gran encrucijada: si no cabe esperar que nos eduquen, la vía restante es que nazca en el individuo la llama de la curiosidad y el ansia de aprender y entender para abandonar la comodidad de la fe. El autodidacta es el heredero de la incredulidad de Santo Tomás. Pero, ¿hay esperanza de algo que a priori da tan poca satisfacción y supone tanto esfuerzo, aparezca y ponga en crisis el paradigma de la inmediatez, la indolencia y la anestesia?

Perduración del problema: la comodidad

La sociedad apesebrada se condena cómodamente a ser electorado manipulable y no ciudadanía constituyente, un elemento pasivo y no activo, suponemos que por una cuestión económica en virtud del principio del placer de Freud. Si algún día aparece por generación espontánea el interés en lo ajeno, quizás podamos hacer uso de nuestro poder plebiscitario. Pero para ello, el Estado habrá de concedernos tal cosa, pues como puede constatarse en el apartado 32 del artículo 149 de nuestra Constitución, «el Estado tiene competencia exclusiva para autorizar la convocatoria de consultas populares por vía de referéndum». Si el día de mañana abandonasen la filosofía de para el pueblo pero sin el pueblo temo que pocos se llevarían las manos a la cabeza, y esto responde a que para echar algo en falta, debes conocerlo. En caso contrario, ¿cómo no arquear las cejas cuando el poder plebiscitario (el de la plebe, nosotros, el demos) solo puede ejercerse cuando se nos dé permiso?

La Constitución en estos momentos no está siendo desarrollada como debiera».

¡Pero si es que si se desarrollara sería peor!»

Comentario de Julio Anguita y respuesta de Antonio García-Trevijano. La Clave.1992.

Nuestra clase política es una casta cleptómana incompatible con la democracia que recupera el robo vitalicio de otras épocas. Pilotan a virajes la máquina estatal, como si fuesen los legítimos dueños de una empresa, olvidando que en teoría (y solo en teoría) son ellos quienes deben estar subrogados a nuestros designios, en tanto son nuestros representantes. Invito al lector a explicar por qué una democracia directa es logística/tecnológicamente inviable, y por qué continuamos con su formato indirecto cuando contamos con el amparo tecnológico del siglo XXI.

Conclusiones e invitación a la reflexión

La política debería ser una carga transitoria, un engorro no lucrativo, fundamentando exclusivamente en el esfuerzo de aquel que vocacionalmente tiene interés en ayudar a los demás. Pero en buena medida se adultera la motivación y el acto cuando la razón de ingresar en un organismo que supuestamente busca el beneficio colectivo, es el beneficio propio. Un oxímoron teórico-práctico imparable por la confabulación del legislativo, ejecutivo y judicial que haría removerse en su tumba a Montesquieu. Siendo estrictos, pierde sentido hablar de sistema corrupto porque la naturaleza del mismo la prevé, y dota al ladrón de herramientas para perseverar en su ejercicio.

Nuestra oligarquía partitocrática, comúnmente conocida como democracia, permite que el poder corresponda a una clase social, la famosa casta a la que aludía Pablo Iglesias previo ingreso en sus filas. Algo por otra parte previsible, tal cual apunta la ley de hierro de Robert Michels. Sea como fuere, es responsabilidad del pueblo, en primer lugar, entender la naturaleza del problema, y en segundo, formar parte activa de su resolución. Tan culpable es el que nada hace como el que todo obvia.

Citas relevantes:

«No hay verdadera democracia si no hay cultura, un pueblo analfabeto no puede ser demócrata porque no tiene la capacidad de discernir cuando lo manipulan».

Arturo Pérez Reverte. Escritor.

«El problema es la estructura partitocrática del sistema político español. La insubordinación de España y la recuperación de su soberanía pasa, inextricablemente, por una tarea fundamental y harto difícil: la destrucción del PSOE».

Santiago Armesilla. Politólogo marxista.

Ha sido deliberado no suprimir el partido al que se refiere Armesilla. Si acaso su mención te invita a pensar en un sesgo ideológico, quizás seas presa de la propaganda que nutre el divide y vencerás. A este respecto, invito al lector a consultar las obras de Pedro Baños y Jonathan Haidth.

«El alma de la partitocracia es la usurpación del mandato imperativo de los votantes por el mandato imperativo del líder del partido».

Juan Manuel de Prada. Escritor, crítico literario y articulista.

«Nos hemos convertido en meros títeres en los que ir a votar casi es lo de menos, porque va a tener muy poca significación a la larga».

Pedro Baños. Escritor y militar especialista en geoestrategia.

«La Constitución establece unos mecanismos de relación, entre los poderes del Estado, que acabarán por que no exista en España una democracia, sino que exista una partitocracia».

José María Gil Robles. Abogado y político.

«Es cierto que en esta pérdida de tiempo, las vidas humanas aparentemente valen más que en cualquier otro régimen gubernamental. Pero esto es una mera apariencia, porque hay vidas que valen más que otras según quien gobierne, según quien juzgue y según quien ejerza la presión social».

Jesús G. Maestro. Profesor universitario y teórico de la literatura.

«Los diputados son empleados a sueldo de los partidos. Eso sería un escándalo en Inglaterra o en Estados Unidos, pero nos aplauden este sistema porque es más controlable un país gobernado por cinco personas que uno que pueda designar a sus candidatos y elegir a sus representantes».

Antonio García-Trevijano. Jurista, abogado, escritor, político y pensador.

Es decir, el diputado representa a su partido y sigue sus órdenes y, por tanto, ni representa al pueblo ni cumple sus designios. A este respecto resulta clarificador lo siguiente:

«Usted hace lo que diga el partido, y si no, móntese su partido unipersonal y haga lo que le dé la gana. Por lo tanto a mí me parece impresentable que alguien que se ha presentado por la lista de un partido diga que ya no responde a la disciplina del partido».

Pablo Iglesias. Politólogo, presentador y político.

Lecturas recomendadas:

  1. El espíritu de las leyes. Montesquieu.
  2. Teoría pura de la república. Antonio García Trevijano.
  3. Panfleto contra la democracia realmente existente. Gustavo Bueno.
  4. El dominio mental: La geopolítica de la mente. Pedro Baños.

Para un inicio más ameno en la materia:

  1. Simiocracia. Aleix Saló.
  2. Idiocracia. Ramón de España.
  3. Hartos de corrupción. Editorial Herder.

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