Jesús Núñez: «La competencia entre potencias globales ha vuelto»
La Guerra Fría ha terminado. Pero también la llamada Guerra contra el terror. Esos conceptos ya no valen para explicar el mundo actual, asegura Jesús Núñez Villaverde, codirector del Instituto de Estudios sobre Conflictos y Ayuda Humanitaria (IECAH). Para este profesor de relaciones internacionales, las grandes potencias vuelven a retarse directamente, por ahora a través de terceros a falta de un cara a cara globalmente devastador. Jesús Núñez describe un mundo de guerras más o menos encauzadas (como la de Siria), pero apunta a conflictos en ciernes en el área indo-pacífica, la gran factoría del mundo de hoy.
Siria y Yemen. ¿Son guerras encaminadas hacia el fin?
Desde luego. Siria y Yemen, dentro de los algo más de treinta conflictos violentos que hay hoy en día en el mundo, se van acercando a su fin, lo cual no quiere decir que sea una buena noticia. Porque básicamente en Siria lo que vemos es que un régimen genocida como el de Basher al Asad parece que sale adelante en su intento de mantenerse en el poder a toda costa, aceptado ya por parte de la comunidad internacional como un mal menor y, en cualquier caso, con rescoldos de violencia no solamente por lo que supone la existencia de grupos yihadistas en el país, sino también por la implicación de potencias como Rusia e Irán, por un lado, pero también Turquía, por otro. Por lo tanto, cabe pensar que la guerra está ganada (desgraciadamente, cabría añadir) para el régimen, pero no está acabada. Así que seguirá la violencia.
En cuanto a Yemen, es cierto que ha habido avances que, hasta ahora, parecían imposibles, prácticamente. Pero también lo es que no se ve una voluntad política para poner fin a varios aspectos: por un lado a la situación de pobreza; por otro la crisis humanitaria, con más de un millón de personas afectadas por cólera; y por último la violencia que está fragmentando en buena medida el país y que apunta incluso a dinámicas secesionistas por parte del grupo Al Hirak, sin que se hayan resuelto las demandas que los huthies plantearon en su momento para iniciar una guerra que se va prolongando en el tiempo con un régimen como Arabia Saudí, que lidera una coalición militar que se caracteriza, básicamente, por una continua violación de derechos humanos y del derecho internacional humanitario. Por lo tanto, puede que se alivien en alguna medida la situación humanitaria si se cumple lo que se ha negociado en Suecia, pero es difícil imaginar que el final de la guerra esté próximo.
Hablando de Siria, ¿cómo valoras la decisión de Estados Unidos de retirar a sus tropas del país?
Hay que pensar que algo más de dos mil efectivos, que son los que tiene desplegados ahora mismo Estados Unidos en el escenario sirio, no suponen por sí mismo un actor tan fundamental como para que su desaparición vaya a suponer también un cambio esencial. A fin de cuentas, su labor estaba centrada específicamente en eliminar la amenaza que suponía el pseudocalifato de DAESH proclamado en junio del año 2014. A partir de ahí, está claro que Washington nunca ha tenido la intención real de implicarse de manera masiva en el escenario conflictivo de Siria y que, por otro lado, deja paso a Rusia fundamentalmente, que es a día de hoy quien está marcando el ritmo y la dirección de la agenda.
Por lo tanto y desde ese punto de vista, más allá de lo simbólico y de que sea en cualquier caso un problema para los actores que han sido apoyados por Washington y que ahora van a quedar abandonados (fundamentalmente las milicias kurdas sirias), el resto de la situación va a permanecer más o menos igual en una dinámica, ya digo, crecientemente negativa en la medida en que no se resuelven los problemas estructurales del país y, sin embargo, vemos cómo el régimen va a seguir al frente del gobierno en Damasco.
¿Qué ocurre con los dos grandes conflictos enquistados de Irak y Afganistán?
Desde luego, en el caso de Afganistán lo que parece bien claro es que a día de hoy, después de tanto esfuerzo, de tantos años, de tantos miles de millones de dólares, de tanto esfuerzo militar desarrollado, el gobierno de Kabul no tiene la capacidad para garantizar la seguridad de su propia población, más allá de la propia capital y de algunas zonas. Y, por el contrario, los talibán vuelven a estar ahí, donde ya estuvieron prácticamente hace ahora diez o quince años. Por lo tanto, desde ese punto de vista hay que entender que Afganistán va a continuar siendo un foco de inestabilidad durante mucho tiempo, con implicación de potencias como Pakistán (desde luego, de forma clara, ya que es clave para intentar cortocircuitar la posibilidad de que los talibán tengan alguna opción de futuro), y con unos Estados Unidos que también han entrado en unas negociaciones políticas con los talibán en la medida en que reconoce que no hay una solución militar al problema.
Así, todo eso da a los talibán la oportunidad de pensar que el tiempo empieza a correr, en cierta medida, a su favor; por eso, desde ese punto de vista, quizá no tengan tanto el deseo de aceptar ahora un trozo de la tarta cuando pueden pensar que en uno, dos o tres años pueden quedarse con la tarta entera. De esta manera, también es difícil pensar que la violencia vaya a cesar en ese país.
¿Y con respecto a Irak?
En el caso de Irak, afortunadamente, se ha producido algo casi inaudito en la región, que son unas elecciones en las que ha habido un cambio de gobierno que se está materializando ahora mismo. Queda evidentemente por consolidar ese gobierno, y debe hacerlo en un país en el que todavía falta por resolver problemas internos tan significativos como el encaje del Kurdistán iraquí, después de una desventura que les llevó a poner en marcha un referéndum que no fue aceptado obviamente por Bagdad, pero tampoco por la comunidad internacional, y que supuso un revés enorme para un Kurdistán que está ahora mismo intentando reconfigurar el reparto de papeles entre las diferentes fuerzas que se mueven en Erbil.
Y, por otro lado, vemos un Irak en el que todavía hoy, después de más de una década de invasión y ocupación estadounidense con otros países, desde una perspectiva fundamentalmente militar, siguen sin estar atendidas las necesidades básicas de la población, no solamente en términos de derechos políticos sino algo tan básico como electricidad y servicios públicos para el conjunto de la población. Por lo tanto, la inestabilidad es obvio que se va a seguir manteniendo, pero es cierto también que Irak no es hoy el elemento de preocupación fundamental que fue hace una década, por ejemplo.
¿En ambos casos se puede hablar de relativo fracaso militar pero, al mismo tiempo, relativo también éxito geopolítico para EEUU como potencia ocupante?
Yo diría que lo que nos pone de manifiesto ejemplos como el de Irak y el de Afganistán es que no hay solución militar a problemas de naturaleza política. Y que si, además de eso, lo único que se ha utilizado prácticamente hasta hoy ha sido el instrumento estrictamente militar, pues, evidentemente, tiene sus límites y llega hasta donde llega. Quiero decir que si hay problemas que son sociales, políticos y económicos por naturaleza, lo obvio es entender que serán necesarias estrategias que pongan en juego instrumentos sociales, políticos y económicos para atenderlos, dado que el instrumento militar no puede ir más allá, aunque haya servido en algunos casos para reducir la presión de elementos yihadistas o de Al Qaeda en Irak en su día, o de DAESH hoy, o de los talibán en algún momento… Pero si no se resuelven las causas estructurales que han llevado a la explosión violenta de esos países, evidentemente estamos condenados a ver la misma situación una y otra vez.
Muchas menos soluciones estructurales se ven en África, del Sahel al Cuerno de África. Da la sensación de que el continente africano es el nuevo escenario de disputas y guerras de proximidad entre grandes potencias. ¿Va a ser África un escenario creciente de conflicto en los próximos tiempos?
África plantea, desde mi punto de vista, unos retos enormes. Bastaría con pensar en una sola variable: si ahora mismo hay unos mil doscientos millones de africanos que habitan el continente, a mitad de siglo habrá dos mil quinientos millones de africanos; y por tanto, si no se resuelven esos problemas, esas expectativas, esas demandas de la población (extremadamente joven, además) en términos de satisfacción de necesidades básicas y de creación de empleo y de expectativas de poder llevar adelante una vida digna, lo que cabe derivar de ahí es que la violencia, la inestabilidad y la inseguridad seguirán siendo desgraciadamente factores que definan a África.
Por tanto, lo fundamental no es pensar solamente en cómo resolver los focos de violencia que ahora mismo ya hay, sino, mirando hacia el futuro, ver cómo resolver esos elementos fundamentales para dar una salida a una situación tan problemática en muchos de estos países. Contando además con que en África, durante mucho tiempo, nos hemos acostumbrado a un concepto maldito como el de conflictos olvidados. En el siglo XXI, obviamente, este concepto no responde a que no haya información sobre el asunto, sino a que lo que no ha habido hasta ahora es voluntad política para atender esos problemas. Y así vemos focos de tensión endémica como RDC, RCA, Chad, Malí, Somalia, Sudán del Sur y tantos otros que siguen sin solución de ningún tipo y donde lo único que se ha buscado básicamente es intentar encapsular el problema para evitar que puedan exportar inestabilidad hacia otras regiones. Ese es, esencialmente, el enfoque que ha adoptado en buena medida Occidente.
En cualquier caso, es un continente que con la riqueza tan enorme y la potencialidad que atesora, ha ido creando una competencia por influencia entre las potencias globales. Así, vemos cómo junto a un Estados Unidos que ya estaba más o menos situado ahí y algunas potencias europeas (fundamentalmente Francia), China ha hecho acto de presencia y ya es un actor con el que hay que contar de forma muy clara. Por lo tanto, lo que se puede adivinar también, y eso sería más problemático aún, es que, efectivamente, por intermediación, volvamos a ver competencias y confrontación entre actores locales influidos, presionados o alimentados por potencias globales, lo cual no lleva a un futuro mucho más optimista.
Luego tenemos guerras no convencionales, como la del narco en México, que causan tantas o más víctimas que las convencionales. ¿Son la nueva forma de conflicto a la que nos debemos acostumbrar y que no sabemos gestionar todavía?
Así es. Porque, de hecho, lo primero que tenemos que entender es que ni siquiera se ha conseguido poner un nombre a esas nuevas formas de violencia. Cuando uno piensa en las principales ciudades más violentas del planeta, ve que todas ellas son latinoamericanas, y con especial intensidad dentro de Centroamérica. Allí mueren más personas de manera violenta que en muchas de las guerras declaradas en el mundo y, sin embargo, no sabemos ni cómo definirlas ni cómo responder a ellas. Algunas las entendíamos en el pasado como problemas de orden público. El mismo narcotráfico en algunos casos. Pero ahora vemos cómo los cárteles de las drogas tienen una capacidad para actuar globalmente y, por tanto, eso ha derivado en problemas de seguridad nacional. Lo es el caso de México de forma muy clara con prácticamente treinta mil muertos violentos que se están registrando en estos últimos años y donde vemos que la implicación de la policía no ha bastado. Ahora estamos con una implicación de las fuerzas armadas que está condenada también a fracasar si junto a ella la hay también en el orden social, político y económico.
Por lo tanto, México se enfrenta a un reto enorme que afecta más allá del territorio del país. Y lo mismo ocurre en muchos lugares de Centroamérica, donde Honduras, Guatemala, El Salvador, por ejemplo, viven situaciones en las que sigue habiendo un creciente porcentaje de la población que no tiene sus necesidades básicas cubiertas y no ve que su propio Estado garantice su seguridad. De hecho, en muchos casos, por desgracia, es el Estado el principal violador de sus derechos. A partir de ahí, actores armados no estatales, bandas criminales, narcoguerrillas, narcotraficantes… pululan en esos escenarios sabiendo que tienen en muchos casos tanta o más capacidad letal que la que puedan tener las fuerzas de seguridad o las fuerzas armadas.
En las últimas semanas hemos visto el caso de la directiva de Huawei detenida en Canadá por orden de EEUU. ¿La tecnología de las telecomunicaciones es el escenario de la Guerra fría, o no tan fría, en la que estamos entrando?
Creo que lo que está ocurriendo ahora mismo con la decisión de Estados Unidos de implicar a Canadá para que detengan a la directora financiera de Huawei, va muchísimo más allá de una guerra estrictamente comercial. Estamos hablando de una cuestión geopolítica del máximo nivel. Yo centraría la atención, mirando hacia el futuro, en dos ámbitos: por un lado el espacio exterior, entendido como un cuarto ámbito de competencia entre potencias globales. Ahí vemos cómo Estados Unidos ya ha tomado la decisión de crear una fuerza espacial añadida a los componentes militares que ya posee; y por otro lado, evidentemente, las ciberamenazas, que si bien hasta ahora parecía que solo afectaban a cuestiones terminales, empezamos a ver cómo se transforman: desde la perspectiva de Estados Unidos, China ya no es un imitador en tecnología, sino un innovador tecnológico en ámbitos muy, muy avanzados, siendo la inteligencia artificial es la principal de ellas.
Todo esto nos lleva a pensar que, tal como recogía la Estrategia Nacional de Seguridad de la Administración Trump en febrero de 2018, ya vamos a pasar página de lo que hasta ahora era esa mal llamada Guerra contra el terror. Y volvemos otra vez a la competencia entre potencias globales. Obviamente, China y Rusia son los dos referentes principales desde la perspectiva de Estados Unidos. En consecuencia, en términos de geopolítica mundial creo que vamos hacia un incremento notabilísimo de la tensión en el área indo-pacífica y, evidentemente, con China por un lado intentando escapar de la contención a la que está siendo sometida, y Estados Unidos por el otro intentando aplicar una contención y echando mano también de los países de la zona. Países, por lo tanto, que van a estar sometidos a una enorme presión de Pekín y de Washington para ver hacia cuál de los dos se inclinan. Y todo eso (lo estamos viendo en el mar del sur de China y en el mar del este de China) nos hace pensar en escenarios que, ya digo, anuncian más tensión, sin descartar que pueda haber confrontaciones aunque sea por intermediación. Así pues, con ciberamenazas y con el espacio exterior se amplifican todavía más los ámbitos de los cuales tenemos que estar preocupados en los próximos tiempos.
¿Esto puede ser impulsado o contenido por los líderes respectivos, o es irrelevante y responde a una lógica que va más allá de las personas que dirigen esas potencias?
Entiende que más allá de la elegancia, la imprevisibilidad o la rudeza de un actor personal u otro, estamos ante dinámicas geopolíticas que imponen nuevos tiempos. Desde ese punto de vista, yo rechazaría la idea de Guerra Fría. La Guerra Fría fue lo que fue en un contexto histórico determinado, y ahora estamos en una competencia entre potencias globales que aspiran al liderazgo mundial, con unos Estados Unidos que ocupan esa posición de manera clara, y con una China que entiende que se le aproxima el tiempo de ocupar el espacio que creen que naturalmente les corresponde. Para algo China se llama «el Imperio del Centro» y se siente llamada a ocupar ese esa condición. Y, mientras tanto, una Rusia que, aprovechando el que Estados Unidos ha estado empantanado durante mucho tiempo en escenarios como Oriente Próximo y Oriente Medio, ha intentado recuperar cierta capacidad de influencia tanto en la Europa Oriental como en el Asia Central, y eso es lo que nos hace ver a un Putin que hoy en día pretende colocarse también en ese nivel de potencias globales.
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