Lo que no se debe contar de «Ana Karenina»
No sé si ustedes hacen lo mismo, pero cuando termino de leer una gran novela, de ver alguna gran película o serie (de las grandes de verdad), tengo tantas cosas en la cabeza que opto por tomar unos breves apuntes, simplemente por ordenar las fugitivas reflexiones que de otra manera se desvanecerían. Ciertamente, lo he hecho contadas veces, pues obras grandes grandes, de las que de verdad nos llegan, no suele haber tantas.
Era un 5 de febrero de 2021 cuando cerré las tapas de Ana Karenina de León Tolstói. Por aquel entonces habíamos salvado la navidad y capeábamos la tercera ola del Covid con peor que mejor suerte. Durante tres meses, sin prisa pero sin pausa, había ido devorando capítulo tras capítulo esta novela cuya impresión obedeció justamente a su reputación. Y lo hizo hasta el último momento, por la simple razón de que pude evitar saber el final de la trama hasta que me lo contó el propio Tolstói.
Es frecuente que los grandes clásicos de la literatura sean tan referenciales y referenciados que, en sus análisis, se suelen destripar sin tapujos todas las líneas argumentales que, para quien no ha leído nunca esa obra, son ignotas. ¡Ocurre incluso cuando uno lee los prólogos de esas obras, instantes antes de empezarlas! Por suerte o por casualidad, en este caso conseguí evadir el prescindible prólogo de César Vidal (edición Austral, de tapa blanda) y cualquier tipo de spoiler; lo cual, creo sin equivocarme, multiplicó la honda emoción que me produjeron algunos de los momentos más importantes de la novela. Por tanto, siendo coherente con este aspecto, me centraré en esos apuntes que tomé en su momento, evitando siempre que sea posible referirme a la trama.
Sin duda, una de las grandezas de Tolstói es la capacidad de describir el alma humana y el poder empático que derrocha al ahondar en la psicología de sus personajes. No se detiene excesivamente en describirnos detalles de los paisajes o los palacios, pero sí profundiza en las emociones, las inquietudes y los pensamientos de sus actores. Otra de las virtudes de esta historia es la forma en que el ruso usa los ritmos narrativos y el inteligente manejo del foco de atención del lector. Por poner un ejemplo, no descubrimos la figura de Ana casi hasta la página cien, pero tampoco se echa de menos; en realidad, toda la introducción, más ligera de lo que pudiera parecer, no hace sino alimentar y potenciar el momento de la aparición de la protagonista.
Me llamó la atención el feminismo subyacente en la novela, pues no solo vemos el protagonismo liderado por Ana Karenina, sino que podemos comprender fácilmente (quizá en estos tiempos más que antes) la presión de la sociedad que la rodea y la oprime lentamente. De igual forma, atendemos a las diferentes oportunidades y opciones económicas, sociales y vitales que se le ofrecen a Ana en comparación con Vronsky y con Levin (he dicho que no daré detalles de la trama, pero me está costando aguantarme) y todo lo que ello supone en el resultado de los acontecimientos.
Por otro lado, es reseñable la clarividencia premonitoria de Tolstói al encontrar en la novela puntos de conexión entre la ficción y la historia rusa de las décadas posteriores a su publicación: el conflicto entre el mundo urbano y el mundo rural; la excesiva burocratización de un sistema lento y viciado; las ganas que uno siente (sí, hablo por mí) de hacerse bolchevique ante la imagen que Tosltói nos da de una clase acomodada que se regodea en la ostentación y la despreocupación… también ante la misma figura de Landau, cual Rasputín venidero. Con todo, el punto fuerte, como decía anteriormente, está en el mundo interior de los personajes; en sus motivaciones y sus preocupaciones, que son las nuestras. La compasión que sentimos por Ana y el traslúcido y ácido reflejo de ese mundo, que guarda muchos paralelismos con el nuestro, vienen de la mano.
Me dejo muchísimas cosas en el tintero, pero merecen ser descubiertas por el propio lector de la novela. No dejen que nadie se la destripe, sería una pena.
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