Lutero en sus polémicas
Es curioso lo poco conocido que es en España el pensamiento de Lutero, incluso entre el público cultivado, y es aún más sorprendente cuán desconocido es el personaje en sí. Es innegable que el secularismo y el abandono de los discursos religiosos como centro de la vida intelectual significan que gran parte de su obra resulta aparentemente intrascendente; por otro lado la mayoría de los hispanohablantes hemos sido criados en un entorno cultural católico poco predispuesto a conocer la versión del enemigo, aun cuando las materias en discusión hayan dejado de ser significativas para la mayoría. Sospecho que si se realizara un sondeo entre muchos buenos católicos, y aún más entre los meros católicos sociales, sobre cuestiones teológicas fundamentales, nos encontraríamos con la total incomprensión sobre el asunto de la transubstanciación o la disquisición sobre las personas y naturalezas de Cristo (quién sabe la cantidad de arrianos, que desconocen serlo, podríamos descubrir). Incluso desconocerán exactamente cuáles son en realidad las diferencias doctrinales entre ellos y los protestantes.
Creo que en el terreno político contemporáneo, en el que las ideas motrices son otras, resulta palpable cierta sensación de que estas corrientes, antaño irreconciliables, se pueden volver a coordinar en su lucha contra el enemigo común del secularismo y el ateísmo. Es una sensación creciente que el influjo de la derecha religiosa norteamericana, surgida de círculos fieramente anticatólicos, aunque estratégicamente dicha posición ya no resulte de su interés, está creciendo entre la derecha de países de tradición católica, lo que ocasionalmente provoca algunas peculiares disonancias cognitivas y discursivas.
Leer a Lutero se convierte en una labor necesaria de arqueología de las ideas, buscando las raíces de divisiones que siguen presentes en nuestro mundo contemporáneo, aunque cada vez más ocultas en un subtexto profundo y oculto, que a menudo no se hace explícito. Leer sus obras polémicas, además, permite descubrir una visión, sesgada lógicamente, de sus oponentes y entender en términos de confrontación lo que hoy se observa como simple diferencia.
Así, por ejemplo, el texto que ofrece Trotta en el volumen segundo de sus obras reunidas, bajo el título de El siervo albedrío y otros escritos polémicos, sirve como ejemplo de varias tendencias diferenciadoras del pensamiento del autor.
El método polémico de Lutero
Una cosa que sorprende, o puede sorprender, al que lee a Lutero en estas obras polémicas, es su estilo de confrontación, que muestra una fiereza argumentativa, cuando no un desprecio poco disimulado hacia su interlocutor o un lenguaje gruesamente ofensivo. En el autor no vemos nada de fingida neutralidad ni de amable compromiso, todo en sus palabras trasmite un absoluto convencimiento en tener la razón y en que sus enemigos no solo están equivocados, si no en que, al estarlo, son instrumentos de un Satanás que para el teólogo alemán era una constante presencia. El Lutero que discute y polemiza lo hace enfrascado en una lucha de tinte apocalíptico, cuya apasionada visión sobre el cercano fin del mundo, cinco siglos después, ha sido heredada por algunos grupos y confesiones que renuevan esa idea constantemente, buscando en la proliferación del mal (identificado con los otros) la señal escatológica prometida.
Lutero afronta la polémica en los términos de la exégesis bíblica: el argumento textual que demuestra ser el punto fuerte dialéctico del autor y que es también uno de los principales legados de la cultura protestante. El texto (sea este sagrado o legal) y su interpretación literal, es el fin de toda discusión, que puede enfrascarse en disputas filológicas o interpretativas sobre el sentido del mismo, pero no permite la argumentación fuera del mismo ni el planteamiento de la cuestión de su propia limitación.
No obstante, cuando la trampa filológica llega a su límite, cuando inevitablemente el sentido literal no permite obtener una conclusión unívoca o es incluso contradictorio, entonces Lutero utiliza de forma inteligente un argumento de autoridad diferente, basado en la iluminación personal por parte del Espíritu santo y no en la tradición y la autoridad, como el pensar católico había establecido. Argumento indiscutible y a la vez imposible de generalizar, pues la inspiración para uno es inevitablemente la corrupción para otro. En realidad, Lutero se erige él mismo en autoridad nueva cuando pretende negar dicho principio y siembra la semilla de la gran capacidad de variación y diversificación doctrinal dentro de la familia protestante.
El siervo albedrío (1525)
En El siervo albedrío, el primero y más largo de los textos polémicos contenidos, Lutero argumenta contra el humanista Erasmo de Rotterdam, y lo hace magistralmente en el terreno de juego elegido por él mismo y con sus propias reglas (como hemos comentado antes).
Su argumento es que la libertad humana, al menos en materia de salvación, es una ilusión y que esta depende tan solo de la voluntad divina; de la gracia concedida de forma unilateral y sin necesidad de justificación por parte de la divinidad. El ser humano estaría intrínsecamente corrompido por el pecado, de forma consustancial a su propia naturaleza, y ni sus obras ni su propia voluntad pueden salvarle. En cierta forma, niega la libertad del hombre para defender la libertad de Dios ya que, de otro modo, a su entender, las acciones humanas tendrían poder sobre la omnipotencia divina. Que esto crea una contradicción, para mí insalvable, entre la idea humana de justicia y el supuesto comportamiento divino, que castiga o salva por acciones que no podemos controlar, a Lutero no parece provocarle ninguna duda.
Y esta negación es para Lutero una piedra básica de su pensamiento, de tal manera que resulta curioso pensar cómo este resulta un argumento poco estudiado incluso por aquellos que se consideran hoy luteranos o reformados. Quizás porque la evolución del pensamiento secular y liberal, surgido en gran medida en países de tradición protestante, se basa en una concepción de libertad individual, a escala humana, que parece presentar una contradicción con la concepción teológica por él presentada.
Sin embargo, en este texto también hay otra parte del discurso del reformador alemán que parece más en línea con la ya mencionada vinculación entre el nacimiento del pensamiento liberal-democrático y la Reforma, y es la defensa de Lutero de una revelación total, sin distinción jerárquica entre el discurso exotérico para la masa de los cristianos y el más esotérico para la élite religiosa. Aunque esto puede entenderse también como una extensión de la propia posición político-religiosa del reformador, en su enfrentamiento contra la élite católica tradicional no puede defender las jerarquías existentes.
El asunto de la jerarquía y la autoridad de la misma es el tema principal del siguiente texto.
Sobre el papado de Roma, contra el famoso romanista de Leipzig (1520)
Se trata de un texto mucho más breve y que se dedica a un tema mucho más directo y, en apariencia, mucho más comprensible para el pensamiento moderno, ya que aún utilizando las mismas armas de crítica textual ataca a una realidad organizativa visible y no a principios teológicos abstractos y poco evidentes.
En este caso, la materia principal es el asunto de la autoridad de la sede romana sobre los cristianos, y de forma derivada asuntos como la riqueza del clero, el celibato y otras muchas materias cotidianas. Lo hace respondiendo en este caso a un personaje mucho más oscuro que el gran humanista Erasmo, un franciscano de Leipzig llamado Augustín von Alveld, que había escrito dos obrillas defendiendo el origen divino de la autoridad papal.
El mismo autor, considera que este es un tema menor frente a los asuntos espirituales que trata en otros textos, pero en el fondo será una parte fundamental del impulso al movimiento luterano en estos primeros años, ya que su crítica al papel político y corrupción económica del papado sin duda representa un argumento más comprensible y mucho más generalizado de ruptura con el catolicismo que algunos de los alambicados asuntos que a él le resultan más fundamentales. Sin la crítica a la autoridad papal, y la concomitante crítica a la autoridad imperial en parte derivada de esta, posiblemente su movimiento no hubiera alcanzado su rápida expansión y capacidad de penetración.
Este ataque a la autoridad papal ataca a la misma estructura de la Iglesia de Roma, al edificio jerárquico sobre el que se construye, pero también a la misma definición de la institución como organización política-social, que debe tener un liderazgo de la misma naturaleza para considerar la idea de una comunidad espiritual de creyentes, unidos en espíritu pero no necesariamente sometidos a una autoridad concreta.
Por la fecha, se trata de un texto temprano, aún anterior a la ruptura definitiva con Roma y también al nacimiento de la iglesia luterana con su propia organización y autoridad, lo que quizás plantea cierta visión demasiado inocente de la autoridad y evita tratar la que será una futura contradicción entre la necesidad de una organización terrenal y de un compromiso teológico, y la idea espiritual de iglesia interior y espiritual. Concepto relacionado con la división agustiniana entre la ciudad de Dios y la ciudad del mundo y que desarrollará más extensamente en el siguiente tratado de esta edición.
Contra Hanswurst (1541)
El tercer y último texto que compone el volumen es, por el contrario, una obra tardía, publicada ya tras dos décadas de desarrollo de su pensamiento y de enfrentamientos internos y externos. En este caso, se trata de la respuesta a otra crítica, en esta ocasión contra Enrique El Joven de Braunschweig-Wolfenbüttel, ante quien recurre ya al insulto desde el mismo título, comparándolo con Hanswurst o Juan Salchica, un personaje cómico del teatro popular alemán de su siglo.
Esta obra, quizás, sea la que más se centra en un asunto polémico particular y en una figura determinada frente a los asuntos generales y espirituales; quizás sea también la más agresiva y ruda en su dialéctica. Posiblemente, Lutero no está limitado aquí ni por un posible respeto intelectual al adversario ni por el prestigio del mismo, algo que impregna el lenguaje de El siervo albedrío; tampoco hay rastro de la contención formal de Sobre el papado de Roma, escrito en un momento en que la ruptura no era aún total.
Aquí su obra se dirige contra el duque Enrique II de Brunswick-Wolfenbüttel, uno de los más firmes defensores del catolicismo en el norte de Alemania, que se encontraba enfrentado a los señores protestantes agrupados en la Liga de Esmalcalda y especialmente a Felipe I de Hesse y Juan Federico, elector de Sajonia. En realidad, poco después de la publicación de esta obra (en 1542), Enrique II será expulsado de sus dominios y solo la victoria imperial en Mühlberg le permitirá recuperar su trono cinco años después. Era, pues, enemigo del señor temporal de Lutero y también enemigo de su creciente iglesia reformada; por tanto, era enemigo tanto en el terreno espiritual como en el temporal del ya veterano reformador.
La de Enrique II era en muchos sentidos una figura fácil de atacar por su propia vida poco ejemplar, su constante violencia y su falta de verdadera convicción religiosa. En realidad, en muchos sentidos su papel como bastión de la lealtad a Roma tenía más que ver con su profunda lealtad al emperador Carlos V con una profunda religiosidad personal, algo que sí había motivado al otro gran príncipe católico de la región, Jorge El Barbudo de Sajonia (que había fallecido en 1539 legando sus dominios a su hermano, un reformado).
Lutero había evitado inmiscuirse en la polémica, que había dado lugar ya a un intercambio de panfletos lanzados por uno y otro bando, hasta que uno de ellos (que llevaba por título Réplica contra el elector de Sajonia), en el que Enrique afirma que Lutero se refiere despectivamente al elector de Sajonia con el mismo mote de Hans Wurth, llamó la atención del fraile.
Lutero aprovecha todas estas armas para atacarle frontalmente; desde su complicada vida familiar, incluyendo el turbio asunto del encarcelamiento de su hermano Guillermo (a quien debía haberle correspondido la mitad de la herencia y al que encarceló doce años hasta que renunció a ella) y la relación adúltera con su amante Eva von Trott (con la que tuvo diez hijos y de la que llegó a fingir su muerte, incluyendo un lujoso funeral, para poder seguir viéndola en secreto). También habla de su comportamiento vengativo y rencoroso y las brutalidades cometidas para intentar extirpar el movimiento reformado de sus dominios.
Pero parte de esas críticas personales suenan a hueco, pues el mismo Lutero estaba implicado en el asunto no menos turbio de la bigamia de Felipe de Hesse que, pidiendo autorización al reformador, había contraído un segundo matrimonio con Margarita de Saale. En este punto, Lutero hace muestra de la habilidad para no confrontar directamente esta acusación, que era punto principal de los panfletos a los que responde, evitando centrarse en la materia.
Pero más allá de la crítica personal, lo más interesante es que en sus páginas Lutero establece más firmemente la identificación de su iglesia como la verdadera heredera de la primitiva comunidad cristiana, designando a la católica como la desviación herética y devolviendo así la acusación realizada contra él mismo hacia su fuente. Hay que recordar que en el pensamiento cristiano de raíz paulina la novedad es siempre vista con suspicacia, y la reforma siempre ha de presentarse como un retorno a la verdad que ha sido corrompida por otros. Es, de nuevo, una obra que se centra en gran medida en aspectos externos, podríamos argumentar que políticos, de la crítica anticatólica y por tanto más fácilmente comprensible para la mayoría de los lectores.
Lo hace, además, en forma de listado, de forma que su argumentario en este último texto sirve como resumen y conclusión, como recopilación de diversas ideas fundamentales de su pensamiento y sus críticas principales contra la Iglesia romana, planteadas de forma concisa.
En conjunto, estos tres textos constituyen un gran ejemplo del estilo discursivo y de los argumentos de Lutero y están presentados de forma clara y bien argumentada, con una interesa introducción, notas e índice onomástico que ayudan a situar lo leído.
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Agradezco la oportunidad de poder leer esta reseña.
Sin duda la fuente de las acciones de Lutero fueron los problemas teológicos. Habiendo llegado a la conclusión de que necesariamente habían graves errores en las enseñanzas y acciones Católicas que llevarían a prácticas directamente abusivas en algunas de sus jurisdicciones. Quizás pueda compararse su caso (con mucha cautela y sin asumir una intervención divina tan abierta) con el del apóstol Pablo, alguien bien versado en las doctrinas de las autoridades teológicas reinantes, quien sin embargo llega a ver que a pesar de su inmenso celo por obedecer a Dios, no lograba cumplir y que Dios no le daba tregua. Pues al descubrir esto Lutero empezaría a investigar, a comparar con los padres de la iglesia, y a destapar muchos de los problemas que parecía haber en la Iglesia Occidental. Si de repente descubres que tus padres o tus maestros debían estar equivocados, ¿a dónde acudes? En el caso de Lutero, su refugio fue en las escrituras, en la palabra de Dios, la fuente más fidedigna de autoridad teológica. De ahí lemas como «Sola Scriptura». Aunque cabe señalar que las confesiones luteranas (la herencia más directa de Lutero y del pensamiento teológico de él y de los que concordaron con él) se desarrollan en la declaración de Augsburgo y el Libro de Concordia, una serie de confesiones para guiar la interpretación correcta de estas Escrituras, evitando así la libre interpretación sin supervisión de estas, como por ejemplo ocurriría en la Reforma ‘radical’ a la que los luteranos se opusieron también con vehemencia.
De nuevo, creo que desde luego es en la teología donde hay que encontrar los problemas que inspiraron el pensamiento y las acciones de alguien como Martín Lutero, y esta obra seguramente ayude en esa labor.