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Oro: eterno refugio de locura y estupidez – 17 de junio

El oro crece en la crisis y la peste. La onza se cotiza a más de 1.500 euros, casi 50 dólares el gramo. Nunca se había pagado tanto por el vil metal: es un valor refugio en tiempos de incertidumbre, pero es también un conductor de electricidad. Hay oro en todos y cada uno de los 1.500 millones de smartphones que se vendieron el año pasado en el mundo. Sube como la Bolsa, donde premian a las empresas tecnológicas que hacen business de los negocios a distancia. Apple, Microsoft, Amazon y Alphabet: el futuro de los días presentes es cibernético y terrenal.

Las mayores empresas mineras de oro del mundo son hijas de la colonización anglosajona: Barrick Gold, la campeona, es de Canadá. Explota minas en Europa, África y América. En Colombia abre la tierra de la que han sido expulsados los barequeros, buscadores de fortuna entre el barro y la violencia. La fiebre del oro empuja a los individuos a lugares inhóspitos para el ser humano inevitable: la Alaska de colmillos blancos de Jack London, la selva enloquecedora de Lope de Aguirre. El Dorado estaba en Colombia. O Venezuela, nadie sabe. La ambición es globalización.

Oro, petróleo y aguacates: son las nuevas venas abiertas de América Latina, escribe el periodista Andy Robinson. Las materias primas fueron el imán de la colonización, el sable de las dictaduras y el sueño de independencia de las izquierdas. Se equivocaban. La nueva guerra fría ha desatado la carrera por metales como el niobio, que endurece el acero de la guerra supersónica. El niobio abunda en Minas Gerais, Brasil, donde los bandeirantes hicieron capital en Ouro Preto. Oro Negro, cantaba Tino Casal, para pagar un amor condenado y un pasado sin manchas en el Madrid de los Austrias.

«Y yo estaba atento, y trabajaba de ver si había oro», relata Colón a los Reyes Católicos acerca de su primer encuentro con los que creía indios el 13 de octubre de 1492. El oro alimentaba e impulsaba la conquista de América, aunque fuera en «Génova enterrado», denunciaba Quevedo. Era más que dinero: era y es la eternidad. Lo que no muere ni se oxida. Crónico como la locura y la estupidez: «Colón era una mujer», alucinaba María Dolores de la Fe y hoy samplea Hidrogenesse. La iconoclastia es la menor destrucción de los hombres perdidos en el oro.


Notas de Extramuros es una columna informativa de Siglo 21, en Radio 3. Puedes escucharla en el siguiente audio y acceder al programa pulsando aquí. También puedes revisar todas las Notas de Extramuros en este Tumblr.

Víctor García Guerrero
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