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Reflejos de Sherlock Holmes: Mr. J. G. Reeder

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Las sombras de Londres perdieron parte de su profundidad con la irrupción del personaje de Sherlock Holmes. El genial detective consultor iluminó no solamente algunos de los grandes misterios de la urbe inglesa, sino que no dudó en extender su influencia por todo el orbe conocido. Pero, curiosamente, su mayor legado pueda haber sido el de dar el pistoletazo de salida a toda una pléyade de seguidores de mayor o menor importancia. Ellos son los rivales de Holmes, sus sombras. Bienvenidos a su mundo.

El autor

Es difícil hablar hoy en día de un autor como Edgar Wallace, uno de los escritores más exitosos y olvidados del siglo XX, sin pararse a reflexionar sobre la fama literaria y su carácter voluble. ¿Quién sabe cuántas obras de autores que hoy nos parecen imprescindibles acabarán condenadas a reediciones baratas que da la impresión de que nadie lee?

Aunque hoy día su nombre no les sonará a muchos lectores, a lo largo de las primeras décadas del siglo pasado Edgar Wallace era el autor de misterio por antonomasia. No vamos a caer aquí en demasiados excesos y atribuirle la paternidad del thriller moderno, pero sí que admitiremos que fue él, y no otro, el que lo personificó para el lector occidental durante muchos años.

La vida de Edgar Wallace no fue precisamente sencilla. Nació en Londres en 1875 y se crio con una familia de acogida mientras su madre seguía con su trabajo de actriz itinerante. Cuando su madre no pudo pagar su manutención tuvo la fortuna de que los Freeman, quienes le cuidaban desde su nacimiento, decidieran adoptarle en lugar de librarse de él. Incluso le dieron una buena educación, o al menos lo intentaron antes de que Wallace decidiera a los doce años que la escuela no era para él.

A lo largo de su infancia y adolescencia, Richard Horatio Edgar Freeman, pues así se llamaba entonces, se dedicó a todo tipo de trabajos. Así, fue repartidor de leche, hasta que le echaron por robar dinero; ayudante en una tienda de zapatos o, lo que nos atañe, vendedor de periódicos. Este trabajo fue su primer contacto con el mundo del periodismo, pero no el último.

Poco después se alistó y fue enviado a Sudáfrica, donde lo encontramos en 1896 bajo el nombre que le llevará a la fama. Sin embargo, nuestro autor no debió ser nunca un verdadero soldado, de los de vocación, y no tardó en lograr que le destinaran a los Royal Army Medical Corps para poco después acabar en la sección de prensa. Para 1899 ya había conseguido salirse del ejército y trabajar como corresponsal de Reuters y del Daily Mail cubriendo la segunda guerra de los Boers.

Merece la pena destacar que es en estos años cuando conoce a Rudyard Kipling y al mismísimo Sir Arthur Conan Doyle, mientras cubre lo sucedido en Sudáfrica. La huella de Kipling en su trabajo es clara desde un principio, puesto que su primera obra publicada es una colección de baladas llamada The Mission That Failed!, impresa en 1899. La influencia de Conan Doyle será más tardía pero más lucrativa. También será la causa de la existencia de este texto.

Tras la guerra Wallace se casó por primera vez y regresó a Londres dispuesto a ganarse la vida como periodista. Por desgracia para él y por fortuna para los lectores, las deudas acumuladas durante su estancia en el continente negro le perseguían y causaron que decidiese que la manera de hacerse rico no era otra que la de dedicarse a la escritura de novelas de misterio. Así, habrían de nacer los cuatro hombres justos que abrirían la verdadera carrera literaria de Edgar Wallace.

Los cuatro hombres justos (The Four Just Men) fue publicada por una editorial creada por Wallace a tal efecto y llamada Tallis. La causa fue que ningún editor quiso jugársela con la novela. No contento con arriesgar su dinero en la empresa, Wallace decidió que la única manera de hacerse rico era usando la publicidad. Tras pedir dinero al dueño del Daily Mail y ser rechazado, decidió ofrecer de todas maneras un muy generoso premio para aquel que consiguiera adivinar el misterio de la novela antes de que la última entrega se publicase. Por si acaso alguien no se enteraba, lo anunció en el propio periódico en el que trabajaba.

Merece la pena pararse a contemplar la situación: el autor ofreció una cantidad muy elevada a los que resolvieran el misterio, pero lo importante es que olvidó mencionar el hecho de que solamente el primer acertante la recibiría. A pesar de que su jugada era muy arriesgada y exigía un gran número de ventas para poder compensar el premio (calculaba gastarse 2500 libras), lo cierto es que no supo medir la popularidad de su propia obra ni la trascendencia de su despiste y el mismísimo Daily Mail terminó teniendo que cubrir los gastos para no perder credibilidad. Las siete mil libras que costó el libro al periódico fue una de las causas de que en 1907 Edgar Wallace se convirtiese en el primer periodista que el Daily Mail despidió a lo largo de su historia.

Su carrera parecía de nuevo acabada, pero Wallace no era un hombre cualquiera. Ese mismo año partió al Congo para contar las atrocidades cometidas bajo el gobierno de Leopoldo II de Bélgica. El resultado fue el germen de Sanders of the River, libro publicado en 1911 y que daría lugar a una serie de doce entregas dedicadas a las aventuras africanas del epónimo Sanders. Su estancia en el continente negro, de nuevo, sirvió para revitalizar su carrera y pronto Wallace se encontró trabajando de nuevo para periódicos ingleses e inmerso en el mundo de las carreras de caballos. Llegó a fundar sus propios semanarios, a comprar muchos caballos de carreras… y a arruinarse de nuevo, por supuesto.

Para 1921, seguramente un poco harto de que su excesivo estilo de vida no acabase de consolidarse, Edgar Wallace firmó por fin con los editores Hodder and Stoughton. Este será el pistoletazo de salida para su verdadera fama editorial. De la mano del apodo del «rey del thriller», con una imagen inconfundible ligada a su sombrero trillby, su boquilla para el cigarrillo y su Rolls-Royce amarillo, nuestro hombre había llegado por fin al éxito. En 1928 llegó a estimarse que uno de cada cuatro libros que se leían en el Reino Unido habían sido escritos por él, a lo que debía unirse el hecho de que fuese nombrado presidente de la British Lion Film Corporation a cambio de los derechos de sus obras.

Pero Wallace era un hombre incluso más grande que el éxito. En 1931 se presentó a las elecciones en Blackpool como candidato liberal enfrentado a su propio partido. Perdió las elecciones por más de treinta y tres mil votos y esto, unido al fiasco de su compra del Sunday News, hizo que decidiese retirarse a los Estados Unidos, de nuevo perseguido por las deudas.

En América, sin embargo, todo volvió a sonreírle. Se convirtió en el supervisor de los guiones de la RKO mientras disfrutaba de un corto éxito como dramaturgo gracias a su obra On the Spot. En diciembre de 1931, se le encargó trabajar en una película para la RKO, pero pronto la diabetes apareció en su vida de manera fulminante. El 7 de febrero de 1932 Edgar Wallace fallecía en Beverly Hills, posiblemente el autor más famoso del momento pero también uno de los más endeudados. Así, su nombre se usaría como reclamo para el público en la película cuyo guion no llegó a escribir. Iba de un gorila gigante y la dirigían Merian C. Cooper y Ernest B. Schoedsack. Se llamaba King Kong.

Terror Keep

El desarrollo del interesante señor Reeder

Room 13 (1924) es la primera novela de Edgar Wallace en la que aparece el personaje de J. G. Reeder, pero no es una historia protagonizada por el mismo. En realidad nos encontramos con una obra clásica del autor de Greenwich, un thriller en el que un personaje fuerte y misterioso termina consiguiendo a la chica mientras resuelve un misterio que no lo es tanto. Todo ello ayudado por un giro final que nadie puede ver venir, más que nada porque no se nos ha dado ninguna pista al respecto en todo el volumen.

En realidad, el protagonista de la novela es John Gray, un héroe que sigue el patrón habitual de Wallace y nos recuerda mucho al posterior Pretoria Smith de El hombre que no era nadie (The Man Who Was Nobody, 1927). Pero el interés del público y del propio autor se debió de ver cautivado por un aparente secundario, un investigador independiente de aspecto inofensivo y mediana edad que parece ir siempre un paso por delante de todo el mundo.

A pesar de que en la novela se nos termina descubriendo una inesperada identidad para J. G. Reeder que acabaría con el desarrollo futuro personaje, todo esto fue ignorado por el propio Wallace sin mayores contemplaciones. De hecho, cuando se produce la siguiente aparición del personaje, en la recopilación de relatos The Mind of Mr. J. G. Reeder (1925), se hace referencia a su participación en el asunto de la falsificación de billetes de hace un tiempo en una clara alusión a Room 13 que acaba de descolocar al lector.

La caracterización de Reeder es mucho más parca y menos pintoresca que la de la mayoría de sus rivales a la hora de suceder a Holmes. Ya hemos comentado que aparenta ser de una cierta edad y tener un aspecto mayormente inofensivo, a lo que uniremos sus voluminosos bigotes y la tendencia a llevar un paraguas que nunca nadie le ha visto abrir. Pero si su definición física nos resulta poco atractiva, no sucederá lo mismo con su principal rasgo mental: Reeder se define a sí mismo siempre como un hombre dotado de una mente criminal, algo que califica como poco menos que una maldición. Muy a menudo, la manera en la que resuelve un caso consiste en que Reeder piensa qué haría él en dicha situación y deja que su maquiavélica mente le lleve a la solución más probable. Al igual que su modelo e inspiración, estamos ante el que podría haber sido un gran villano si hubiese puesto sus dotes naturales al servicio del crimen.

Este segundo acercamiento al personaje es el más puramente sherlockiano. The Mind of Mr. J. G. Reeder se compone de ocho historias cortas donde el investigador se enfrenta a diferentes casos de todo tipo. A lo largo de los mismos, Wallace nos va mostrando la personalidad de un Reeder que hasta ahora no era más que una figura intrigante. Sin abandonar los rasgos de identidad presentados en su primera aparición, se van matizando los detalles y construyendo a un investigador más fuerte de lo que parece a primera vista. Su manera de tratar al expresidiario Lew Kohl en Treasure Hunt, donde llega a disparar a su antagonista con una Browning silenciada solamente para asustarle mientras hace chanzas al respecto, es un buen ejemplo de la fuerza que se oculta bajo su apariencia.

En los primeros relatos, J. G. Reeder sigue siendo un poco el secundario de la acción, sin atreverse a pasar al primer plano. A menudo no seguimos sus pasos, sino los dados por los criminales, confiando en que finalmente el sabueso aparecerá para solucionarlo todo. El autor es claramente ya un consumado escritor que conoce sus puntos más fuertes y cómo potenciarlos frente a sus defectos, que siguen presentes. Al igual que suele pasar con otras narrativas de Wallace, nos encontraremos frecuentemente con una excesiva complicación de los sucesos de la historia. No es extraño que uno acabe el relato, por más corto que sea, sin acabar de tener claro qué ha pasado en el mismo y dudando que el propio escritor fuese capaz de explicarlo.

Aún así vamos encontrando ya rarezas como Sheer Melodrama. En esta ocasión estamos ante un relato muy diferente en el que la preclara inteligencia de Reeder queda en segunda fila, dando lugar a una historia que sigue los parámetros de ese melodrama exagerado al que el título hace referencia y que los protagonistas acuden a ver. Una obra menor pero tremendamente divertida que, además, avanza la historia personal de un Reeder que se va convirtiendo en un personaje completo con la ayuda de miss Belman.

Y es que en este segundo Reeder, la figura de miss Belman es imprescindible. El personaje siempre será, en esencia, un solitario que parece incapaz de mantener una colaboración estable, menos cuando la capaz y aguerrida señorita Belman aparece. Esta jovencita atractiva y avispada muestra desde un principio una extraña atracción por un Reeder que ya ve lejana su juventud y que, como él mismo admite, no tiene ninguna experiencia en el cortejo. Sin embargo, es evidente desde un principio que la atracción es mutua, lo que va humanizando a nuestro protagonista y permite al autor darnos una mayor continuidad a sus peripecias.

Miss Belman es, además, la desencadenante de la mejor historia del personaje. Terror Keep (1927) sería la cumbre de la serie y el final de este segundo Reeder. Al igual que le había pasado a Sherlock Holmes, nuestro sabueso acudirá a un paraje que parece surgido de la novela romántica inglesa para vivir su mayor aventura. En esta ocasión, nos veremos sumergidos en un viejo caserío llamado Larmes Keep, lleno de antiguas historias acerca de pasadizos subterráneos donde torturaban los viejos condes del lugar y cuevas marítimas desde las que se producía todo tipo de contrabando.

Por si eso fuera poco, además Reeder se encontrará con el más terrible villano al que se enfrentará en todas sus peripecias. Jack Flack es una leyenda del crimen capaz de escribir una enciclopedia del crimen mientras está detenido en Broadmoor, responsable de nueve asesinatos, ladrón de merecida fama y que guarda un profundo rencor al hombre que le capturó, que no es otro que Reeder. De su mano, Terror Keep se convierte en una experiencia diferente al resto de las historias de la serie, siendo la auténtica joya de la misma.

Tras este punto álgido, Wallace debió decidir que no tenía sentido seguir por la misma línea. En consonancia con su biografía tomó un nuevo rumbo y desarrolló al que podemos considerar nuestro tercer Reeder. Este es una evolución natural del segundo una vez quitamos de en medio la figura de miss Belman y con ella la simpatía que el personaje nos iba produciendo. Estamos ante un detective implacable, intimidante hasta límites inesperados y lleno de recursos.

Este tercer Reeder cuenta con seis relatos en su haber. Red Aces (1929) y The Crook in Crimson (1929) fueron editados de manera independiente, dejando los otros cuatro para el recopilatorio póstumo The Guv’nor and Other Short Stories (1932). Estamos en la época final de Wallace, cuando su estilo está más pulido y deja menos espacio a las sorpresas de cualquier tipo. Este tercer Reeder es tan predecible en sus actitudes como satisfactorio para el lector.

También es ahora cuando la plantilla de villanos se hace más espectacular con la adición de personajes más peculiares que los meros falsificadores que ocupaban las aventuras del segundo Reeder. Las historias van cambiando hacia un estilo más propio del thriller con el que debemos relacionar a su autor. ¿Qué hubiese pasado si Wallace hubiese vivido más tiempo? Es imposible saberlo, pero todo parece indicar que seguramente esta nueva etapa hubiese quedado atrás y nos hubiesen esperado muchos otros Reeder a los que nunca llegaremos a conocer.

J T Edson Libros

Jugando con los Reeder

Por supuesto, esa idea de que existe más de un Reeder en la misma historia no es exactamente de mi cosecha. A finales de los años setenta y a lo largo de los años ochenta uno de los autores básicos de la mitografía creativa, junto a Philip José Farmer, decidió que había que recuperar al bueno de Mr. J. G. Reeder, pero dándose cuenta ya de la particular naturaleza del personaje. Estamos hablando de J. T. Edson.

Una particularidad del trabajo de Edson fue, precisamente, su adopción de los postulados de Farmer, en particular de la base del universo de Wold Newton. Para quien no lo conozca baste decir que Farmer buscó construir un mundo unificado donde los universos ficticios de sus autores favoritos pudiesen convivir y hasta tener relaciones familiares. Esta poderosa idea cristalizó en 1972 con su magnífica obra Tarzan Alive: A Definitive Biography of Lord Greystoke y fue continuada en Doc Savage: His Apocalyptic Life un año más tarde.

Para Edson el personaje de Wallace entroncaba perfectamente con los personajes que Farmer había incluido en sus genealogías, hasta el punto de hacer que entrase en su propio mundo de la mano de dos obras que lo mencionan incluso en el título: Cap Fog, Texas Ranger, Meet Mr. J. G. Reeder (1977) y The Return of Rapido Clint and Mr. J. G. Reeder (1984). En estas historias los Reeder son en realidad tres hermanos de diferente personalidad que fueron sucediéndose en las diferentes aventuras del personaje.

Por desgracia, ningún otro autor parece haberse decidido a recuperar al bueno de Reeder hasta el día de hoy, más allá de alguna aparición esporádica en algún volumen coral como The League of Heroes de Xavier Mauméjean. Lo cierto es que es una lástima que la gente siga volviendo siempre una y otra vez a los mismos personajes a la hora de realizar sus pastiches, dejando a otros totalmente de lado cuando podrían aportar más personalidad a las obras derivadas.

Conclusión

La saga de novelas y relatos protagonizados por Mr. J. G. Reeder no son, ni mucho menos, la cumbre de la narrativa de misterio inglesa de principios de siglo. Sus historias a menudo son demasiado enrevesadas, como suele pasar con Wallace, y existe una inconsistencia en la caracterización del protagonista que nos resulta totalmente extraña a día de hoy. Pero siguen siendo entretenidas.

Para Edgar Wallace vender era lo más importante y eso se conseguía logrando que sus lectores no pudiesen soltar el libro hasta la última página. Si por el camino había que dejar de lado la coherencia o caer en alguna incongruencia, eso no debería ser ningún problema, del mismo modo que nunca se frenaría a la hora de pintarnos una alta sociedad con la que sus seguidores apenas podrían soñar.

Al igual que muchos otros seguidores de Sherlock Holmes, Reeder no es más que una herramienta útil para contar unas historias que a menudo podrían ser exactamente iguales si las protagonizase cualquier otro sabueso de entreguerras. Pero cuando el personaje puede respirar y expandir su personalidad, cuando Edgar Wallace deja que se le escape de las manos y desarrolla su propia voz, entonces se esconden pequeñas joyas que merece la pena revisitar a estas alturas.

Ismael Rodríguez Gómez
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