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Súbditos del algoritmo – 1 de febrero

Google, Facebook y Elon Musk están construyendo sus propias ciudades. La de Google se llamará North Bayshore y se está construyendo en el condado de Santa Clara, California. Tendrá siete mil viviendas repartidas en tres barrios, cien mil metros cuadrados de zonas verdes, tiendas, restaurantes, galerías de arte y ambientes exclusivos. Y más de cinco kilómetros de carriles bici. La ciudad de Facebook, Willow Village, también promete ser un entorno muy sostenible para mil setecientas viviendas al sur de San Francisco. La llaman Zucktown, por el dueño de la empresa. Elon Musk llama Snailbrok a su sueño de ciudad. Ya tiene tierras en Texas, junto al río Colorado.

Los millonarios de las Big Tech quieren ciudades propias para alojar en ellas a sus empleados. En el caso de Google y Facebook, porque muchos de ellos ya no pueden pagar los precios que se han inflado debido, precisamente, a la burbuja de Sillicon Valley. Ofrecen alquileres razonables: 800 euros, en el caso de MuskCity. A cambio, los empleados pasan a ser ciudadanos de la compañía, antes que de Estados Unidos. El alcalde Zuckerberg tendrá el bastón de mando de su urbe del siglo XXI sin haber pasado por las urnas, sin hacer campaña, sin arriesgarse a una moción de censura. El sueño del municipalismo también produce monstruos.

Las ambiciones terrenales de los magnates de las tecnológicas llenarán sus bolsillos de nuevos datos para la máquina. Las rentas baratas de los patronos imponen como condición la cesión de los datos de la intimidad: con quién vas en bici, a qué hora apagas la luz. Productos como Alexia ya facilitan esa información obtenida de ciudadanos deseosos de automatizar lo rutinario. Los habitantes de ciudad Google, al menos, pagarán menos alquiler, aunque no necesariamente socializarán. El modelo es el sprawl: dispersión, mancha urbana: urbas. La vida hacia adentro. O compartida en ambientes inclusivos. Es decir, excluyentes de los que no nos gustan.

Las empresas construyen ciudades para sus empleados desde la revolución industrial. Las chocolateras Hershey y Cadbury tuvieron las suyas, como Olivetti. «Citta dell’Uomo», soñaba Adriano Olivetti. La ciudad de los hombres, sin embargo, lucha por sobrevivir a la muerte de la máquina de escribir. El futuro de las nuevas urbes ligadas al turbocapitalismo también depende de una tecnología. Como Wolfsburgo, en Alemania, ciudad Volkswagen: cuando se venden pocos coches, sube el paro. La fundó Hitler en 1938. Hoy estaría mal visto, pero no porque la inaugurase un nazi, sino porque la impulsó el Estado. Los habitantes de la ciudad del porvenir sólo serán súbditos del algoritmo.


Extramuros es una columna informativa de Efecto Doppler, en Radio 3.

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