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Seriéfilo: abril 2024

Poco a poco nos vamos adentrando en el segundo trimestre. Empiezan a aparecer esos meses que, cuando echemos la vista atrás para fiscalizar lo mejor del año, recordaremos como la confluencia casi mística de series muy potentes que pueden marcar el devenir de todo un curso seriéfilo. Ya se sabe, en abril series mil. Lo que el refrán no desvela es la calidad de esa ingente cantidad de obras… Pasemos a desgranar, si no todas, sí las series más representativas del mes.

Que los videojuegos se pueden asentar de forma sobresaliente en el mundo seriéfilo es algo que dejó patente el año pasado The Last of Us (HBO Max), adaptación seria, fidedigna y muy meritoria. Este año se da un paso más en esta simbiosis con el estreno de Fallout (Prime Video), traslado a la pequeña pantalla del legendario videojuego de rol con ambientación ciberpunk que consigue algo muy difícil: mantener la esencia del juego, pero con una historia totalmente nueva y que encaja perfectamente en su universo. Para quien no haya oído hablar nunca de esta franquicia, Fallout nos transporta a un futuro postapocalíptico en un mundo arrasado y devastado por el lanzamiento, a nivel mundial, de armas nucleares. En esta realidad paralela la Guerra fría se mantiene hasta el 2077, momento en que se desencadena el infierno nuclear. Hasta entonces, la tecnología había avanzado con un aire retro futurista anclado en los años cincuenta del siglo XX. El resultado es que todo ser humano superviviente en la superficie se vio afectado por la radiación, mientras que los más pudientes siguieron con su vida en refugios nucleares del tamaño de pequeñas ciudades, a la espera que la superficie volviese a ser habitable. A partir de esta situación, en la superficie se crean distintas facciones que intentan imponer un cierto orden, aunque la mayoría del Yermo (así se llaman estas tierras desoladas) está (des)gobernada por una violenta e inclemente anarquía.

La serie es un compendio de todo lo que debe hacer una franquicia de videojuegos para triunfar en la realidad serializada; a saber: contar con showrunners contrastados y que conocen el material original (en este caso Jonathan Nolan y Lisa Joy, creadores de la serie Westworld de HBO Max);  dotar del presupuesto adecuado para poder recrear con solvencia los monstruos, personajes y decorados; y respetar al máximo la ambientación y el tono original, no permitiendo reinterpretaciones absurdas del director de turno. Todo esto se cumple en Fallout y hace que la serie funcione como un Pip Boy recién fabricado. Se mantiene ese aroma a Mad Max (George Miller, 1979), el humor negro cínico y socarrón, la hiper violencia y la pérdida total de la fe en la raza humana. Es como estar en el juego de Bethesda. A nivel narrativo también funciona como un tiro: los tres personajes principales tienen gancho (aunque uno más que los otros) y al empezar por separado y pasar del presente al pasado para explicar cómo se formó todo el pifostio nuclear, no hay momento de sosiego ni tiempo para aburrirse. Además, abren la puerta a muchos aspectos interesantes del hábitat de Fallout que los jugadores del videojuego ya conocen, pero que otorga mucha profundidad al universo creado. La serie ya ha sido renovada por una segunda temporada y, si mantiene (tiene toda la pinta) estos ingredientes, podemos estar ante una de las mayores sagas de ciencia ficción de la televisión; en el mundo gamer ya lo es.

Sin dejar de lado los videojuegos, otra gran saga ha estrenado su segunda temporada: nada menos que Halo (Movistar+/SkyShowtime), el buque insignia de las videoconsolas Xbox de Microsoft. Sin llegar a la excelencia de Fallout, esta adaptación es también muy respetuosa y cuidada. Me parecen muy acertada la elección de Pablo Schreiber como Jefe Maestro y la decisión de quitarle el casco desde el primer momento. Y siendo una ciencia ficción muy enfocada a la acción, las batallas entre los Spartan y el Covenant están muy logradas. Aunque la primera temporada me pareció más trepidante, esta segunda tiene unos giros en la historia y unos momentos con épica videojueguil muy resultones que mantienen el sello de Halo.

Cambiando de tercio hay que comentar que otra de las grandes series que llegaban a su fin este mes era Shogun (Disney+), obra inspirada en la novela de James Clavell, basada a su vez en hechos reales y que ya había sido adaptada a la pequeña pantalla en 1980. A pesar de ello, esta nueva interpretación merece mucho la pena. Con una ambientación exquisita del Japón feudal del siglo XVII, la serie nos sitúa en un momento crucial en la lucha por el poder del Imperio, con la muerte del Shogun y un consejo de regentes gobernando mientras el heredero es menor de edad, a la vez que distintos clanes mueven sus hilos para llegar al poder. Hablamos de una serie sobresaliente que destaca en todo: realización, ambientación, fotografía, interpretaciones, fidelidad histórica, guion… y, además, mantiene una permanente sensación de tensión contenida, como si se estuviese jugando una partida de ajedrez con la espada de Damocles pendiendo sobre los protagonistas. Nos muestra un Japón lleno de emociones y violencia contenida, con el honor como fin último de la existencia y todo ello desde el punto de vista del piloto de navío inglés, John Blackthorne, quien tardará en comenzar a comprender la cultura oriental. De fondo, intereses enfrentados entre católicos y protestantes por el control del comercio de ultramar. Una serie con mayor carga política que Juego de tronos (HBO Max), ahí es nada, pero igual de absorbente.

Siguiendo con las historias reales (que como dicen, superan a la ficción), nos encontramos con Sangre y dinero (Filmin), serie que nos cuenta de forma magistral el fraude de los bonos del carbono del 2008 en Francia. Que la aparentemente aburrida premisa no os lleve engaño: estamos hablando de la mayor estafa de la historia del país gabacho, nada menos que 1700 millones de euros que tres criminales de poca monta estafaron al Estado. La serie adopta un ritmo frenético para seguir las investigaciones del magistrado de aduanas, Simon Weynachter, en su obsesión por atrapar a esos tres delincuentes que, sin esconderse, se dedicaban a hacer ostentación de los millones que estaban sustrayendo. Habían montado un entramado tan grande de empresas fantasmas y testaferros por todo el mundo que era imposible cazarlos a tiempo. A pesar de tener muy poca acción, la serie está construida como un thriller policiaco que nos arrastra sin descanso en una huida hacia adelante incierta y que solo tiene como seguro que no puede acabar bien.

Para terminar el mes, otra obra basada en hechos reales. En esta ocasión un título que puede parecer una comedia, pero que enseguida nos muestra su cara menos amable y más incómoda: Mi reno de peluche (Netflix). La serie nos habla del caso de acoso que sufrió Richard Gadd, cómico escocés que es, además, el creador, guionista y actor principal de la misma. Partiendo del citado tono inicial de comedia, a lo largo de sus siete capítulos sentimos incomodidad, vergüenza, pena, tristeza, compasión… en definitiva, un cóctel de sensaciones que la convierten en una serie inclasificable: un brebaje tan agitado que, muchas veces, cambian las tornas sobre la opinión que tengamos de cada uno de los personajes y nos cuesta dilucidar los límites entre acosador y acosado, o lo que entendemos que está bien y mal. El resultado es un cóctel algo siniestra y oscuro, pero divertido; una experiencia única que nos dejará con una sonrisa y, también, con mal cuerpo.

Y con esta rareza me despido hasta el próximo mes, que presiento será tan bueno o mejor que este. Se acerca el verano, el año se va calentando y las series mas esperadas empiezan a brotar cuando menos te lo esperas.

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