Tom Molineaux, la leyenda del boxeo que no llegó a ser campeón
El boxeo es una de las disciplinas deportivas más antiguas, además de una de las pocas que en ocasiones sigue manteniendo un cierto atavismo que la hace tremendamente atractiva para el espectador. Y no por el hecho de que dos contendientes se traten de destrozar a puñetazos, sino porque a pesar de los avances físicos uno no puede dejar de pensar que los viejos campeones podrían plantar cara a muchos de los actuales púgiles. Desde la noche de los tiempos del deporte, cuando los grandes nombres eran mencionados con reverencia, las leyendas del boxeo siguen vivas en nuestra memoria. Entre ellos destaca la figura de Tom Molineaux, el mito que nunca fue campeón, el antiguo esclavo que se codeo con la nobleza inglesa y al que tuvieron que robar una pelea para que no fuese el primer americano en triunfar en tierra inglesa.
La historia de Tom Molineaux no puede entenderse sin fijarse en el contexto que permitió que existiese un luchador único, casi un aviso del futuro que esperaba al boxeo, capaz de poner patas arriba a todo un país que entonces vivía por y para enfrentarse a Napoleón Bonaparte. Para entender a Molineaux debemos acercarnos a su origen y, al mismo tiempo, al del boxeo.
El boxeo sin guantes
En inglés se habla del bare-knuckles boxing para referirse a la disciplina que dio pie al actual boxeo, que en una traducción literal sería el boxeo con los nudillos desnudos, pero que realmente se definiría más adecuadamente como el boxeo sin guantes. En nuestro caso, nos situamos a principios del siglo XIX. El Marqués de Queensberry no establecerá sus famosas reglas hasta 1867 y los púgiles de la época se guiaban por unas normas que seguían el ejemplo establecido por el legendario Jack Broughton, pero que además no se consideraron fijadas de manera definitiva hasta al menos 1838. Por lo tanto, en estos momentos las peleas podían considerarse auténticas batallas campales en las que casi todo valía.
A efectos prácticos, solamente se pueden señalar un puñado de normas que todo el mundo aceptaba. A saber: se debía luchar con los puños desnudos; no se permitían patadas, mordiscos, arañazos, ni codazos; se permitían presas y lanzamientos por encima de la cintura; los asaltos terminaban cuando uno de los luchadores caía al suelo, momento desde el que los contendientes tenían treinta segundos para descansar antes de que se iniciase el siguiente round; no había jueces que puntuaran y el combate solamente podía terminar cuando un contendiente se rendía o quedaba inconsciente, incapaz de acudir a su puesto treinta segundos después de ser derribado.
Como puede desprenderse de lo anterior, el boxeo sin guantes era un espectáculo sangriento en el que los luchadores estaban condenados a sufrir todo tipo de lesiones y golpes. A pesar de eso y de que un mero golpe mal dado pudiera retirar a casi cualquier boxeador, los aficionados y púgliles amateurs eran multitud; los grandes campeones podían pelear hasta bien superada la cincuentena y sus nombres se convertían en legendarios. Por supuesto, a esto contribuía que entre los habituales de lo que podríamos considerar como academias del boxeo estuviesen personalidades como el propio rey Jorge III o Lord Byron.
El entrenamiento de los luchadores era tremendamente duro, anticipando el que conocemos en nuestros tiempos. Al igual que en la actualidad, luchaban por una bolsa que sus patrocinadores ponían en juego, llevándose una mayor parte de la misma el vencedor. También mantenemos hoy en día el gusto por las apuestas alrededor del ring, un lugar en el que se movían fortunas y se fraguaban rivalidades.
Un aspecto curioso de todo este movimiento, sin embargo, era su ilegalidad. Los combates de boxeo sin guantes estaban oficialmente perseguidos por la ley y su organización exigía que los más importantes tuviesen lugar lejos de Londres, a menudo en pequeñas poblaciones situadas cerca de la confluencia de varios condados para que los espectadores y participantes pudiesen huir con facilidad si las fuerzas del orden decidía presentarse. Entre los que debían poner tierra de por medio, podían encontrarse como ya hemos mencionado condes, marqueses o el mismísimo rey.
La popularidad del deporte era tal que se llegaron a realizar publicaciones dedicadas en exclusiva al mismo, destacando Boxiana de Peter Egan, nuestra principal fuente de noticias sobre la época y la mejor muestra del estado del boxeo por entonces. Cuando nuestra historia tiene lugar, el campeón de Inglaterra es Tom Cribb, considerado por muchos el mejor boxeador que había existido jamás. Su fama eclipsaba incluso a la de grandes precursores como Daniel Mendoza o el mismísimo John Jackson. No parecía que nadie pudiese plantarle cara y desde luego ningún inglés lo haría.
El esclavo que llegó de más allá del océano
Tres años después del nacimiento de Tom Cribb, en 1784, había nacido en Virginia otro Tom, apellidado Molineaux. Egan, en su Boxiana, nos cuenta que este esclavo había sido entrenado en el arte del boxeo por su padre junto a su hermano gemelo. Su infancia y su juventud habría transcurrido en la plantación de su dueño, para el que ganaba dinero en peleas rodeadas de grandes apuestas. En una de esas peleas consiguió ganar su libertad y una buena cantidad de dinero.
La historia de la lucha de esclavos puede recordarnos a las visiones de Mandingo o Django desencadenado, pero lo más probable es que tuviesen más que ver con la influencia de los gentilhombres llegados de Inglaterra. A los esclavistas sureños debió parecerles un regalo venido del cielo la posibilidad de organizar combates de boxeo donde el bienestar de los participantes les resultara menos preocupante que si estos fuesen hombres libres.
Lo cierto es que, independientemente del nivel de brutalidad que pudiesen tener estos combates entre esclavos, Tom Molineaux consiguió ser considerado un campeón. Se cree que participó en más peleas de boxeo en Nueva York, siendo ya un hombre libre, antes de cruzar el océano para tratar de ganar el dinero y la fama en Inglaterra, la patria del boxeo y en la que uno podía tratar de convertirse en un auténtico campeón.
A su llegada a la isla, Molineaux conoció a Bill Richmond, otro antiguo esclavo negro que también se había convertido en una estrella del boxeo. La historia de Richmond es, sin embargo, muy diferente a la de Molineaux. Había llegado a Inglaterra a una muy corta edad de la mano de Lord Percy, Duque de Nortumberland. Este le había liberado y le había dado una educación, aunque Richmond decidió dedicarse al boxeo y ganarse el apodo de «El terror negro». Después compró un pub en Londres, el Horse and Dolphin en Leicester Square, y se dedicó a dar clases de boxeo en el mismo. Entre sus habituales se encontraba Lord Byron.
Bill Richmond vio en Molineaux la posibilidad de tener un campeón en sus manos. Lo entrenó y se convirtió a efectos prácticos en su manager. De su mano, Tom Molineaux empezó a hacerse un nombre en Inglaterra y refrendó las esperanzas de su maestro con dos victorias sobre boxeadores ingleses, la segunda contra Tom «Tough» Blake. Fue ese segundo combate el que consiguió que llamara la atención de todo el mundo y Tom Cribb, que no parecía tener demasiado interés en continuar su carrera como púgil, se vio obligado a aceptar el desafío que le lanzó Molineaux.
La pelea de la vergüenza
Tom Molineaux trajo con él desde America una cultura del deporte diferente a la que los ingleses estaban acostumbrados. Era un antiguo esclavo, malhablado, bebedor y que perseguía a toda mujer que se pusiera a su alcance. Una prefiguración de los futuros astros del boxeo y sus problemas fuera del ring. Su actitud chocaba frontalmente con la de un Tom Cribb que se veía como el parangón del boxeador inglés, un fajador implacable que dominaba los tiempos del combate y podía aguantar casi cualquier castigo inflingido por su oponente.
La notoriedad de Molineaux terminó volviéndose en su contra mientras preparaba el combate con Cribb. Si al principio se le consideró una buena noticia, un divertido y fanfarrón luchador que podía ser el mejor pegador de toda Inglaterra, pronto los nativos de la isla empezaron a temerse que un americano pudiese quitarle el título de campeón a su Tom Cribb. Este no es un punto baladí, puesto que todo parece indicar que la raza de Molineaux no causaba particular animadversión hacia su persona. El verdadero problema era su nacionalidad. De manera lenta pero segura, toda la afición inglesa decidió que estaban ante una pelea por la primacía pugilística y que un americano no podía derrotar a su paladín.
Así que cuando el combate tuvo lugar, el 3 de diciembre de 1810 en Shenington y bajo una fuerte lluvia, los ánimos estaban caldeados entre los presentes. Esto, sin embargo, no parecía haber afectado a un Tom Cribb que, según los registros de algunos espectadores, estaba fuera de forma y con algunos kilos de más. Todo parece indicar que el campeón no consideraba al americano una amenaza real y contaba con ser capaz de vencerle empleando su talento natural y sin necesidad de esforzarse en exceso. Se equivocaba.
La pelea entre Tom Molineaux y Tom Cribb nos es conocida por la narración de Peter Egan y por algunas referencias más, muchas de ellas contradictorias. Siguiendo a Egan, diremos que llegó a durar treinta y nueve asaltos y que Molineaux demostró estar al nivel del campeón y ser capaz de darle la réplica. Tom Cribb se vio superado durante muchos momentos, pero dos sucesos le permitieron conseguir la victoria. El primero de ellos no es reseñado en Boxiana, pero parece aceptado por los expertos: al parecer, en el asalto diecinueve un grupo de espectadores consiguió entrar en el ring y parar la pelea cuando Cribb parecía estar a merced de Molineaux. En el tumulto, el americano sufrió una lesión en su mano izquierda, llegando a decir algunos testigos que se rompió varios huesos de la misma.
El segundo altercado, el más importante, es el que se conoce como la «cuenta larga». Según Egan tuvo lugar en el asalto veintinueve, cuando, tras ser derribado, Tom Cribb era incapaz de recuperarse antes de los preceptivos treinta segundos para acudir al centro del ring. La victoria debía ser ya para Molineaux, pero antes de que ese tiempo pasara los segundos de Cribb acusaron a su rival de llevar balas de plomo en las manos para aumentar la fuerza de sus golpes, abalanzándose sobre este y sus acompañantes. El resultado fue un nuevo parón mientras Molineaux debía mostrar sus manos vacías. Cribb consiguió estar en su puesto cuando el tumulto pasó. Ante la situación, el árbitro de la pelea decidió dejar que esta continuase, incapaz de saber en qué momento se había levantado Cribb.
La pelea terminó con victoria para un renovado Tom Cribb en el asalto treinta y nueve, cuando Tom Molineaux declaró que ya no podía seguir luchando. El campeonato de Inglaterra seguía en manos de un inglés, pero muchos entre el público estaban seguros de que había sido un auténtico robo al americano. La carrera de Molineaux había fracasado debido a su condición de extranjero y no a su capacidad para el boxeo. Ese 3 de diciembre de 1810 tuvo lugar el primer robo deportivo internacional del que tenemos constancia, dejando claro desde un principio que jugar en casa siempre es una ventaja.
La dura caída del campeón que no lo fue
Tom Molineaux no volvió a ser el mismo después de la injusta derrota. Se dice que se emborrachó de su fama y de toda bebida alcohólica que cayese en sus manos; se dedicaba a gastar su dinero en prostitutas y fiestas. Tuvo que dedicarse a viajar por la campiña inglesa haciendo exhibiciones y teniendo peleas improvisadas contra los locales para mantener el nivel de vida propio y de Richmond. Solamente tuvo otra pelea de verdad en este periodo, que ciertamente ganó sin problemas. Y estaba seguro de que tenía derecho a una nueva pelea contra Tom Cribb.
Mientras tanto, el inglés se dedicó a entrenarse y ponerse en forma, algo que no había hecho antes del anterior combate. Había subestimado a su oponente y eso no volvería a pasar. Las tornas habían cambiado y cuando la revancha tuvo lugar el 28 de Septiembre de 1811 en Thistleton Gap todo fue diferente. Tanto Molineaux como Cribb estaban más delgados, pero Egan nos cuenta que el americano parecía falto de energía mientras que Cribb estaba en un estado físico perfecto. No tuvo piedad de su rival y le rompió la mandíbula y varías costillas antes de ser declarado vencedor en el undécimo asalto. El tiempo de Tom Molineaux había pasado ya: su gran pelea ya había tenido lugar y todo se derribaba a su alrededor.
Nunca más volvió a ser una estrella. Llegó a ser arrestado por deudas con Bill Richmond y pasar un tiempo en la cárcel. Apenas le conocemos otras tres peleas más antes de su muerte y se dedicó a vagabundear por toda la geografía de la isla, incluyendo Escocia, durante años. Finalmente decidió cruzar el mar y buscarse la vida de manera itinerante por una Irlanda que, como siempre ha sido, amaba el boxeo.
Fue allí dónde le encontró la muerte el 8 de agosto de 1818 con apenas treinta y cuatro años de edad. Fue en las habitaciones del 77 regimiento en Galway. Estaba sin un penique y le permitían tener donde dormir porque había trabado amistad con algunos soldados del regimiento. Un triste final para el que debió ser el primer campeón americano de boxeo de la historia.
El legado literario de un gran campeón
Si bien murió en la indigencia y lejos de la gran capital de Inglaterra, donde había logrado ser uno de sus habitantes más famosos, Tom Molineaux no fue olvidado por los aficionados al boxeo. Su memoria se ha mantenido viva entre los aficionados al deporte del cuadrilátero y buena muestra de ello son las obras de dos de los escritores a los que más debe la buena consideración del boxeo.
El primero fue Robert E. Howard. El tejano era un fanático del arte del pugilismo y dedicó a este más relatos que a ningún otro tema. Entre ellos se encuentra The Apparition in the Prize Ring, la historia del ficticio luchador Ace Jessel, un adorador de Tom Molineaux al que el espíritu de este último ayuda en su combate contra el campeón. Howard definía en ese relato a Molineaux como el primer campeón de América y el mejor luchador de color de la historia del boxeo.
El segundo autor que decidió fijarse en Tom Molineaux fue uno de los mejores escritores de novela histórica de la historia de Inglaterra. Famoso sobre todo por su serie de novelas dedicadas al personaje de Flashman, George MacDonald Fraser escribió en 1997 Black Ajax, una versión novelada de la historia de Tom Molineaux contada por diferentes espectadores de la misma. La novela es una auténtica obra maestra y de lectura obligatoria para aquellos que quieran saber más sobre el que debió ser el primer campeón americano de boxeo sin guantes.
La de Tom Molineaux es una historia de superación pero también de excesos y, finalmente, de derrota. Es una prueba de que la realidad supera a la ficción y de que existen y han existido personajes cuya vida parece superar los límites que les rodean. ¿Qué hubiese sido de Tom Molineaux si no le hubiesen robado esa pelea en Shenington? Nunca lo sabremos, y así es cómo nacen los mitos, aunque por el camino hayan muerto los hombres.
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