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Arte y Letras

¡Universo! de Albert Monteys, la confirmación de un autor por medio de la ciencia ficción

La ciencia ficción en España siempre ha luchado por tratar de ser considerada un género mayor. Si en otros terrenos podemos enfrentarnos tranquilamente a cualquier bibliografía o filmografía, en este tenemos que hacernos un poco los suecos. Por eso resulta tan refrescante poder hablar de un cómic que consigue situar a una obra de nuestro país en la primera línea internacional de la ciencia ficción. Es un valor adicional el que sirva para reivindicar, espero que de manera definitiva, a un guionista y dibujante que quizá haya sido mirado en ocasiones por encima del hombro por parte de muchos entre la crítica y el público por el terrible delito de hacer comedia.

 

Pocas sensaciones en el mundo cultural pueden compararse con la satisfacción y el placer que nos causa el que triunfe un artista al que hemos seguido desde antes de que la fama le alcanzara. En mi caso, un ejemplo paradigmático es el de Albert Monteys, un nombre que conozco desde los tiempos en los que dibujaba las tiras cómicas de El Tío Trasgo en la mítica revista rolera Líder. Por aquel entonces uno era todavía joven e inocente y creía que los nombres que allí aparecían eran figuras importantes en la escena nacional, cuando no internacional. Se aprendía los dibujantes, los columnistas, los autores de los módulos y ayudas…

Luego, por supuesto, toca convertirse en un descreído y sabelotodo adolescente. Es el momento en el que crees que tus ídolos de no hace tanto en realidad no son nadie, que estabas equivocado y que en el fondo poco importan esas cosas. Pero te equivocas, y descubres que el tipo que tan bien parodiaba lo que pasaba en tu mesa de juego en realidad es el coautor de tu sección favorita de El Jueves, aquella maravillosa ¡Para ti, que eres joven! que Monteys y Fontdevila realizaban codo con codo. También que el Alejo Cuervo que recomendaba libros en la revista, ahora es el editor de la saga de fantasía más vendida de los últimos años o que Jordi Zamarreño, con el que aprendiste que los traductores tenían más importancia de la que se les suele dar, sigue sentando cátedra desde Pathfinder, Starfinder y lo que le echen.

Pero al final es Monteys el que más veces aparece por ahí suelto, llamando la atención. Se convierte en codirector de El Jueves, el mismo que ilustraba módulos del Runequest al mando de la principal revista de humor gráfico española. También seguía adelante con su Tato, con moto y sin contrato, y hasta aparecía en la revista del Festival Internacional de Cine de tu Gijón natal. Luego, ya se sabe: la salida de El Jueves, la fundación de Orgullo y Satisfacción… y tras todos esos años, sin embargo, Albert Monteys seguía guardándose un as en la manga.

Porque,, a pesar de que durante años se hubiese refugiado solamente en el humor, aparentando ser un autor de un solo registro, aunque fuera  de esos que son tan buenos en lo suyo que todo lo demás da igual… pues resulta que en realidad nos había engañado todo este tiempo. Porque el mejor Monteys es el que se entrega a la ciencia ficción y lo hace en serio.

Un universo por explorar

En una charla, con ocasión de la presentación del recopilatorio de Astiberri de los cinco primeros números de ¡Universo!, Monteys dijo que en realidad todo esto venía de su amor por la ciencia ficción y por series como Los límites de la realidad, la mítica The Twilight Zone. Para las nuevas generaciones la referencia sería, cómo no, Black Mirror, la mejor traducción a la televisión moderna del mítico programa presentado por Rod Sterling.

La magia de las antologías de ciencia ficción, y en particular de una tan rica en sus conceptos como En los límites de la realidad, es su capacidad para investigar diferentes aspectos del mundo que nos rodea. En ella debe haber lugar para todo tipo de historias, desde las de acción a las románticas, de las más conceptuales a aquellas que tratan de conectar con nosotros desde el pequeño costumbrismo, construyendo puentes entre nuestro presente más trivial y su futuro. Es esa riqueza la que hace que el espectador pueda sorprenderse en cada episodio, que pueda pasar cada página sin saber qué habrá más allá y, en el fondo, disfrute totalmente de la experiencia.

Monteys, desde luego, lo comprende como casi nadie. Nos presenta una antología en la que el hecho de que las diferentes historias compartan el mismo universo funciona de manera perfecta porque aporta ligeros apuntes a lo que leemos, pero no lo condiciona en ningún momento. Coloca en todo momento el global al servicio de lo singular, dejando que cada una de sus historias funcione por sí misma, siendo su disfrute totalmente independiente del conjunto, a pesar de que los pequeños detalles que las relacionan aporten un juguetón aliciente adicional.

Paseando por mundos ajenos

¡Universo! se abre con una historia que entronca perfectamente con el universo de Monteys. ¡El pasado es ahora! es posiblemente la más cómica de las cinco narraciones y la que cuenta con un protagonista más cercano a los tipos habituales del autor. Una suerte de Tato venido a más que se enfrenta a la avaricia humana y que, como no podía ser de otra manera, reacciona como todos querríamos hacer. El mundo de Monteys es el de personas comunes que hacen cosas extraordinarias y se enfrentan a situaciones fuera de su control, y nadie mejor que Thomas Marriot, Tommy para los amigos, para narrarlo.

La segunda historia, La fábrica del amor, incluye un giro más serio en el sentido más tradicional del término. Está bien señalar esto porque, en realidad, en ¡El pasado es ahora! se tratan temas de altura, pero la construcción de la historia y hasta el tratamiento gráfico hacen que su condición de comedia sea más clara. Sin embargo, en La fábrica del amor eso cambia, la simpatía de los decorados y los diseños sigue presente en todo momento, pero todo da un giro hacia el género negro y el estudio de los sentimientos que en manos de otro autor podría haber resultado demasiado árido. Monteys lo saca adelante apoyándose en un punto de vista que se toma cierta distancia con la narración y que le sienta como un guante a la historia.

Lo que sabemos de Taurus-77 es por su parte una psicodélica versión del primer encuentro entre los seres humanos y los extraterrestres. En la mejor línea de obras como La paja en el ojo de Dios de Larry Niven y Jerry Pournelle, aquí los alienígenas son totalmente incomprensibles para nosotros, hasta el punto de que directamente no podemos percibirlos. De nuevo, uno de los mejores aspectos es la personalidad del humano que sufre ese primer encuentro, un hombre común que entronca también a su manera con el Fry de Futurama, con ese tipo corriente enfrentado a cosas más allá de su control. También es imposible no acordarse de la serie de Matt Groening cuando se narra el resultado de las expediciones en búsqueda de vida inteligente enviadas por la raza humana, y en particular con lo le ha sucedido a los torneanos.

Lo que sabemos del planeta Tierra, por su parte, es una especie de reverso y compañero de la historia anterior. Nos lleva al pasado de Taurus-77 y es un ejercicio de estilo narrativo refrescante y sorprendente en su conjunto. Aquí se abandona el cómodo anclaje del protagonista humano con el que podamos identificarnos para acercarse a una figura alienígena y permitir que la extrañeza tome un lugar central en la historia. También es aquí donde las relaciones entre las diferentes historias se hacen ya totalmente explícitas, algo que se consigue con un giro final que aporta a la historia individual en lugar de resultar un mero golpe de efecto cuyo único objetivo sea dejarnos son la boca abierta.

La última entrega del tomo posiblemente sea la que mejores críticas haya recibido, y es fácil entender por qué. ¡La Cristina del mañana! consigue ser uno de los ejemplos más claro de lo que podría llamarse la ciencia ficción con alma, una pieza en la que lo verdaderamente importante son los personajes y cómo reaccionan ante sucesos imposibles. El viaje en el tiempo o más bien la alteración del mismo, no es más que un catalizador desde el que Monteys investiga las relaciones interpersonales y hasta los límites del amor. Así dicho, puede sonar grandilocuente; algo pomposo e incluso pretencioso. Nada más lejos de la realidad. Todo en esta historia está lleno de verdadero sentimiento; lo sentimental y la ciencia ficción quedan aquí perfectamente equilibrados.

Este resumen debería bastar para que el lector comprenda que el título de ¡Universo! refleja perfectamente lo que se va a encontrar en sus páginas: un paseo por diferentes historias ambientadas en una misma continuidad y que construyen un fresco fascinante sobre el futuro. Monteys entra así por la puerta grande en la relación de los grandes autores de relatos cortos de ciencia ficción. En esta ocasión, además, a través de su vertiente del noveno arte.

Dibujando otros mundos

Siempre he creído es que es fácil infravalorar el dibujo de Albert Monteys. Resulta sencillo y carece de muchos de los adornos que a menudo hacen que alguien considere reseñable el apartado gráfico de un cómic. Ya se sabe: los fondos no están trabajados hasta el detalle, no se multiplican las líneas para dar expresión a los rostros… Sinceramente, creo que quienes no valoran en su justa medida el trabajo de Monteys suelen coincidir con aquellos que entienden los cómics más como una sucesión de dibujos que como un método narrativo.

Porque hasta en las pequeñas tiras del ¡Para ti, que eres joven! se podía apreciar que el autor sabía narrar. Y en ¡Universo! esto se hace aún más evidente. Albert Monteys se libera de todos los problemas y las limitaciones de otros formatos para abrazar la libertad casi absoluta que le da el trabajo para Internet y en el proceso alcanza un nivel gráfico que le reivindica como un autor mucho más creativo de lo que casi todo el mundo creía.

Para empezar destaca el que el cómic se adapta a un formato horizontal y apaisado. Esto es extraño en el medio, en gran parte por la publicación de los trabajos, pero al mismo tiempo nos recuerda a formatos cinematográficos y hasta, en palabras del propio Monteys, a nuestra propia percepción. El caso es que podría no haber pasado de ser una mera curiosidad, pero en manos del autor catalán la estrategia avanza por derroteros muy distintos y otorga a la obra una unidad de estilo y una personalidad que se muestran desde el principio.

¡Universo! abraza la libertad y se convierte en un muestrario de todos los recursos que un autor tiene a su alcance para desarrollar su obra. Así, pocos cómics en la historia han manejado tan bien la alternancia entre fondos perfectamente trabajados y otros momentos en los que, directamente, los personajes se mueven sobre el blanco de la hoja. También es destacable la capacidad de componer páginas con distribuciones de viñetas totalmente irregulares e inesperadas, o bien la libertad para irse de la historia por unos momentos y regalarnos elementos que aportan al trasfondo y que normalmente serían evitados en un cómic convencional. Estoy pensando en cosas como el catálogo de robots de La fábrica del amor o la aclaración de qué es un piélago de ¡La Cristina del mañana!.

Algo que ayuda a la capacidad de ¡Universo! para empatizar con el lector es el cuidadoso trabajo de Monteys para conseguir que las diferentes historias se puedan leer de una sola sentada. Al no estar limitado por las reglas editoriales habituales (ya se sabe que los álbumes europeos y los cómics estadounidenses funcionan con un número de páginas inmutable a la hora de salir a la calle), es necesario que se establezca una duración que queda totalmente sujeta a la subjetividad del autor. En este caso la apuesta no es la adopción de un nuevo estándar, sino la consideración de que las historias unitarias deben ser consumidas de una manera cómoda por los lectores en una sola sesión. Así, no importa tanto la cantidad de páginas, que además oscilan entre algunas llenas de texto y otras que narran desde el mero dibujo, sino el ritmo interno de la propia narración.

Entre los muchos méritos de ¡Universo! está que el dibujo de Monteys pueda ser tomado finalmente en serio por muchos de los lectores. Nadie debería poder negar, ya antes de la llegada de este cómic, su ojo clínico para encontrar el humor en lo convencional y crear una especie de comedia costumbrista que, sin embargo, encuentra un filón inacabable en las referencias a la cultura popular; pero algunos podrían decir que no entraba en el Olimpo de los autores de cómic españoles por su dibujo, por un trabajo gráfico aparentemente menos rico que el de sus iguales. Eso se ha acabado definitivamente con ¡Universo!, una obra que por momentos es más rica en la dimensión gráfica que en la narrativa. Y eso es mucho decir.

Hace falta más ¡Universo!

Tengo que reconocer que he tardado demasiado en escribir estas líneas acerca de ¡Universo!. Ya he hecho notar que de cierta manera mi relación con Monteys, al que solamente he conocido este año y apenas unos minutos mientras me firmaba un ejemplar de este cómic (y, cómo no, una vieja tira de la Líder), es más profunda de lo que resulta recomendable para juzgar su trabajo. Para mí, sus tiras se convirtieron durante muchos años en una suerte de conversación entre amigos, una sensación reforzada porque lo mismo les sucedía a muchos amigos de carne y hueso de mi entorno. Para todos nosotros Monteys era algo parecido a ese colega que se había mudado muy lejos y que, de vez en cuando, aparece para dejar alguna anécdota y alguna frase graciosa.

Y, sin embargo, es necesario hablar de ¡Universo!, porque más allá de las preferencias personales, estamos ante una obra que puede llegar a ser clave dentro de la ciencia ficción hispana. Para empezar, por su alcance internacional, al encontrarse dentro de la plataforma Panel Syndicate. Esta genial idea de Marcos Martin y Brian K. Vaughan es una plataforma en línea en la que se pueden comprar cómics originales en formato digital y bajo la estrategia de «paga lo que quieras», en la que todo el dinero que se recibe llega directamente a los autores del cómic. Se trata de un proyecto ambicioso que ha dado lugar a obras tan respetadas por la crítica como The Private Eye (publicada recientemente en España por Gigamesh), Barrier o la misma ¡Universo!.

De este modo, Monteys ha conseguido que su obra llegue al público en igualdad de condiciones en al menos tres idiomas: castellano, catalán e inglés. Esto último hizo que fuese nominada a mejor cómic digital en los Eisner de 2017, algo que habla de su capacidad para calar entre el público internacional. Así, de manera justa pero no por ello menos notable, Monteys se ha convertido en un embajador de lujo para la ciencia ficción hispana en el mercado global.

De todos modos, eso no pasaría de ser una anécdota si no fuera porque, además de despachar una obra popular, lo que ha hecho Monteys es crear un cómic de ciencia ficción que dignifica al género y el medio, debiendo ser de obligatoria adquisición para todos aquellos interesados en cualquiera de las dos vertientes de la obra. El que en España se haya publicado en papel de mano de Astiberri es, en este caso, un punto a favor de la normalmente algo desnortada industria nacional, puesto que más allá de nuestras fronteras sus lectores no han tenido la misma suerte.

En las charlas que acompañaron a la presentación de ¡Universo! en diferentes ciudades españolas, Monteys prometió que iba a ponerse en serio con las siguientes entregas de la serie. A día de hoy seguimos esperando el sexto número. Eso es lo único malo que podemos decir de ¡Universo!: que las esperas por nuevo material son demasiado largas. Esa queja podría considerarse también un halago, de acuerdo; pero preferiría que no se entendiese así y Monteys no siga alargando nuestra espera. El mundo necesita más ¡Universo! y lo necesita cuanto antes.

Ismael Rodríguez Gómez
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